Estás aquí
Inicio » Cultura

Maggie: vivir en una isla cerca del mar y dialogar con él (Primera Parte)

 Por: Sergio Pérez Hernández 

A mí Maggie Mateo nunca ha querido tirarme el tarot. Yo no sé cuánta gente la llamó para felicitarla por su Premio Nacional de Literatura. Manteníamos uno de nuestros cortazarianos encuentros en mi terraza cuando ya el jurado había votado por unanimidad. Disfruté la noticia como si hubiera encontrado yo, cual Horacio Oliveira, la flor amarilla en el gris parisino.

Maggie ha sido siempre uno de esos afectos de los que, a veces sin saber por qué, nunca me podría desprender. Julio César cuidando con amor profundo a La Marquesa Roja, y yo protegiendo a Gelsomina de los arañazos de la inlucidez nos han hecho indisolubles.

S: Pocas veces se hace pública la conversación con una autora cuya obra uno ha estudiado y sobre la que ha escrito…

M: Tú sabrás, corazón. Yo confío en ti.

S: Maggie, tú has sido una viajera incansable, indetenible. Has impartido clases en el exterior, has hecho estancias en becas, sin embargo, has concentrado tu vida y tu obra en Cuba. ¿Qué y cuánto ha significado para ti hacer una carrera intelectual en este país?

 M: En realidad yo no concebiría hoy mi obra ni mi vida ni mi escritura, si no estuviera vinculada a este contexto en que la he escrito que es la isla de Cuba y su cultura. Efectivamente he tenido muchísimas experiencias de docencia en distintas partes del mundo y nunca he encontrado un tipo de estudiante como el cubano. Creo que eso tiene que ver con los códigos culturales que se comparten: la misma lengua, los mismos gestos, las mismas resonancias que conforman una manera de ser y eso hace que el diálogo fluya de mejor manera.

Hace unos días yo estaba pensando, por ejemplo, que cuando uno nace en un lugar, sobre todo en este país que como dice Lezama es una fiesta innombrable, ahí se está marcando un destino y también, por supuesto, una elección. Si uno toma la elección de ir a vivir en otro lugar que no es ese en el que nació, entonces siempre va a haber una ruptura, un desgarramiento. Yo, por suerte, he sentido que puedo pertenecer a esta cultura, a este país que es el que me ha nutrido.

 S: El verso de Lezama al que hacías alusión está antecedido por otro: “la mar violeta añora el nacimiento de los dioses”. Hace años me parece que las aulas de nuestra inolvidable Facultad de Letras añoran las clases de Maggie Mateo: ¿qué sabores han dejado en ti cuarenta años de docencia?

M: Para mí la docencia ha sido fundamental. Le he dedicado mucho tiempo a mis clases, muchas madrugadas leyendo, porque para mí dar una clase es siempre un reto, aunque la haya dado muchas veces, vuelvo a leer, vuelvo a prepararme.

Ese diálogo constante que uno establece con los estudiantes es algo que va enriqueciendo tu mirada sobre las cosas y además te va manteniendo joven en el sentido en que son generaciones diferentes las que van pasando por tus manos, si es una carrera larga de cuarenta años como la mía.

Creo que eso de alguna manera te mantiene despierto y atento a la nueva forma de ver el mundo que tienen los jóvenes. Dar clases fue un reto enorme porque tenía miedo escénico, pero ahora no podría tampoco concebir mi vida sin esa labor docente que he mantenido sistemáticamente.

S: En un encuentro con escritores matanceros Salvador Redonet acuñó un término imprescindible en los años noventa para estudiar la literatura cubana de esa década. Luego tú defendiste muchísimo ese concepto de los novísimos. ¿Por qué protegiste el término, y qué queda de esa literatura?

M: Pienso que más allá del nombre, que lo puso Redonet, novísimos, que es una etiqueta, una denominación, lo que había en juego detrás de eso era un fenómeno muy interesante: una escritura de gente joven que no estaba reconocida, pero que al  mismo tiempo estaban siendo transgresores, estaban rompiendo tabúes, estaban abordando temáticas que habían sido silenciadas durante mucho tiempo en la literatura cubana; las estaban tratando con un desenfado realmente grande y había que darle un apoyo a esa literatura que estaba surgiendo y que también coincidió con los años noventa, la crisis editorial, problemas con las publicaciones de los libros. De manera que lo más importante es ese fenómeno que fue como un boom que hubo de la narrativa cubana de esa década.

S: ¿Cómo calificas la narrativa cubana de estas primeras décadas del siglo XXI?

M: Ay, esa pregunta es bien “dificilísima” (risas). Es bien difícil porque si uno piensa en la narrativa cubana del XX y recuerda a esos monstruos, a esos grandes maestros como Alejo Carpentier, Lezama Lima, Virgilio Piñera, Dulce María Loynaz con su novela, Cabrera Infante…, o sea, el recuento que uno hace de la narrativa del siglo XX es realmente muy fuerte.

Yo creo que hay que esperar un poco a que haya un mayor despunte, a que el tiempo sea el que sedimente. Sí creo que existen grandes narradores con talento (no quiero dar nombres), pero haría falta una mayor distancia para poder evaluarlos.

S: Tú no solo propusiste un programa de estudios para la Literatura Caribeña en la Facultad de Letras, sino que el Caribe ha sido en ti una constante: el concepto de insularidad, la noción de isla en tu narrativa, en tu ensayística. ¿Qué ha significado para ti vivir en una isla, estudiarla como fenómeno sociocultural y como contexto literario?

M: Efectivamente el tema de la insularidad es una constante en la literatura cubana y también en la caribeña. He tenido la suerte de vivir en una isla cerca del mar, porque también hay zonas del interior en donde el mar no se ve, queda lejos.

Pero yo he tenido la suerte de tener esa especie de diálogo con el mar que, de alguna manera, puede despertar esa visión del horizonte, una sed de espacio, un hambre de infinito, pero también puede hacer que uno se sienta de alguna manera protegido. La isla tiene esa idea de lo utópico, de lo mítico, la isla maravillosa. No en balde muchas de las utopías se ubican justamente en las islas.

María Zambrano habla de las islas como un lugar de consuelo para determinados dolores, y yo sí he sentido que la insularidad es algo que de alguna manera ha estado presente en mí: ese espacio cerrado y abierto, esa frontera del mar que tengo muy cerca (el muro del Malecón). Creo que todos esos elementos me han marcado y que hacen un poco esa misma historia en el resto del Caribe: son muchas islas, infinitas islas las que hay en el mar Caribe, es como una especie de archipiélago grande que ahora está dividido, porque hubo diferentes tipos de colonización: inglesa, francesa, holandesa, española.

Dereck Walcott decía “tantas islas como estrellas en el cielo”. Pienso que todo eso le da una unidad a esa área del Caribe que permite que más allá de la lengua que utilicen los poetas, uno sienta esa cercanía desde el punto de vista cultural y espiritual, aunque el poema esté escrito en inglés o en francés.

Deja una respuesta

Top