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A cien años de su luz

Por: César Gómez Chacón

Este 17 de noviembre de 2023 es un día de fiesta para la ciencia cubana. Hace exactamente cien años, en la finca Arroyón, cerca de Magarabomba, un poblado perdido en las vastas tierras del Camagüey, veía por primera vez la luz Orfilio Orestes Peláez Molina. Nacía el hombre que haría leyenda con sus estudios y su dedicación, por más de 40 años, al tratamiento de la retinosis pigmentaria, afección degenerativa de la retina, que condenaba a la ceguera total.

Un mínimo resumen de la vida el Profesor Peláez, bastaría para comprender la grandeza de un científico que ganó la confianza del pueblo cubano y de ese otro gigante de la historia nacional y mundial, que responde al nombre de Fidel Castro Ruz. De sus manos recibió en 1992 el título de Héroe Nacional del Trabajo de la República de Cuba.

Tenacidad, altruismo, honestidad, lealtad y honradez a la máxima expresión son adjetivos vinculados a un ser que hizo realidad cada segundo de su vida una idea que solía inculcar a sus estudiantes: “Aliviar el dolor humano compensa cualquier sacrificio.”

Doctor en Ciencias Médicas, especialista de Segundo grado en oftalmología, el “profe Peláez” fue pionero de los trasplantes de córnea en el país, se destacó en la cirugía de cataratas, glaucoma, pterigium, desprendimiento de retina y otras dolencias oftalmológicas. El “Signo del Tatuaje escleral” un novedoso proceder para la localización y extracción de manera precisa y segura de los cuerpos extraños intraoculares, es otro de sus grandes aportes a la cirugía ocular; así como sus significativas contribuciones al desarrollo de la Ergoftalmología.

Profesor Titular del Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, Peláez fue miembro de las Academias de Ciencias de Cuba, de México y de Cartagena de Indias, Colombia, así como de la Sociedad Ergoftalmológica Española y de la Sociedad Mundial de Ergoftalmología. Fue tutor de más de cien tesis de grado y posgrado, director de la Revista Cubana de Oftalmología a lo largo de más de tres lustros. Representó a Cuba en numerosos congresos médicos internacionales y publicó más de 150 artículos en revistas especializadas.

¿De dónde sacaba las fuerzas este intranquilo señor de pequeña estatura y amplio bigote gris, que comenzó su vida ordeñando vacas y cortando caña al amparo y tras el ejemplo de su padre?

Todo comenzó cuando aquel compañero de estudios fue diagnosticado y aconsejado por el propio profesor de Orfilio para que dejara el aula y se buscara un perro, porque su ceguera era inminente y sin retroceso. El amigo se quitó entonces la vida, y “la tristeza que sentí ante tan poco valor humano”, afirmaría años después en una entrevista, determinó el destino del joven Peláez.

Durante largos años de estudio y de sacrificios personales comenzó una impresionante carrera en el mundo de la oftalmología. Muchas veces en solitario, asumiendo muy adentro el sufrimiento de ser negado y mantenido al margen por sus propios colegas, fruto de burlas e injurias, Orfilio no cejó nunca en sus empeños por hallar las causas y el tratamiento de aquella enfermedad.

El triunfo de la Revolución cubana en 1959 lo sorprendería en plena madurez profesional, y a ella se dedicó en tiempo y alma. Asumió cientos de tareas como dirigente de hospitales y miembro del Parlamento del país, pero nunca se alejó de los laboratorios y la investigación de aquella dura enfermedad que condenaba irremediablemente a la oscuridad.

La vida premia a los audaces y a los perseverantes. Varias décadas después, el doctor Peláez dio finalmente con un tejido humano, que permite a un mismo paciente suplir la falta de nutrición de su propia retina, causa fundamental de la retinosis pigmentaria, una enfermedad mayormente hereditaria. Contaba Mariadela, su esposa y fiel colaboradora, que ese día no había una persona más feliz en el mundo que él.

Ya a mitad de los 80 del pasado siglo, Orfilio puso a punto un esquema integral para el tratamiento de la enfermedad con el objetivo de detener su avance, que incluyó el diseño de una novedosa técnica quirúrgica. La mayor recompensa fue la creación del Programa Nacional de Retinosis Pigmentaria, y su red de centros provinciales, que posibilita la atención multidisciplinaria especializada, tanto para los pacientes discapacitados como para sus familias.

La aplicación del procedimiento terapéutico logró detener el progreso de la enfermedad en alrededor del 70% de los casos atendidos, y una mejora de la visión en un 16% de ellos.

Escondidos tras su infinita modestia están los reconocimientos nacionales e internacionales recibidos  por el profesor Orfilio Peláez, entre ellos, el Premio Visión de la Asociación Internacional de Retinosis Pigmentaria de Los Ángeles, Estados Unidos, la condición de Miembro de Honor del Instituto Barraquer de Oftalmología, en Barcelona, España, de la Alcaldía de Venecia y de la Association for Research in Vision and Ophthalmology (ARVO), de los Estados Unidos de América.  En tres ocasiones recibió el Trofeo a la Calidad en los Servicios Médicos, en las ciudades de Madrid y Nueva York, durante los años 1995 a 1997.

Su corazón dejó de latir en La Habana, el 17 de enero del 2001, a los  77 años. Dejó para la posteridad una obra de incalculable valor y un epitafio que hoy suena más alto que nunca:

 “Tengo fe y absoluta confianza en los colegas de los equipos multidisciplinarios, en su juventud, capacidad científica, modestia, consagración al trabajo y fidelidad a mis principios, lo que me hace sentir seguro de que, llegado el momento de mi desaparición física, este hermoso Programa de Retinosis Pigmentaria, continuará siendo útil a todos los enfermos nacionales y de otros países del mundo que acudan en busca de atención médica.”

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