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Cuba recuerda sucesos funestos por golpe de Estado en 1952

Por: Liz Mariam Luna Ramos

En 1952, Cuba atravesaba por una difícil situación. El país estaba en manos corruptas que provocaban la pobreza, el hambre y el desempleo. Por esas fechas, Carlos Prío Socarrás ocupaba el cargo de presidente de la nación, y con sus miles de promesas sin cumplir, era otro cómplice más de la corrupción política administrativa y el entreguismo al gobierno americano.

En ese entonces, en La Habana corría el carnaval habanero, y las elecciones presidenciales estaban próximas a celebrarse. Fulgencio Batista, quien ya había desarrollado funciones presidenciales, aprovechó la oportunidad, diseñó y ejecutó un golpe militar que le dio nuevamente el control de la mayor de las Antillas.

En la madrugada del 10 de marzo de 1952 un grupo de soldados al mando de Batista tomaron los principales cuarteles de la capital cubana. Este suceso obligó a los militares a seguir las nuevas órdenes de quien se convertiría en el nuevo presidente de la República. En las provincias el acto fue simultáneo. En ciudades principales, como Santiago de Cuba y Matanzas, muchos jefes militares se opusieron, pero fueron convencidos a punta de pistola o falsas promesas.

Fulgencio al enviar a sus hombres a todas las posiciones, se dirigió a la Fortaleza Militar de Columbia, la principal del país en aquel momento, en una caravana escoltada por esbirros de la policía motorizada al mando del connotado asesino, teniente Rafael Salas Cañizares.

La acción no solo se llevó a cabo en los cuartes, sino también en los aeropuertos,  instituciones ministeriales y medios informativos. En horas tempranas las guarniciones de La Habana tuvieron nuevos jefes.

En la eufórica madrugada, el presidente Carlos Prío no asomó su cabeza, y buscó refugio en la embajada de México, ignorando por completo las peticiones de los jóvenes estudiantes, quienes pedían armas para enfrentar a Batista y sus hombres.

A partir de ese momento, el archipiélago cubano pasó a manos represivas, convirtiendo la etapa en una de las más sangrientas de la historia de Cuba.

Para aplicar su política, Fulgencio Batista creó, perfeccionó y reorganizó un aparato represivo en función de aplastar toda oposición posible, una de las fuerzas más corruptas y criminales que haya conocido el territorio insular.

Este golpe de estado significó desprestigio de los partidos tradicionales de entonces: Conservadores y liberales se sumaron al nuevo gobierno; los auténticos se dividieron en numerosas corrientes, todas desacreditadas, y el Partido Ortodoxo, fue presa de la pasividad, la división y el desorden. Pero a pesar de las desavenencias, este acto sumó a varios jóvenes a la lucha revolucionaria clandestina.

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