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Tres poemas del escritor modernista Julián del Casal que deberías conocer

El poeta cubano Julián del Casal (1863-1893) es considerado un precursor de la estética modernista. Casal incorporó a las letras cubanas y a las de toda Hispanoamérica el tono de una nueva sensibilidad, y fue el creador de algunas nuevas combinaciones métricas del modernismo.

Cubavisión Internacional le invita a conocer tres poemas de este autor.

 

Autobiografía

Nací en Cuba. El sendero de la vida

firme atravieso, con ligero paso,

sin que encorve mi espalda vigorosa

la carga abrumadora de los años.

Al pasar por las verdes alamedas,

cogido tiernamente de la mano,

mientras cortaba las fragantes flores

o bebía la lumbre de los astros,

vi la Muerte, cual pérfido bandido,

abalanzarse rauda ante mi paso

y herir a mis amantes compañeros

dejándome, en el mundo, solitario.

¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!

¡Cuántos escollos ante mí se alzaron!

¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas!

Y ¡cuán lóbregos todos los espacios!

¡Cuántas veces la estrella matutina

alumbró con fulgores argentados

la huella ensangrentada que mi planta

iba dejando en los desiertos campos,

recorridos en noches tormentosas

entre el fragor horrísono del rayo,

bajo las gotas frías de la lluvia

y a la luz funeral de los relámpagos!

Mi juventud, herida ya de muerte,

empieza a agonizar entre mis brazos

sin que la puedan reanimar mis besos,

sin que la puedan consolar mis cantos.

Y al ver en su semblante cadavérico

de sus pupilas el fulgor opaco

—igual al de un espejo desbruñido—

siento que el corazón sube a mis labios,

cual si en mi pecho la rodilla hincara

joven titán de miembros acerados.

Para olvidar entonces las tristezas

que como nube de voraces pájaros

al fruto de oro entre las verdes ramas,

dejan mi corazón despedazado,

refúgiome del Arte en los misterios

o de la hermosa Aspasia entre los brazos.

Guardo siempre en el fondo de mi alma

cual hostia blanca en cáliz cincelado

la purísima fe de mis mayores,

que por ella en los tiempos legendarios

subieron a la pira del martirio

con su firmeza heroica de cristianos,

la esperanza del cielo en las miradas

y el perdón generoso entre los labios.

Mi espíritu, voluble y enfermizo,

lleno de la nostalgia del pasado,

ora ansía el rumor de las batallas,

ora la paz de silencioso claustro,

hasta que pueda despojarse un día

—como un mendigo del postrer andrajo—

del pesar que dejaron en su seno

los difuntos ensueños abortados.

Indiferente a todo lo visible,

ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasio,

como si dentro de mi ser llevara

el cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!

Libre de abrumadoras ambiciones

soporto de la vida el rudo fardo,

porque me alienta el formidable orgullo

de vivir, ni envidioso ni envidiado,

persiguiendo fantásticas visiones

mientras se arrastran otros por el fango

para extraer un átomo de oro

del fondo pestilente de un pantano.

 


A mi madre

No fuiste una mujer, sino una santa

que murió de dar vida a un desdichado,

pues salí de tu seno delicado

como sale una espina de una planta.

Hoy que tu dulce imagen se levanta

del fondo de mi lóbrego pasado,

el llanto está a mis ojos asomado,

los sollozos comprimen mi garganta,

y aunque yazgas trocada en polvo yerto,

sin ofrecerme bienhechor arrimo,

como quiera que estés siempre te adoro,

porque me dice el corazón que has muerto

por no oírme gemir, como ahora gimo,

por no verme llorar, como ahora lloro.


Soneto Pompadour

Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,
Las vidrieras de múltiples colores,
Los tapices pintados de oro y flores
Y las brillantes lunas venecianas.

Amo también las bellas castellanas,
La canción de los viejos trovadores,
Los árabes corceles voladores,
Las flébiles baladas alemanas,

El rico piano de marfil sonoro,
El sonido del cuerno en la espesura,
Del pebetero la fragante esencia,

Y el lecho de marfil, sándalo y oro,
En que deja la virgen hermosura
La ensangrentada flor de su inocencia.

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