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Lo real y maravilloso del legado de Alejo Carpentier

Hace 119 años el mundo recibió a uno de los mejores escritores del mundo, el cubano Alejo Carpentier, autor de títulos icónicos como «Los pasos perdidos», «El reino de este mundo» y «El siglo de las luces». Su fértil imaginación dotó a la literatura universal de algunos de los más recordados personajes de todos los tiempos.

Nacido en Lausana, Suiza, Carpentier cultivó con éxito, además de la narrativa, la crítica periodística cultural y el ensayo, y ostenta el título de ser el primer latinoamericano galardonado con el Premio Cervantes de Literatura. Igualmente, se destacó como teórico del mundo latinoamericano y caribeño, musicólogo y gestor de proyectos editoriales, plásticos y musicales.

Las obras barrocas «El siglo de las luces» y «El reino de este mundo» son las más conocidas a nivel internacional, además, se incluyen dentro de los más destacados referentes de la novelística latinoamericana, mientras su autor es considerado como uno de los intelectuales más excepcionales y descollantes de la vanguardia estética y el pensamiento cubano.

Cuando Carpentier contaba apenas con unos cuatro o cinco años, su padre, un arquitecto francés y su madre una profesora rusa, decidieron establecerse en La Habana.

El escritor, que en algún momento fuera estudiante de arquitectura, debió enfrentarse muy pronto a las duras realidades de la vida, pues no había alcanzado aún la mayoría de edad cuando su padre abandonó la familia y debió procurarse un sustento.

Para ello trabajó como periodista, aunque solo pudo ejercer la profesión durante tres años, pues el genio de las letras hispanas fue encarcelado en 1927 por su actividad política de oposición al dictador Gerardo Machado, y en 1928 abandonó Cuba para establecerse en París.

 

Aunque continuó su trabajo periodístico desde la capital francesa, fungiendo como corresponsal para algunas publicaciones cubanas, su contacto con la vanguardia, especialmente con el surrealismo, hicieron que se inclinara hacia la literatura y en 1933 publicó en Madrid su primera novela «¡Ecué-Yamba-Ó!».

Fue allí donde entabló amistad con los poetas de la Generación del 27: Pedro Salinas, Rafael Alberti y Federico García Lorca.

A finales de la década del 30 dio por terminado su exilio y regresó a Cuba, donde continuó su labor periodística en la radio y en revistas como Tiempo Nuevo y Orígenes. En 1945 se radicó en Venezuela, y tras el triunfo revolucionario de 1959 volvió a instalarse en Cuba.

En esa época, se desempeñó en las responsabilidades de director de la Editora Nacional y de vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura, como consejero cultural en las embajadas de Cuba en diversas capitales iberoamericanas y del este de Europa, y sus últimos años los pasa en Francia como alto funcionario diplomático en la embajada de París.

 

Su concepto de “lo real maravilloso” ha acompañado desde entonces a la capital cubana, La Habana, y ha sido parte del imaginario popular sobre esta pintoresca ciudad que hace poco arribó a su 504 aniversario.

Fuente: TeleSur

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