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Natalia Bolívar: mi nana era hija de esclavos y no la quiero mejor (Primera Parte)

Por: Sergio Pérez Hernández

Hace algún tiempo, en un enero friolento, me convocaron para asistir a la presentación de un nuevo número de la revista Temas en el aula magna de la Universidad de San Jerónimo de La Habana, cuando entré nunca pensé encontrarme con esta señora que presentaba el ejemplar, y para no defraudarme, de forma muy auténtica, comenzó presentando la revista leyendo la Letra del año. Ese fue mi primer encuentro más cercano con Natalia Bolívar. Nunca imaginé que algún día pudiera conversar con ella en un coloquio más personal.

S: Natalia, yo tengo que darte las gracias por existir, porque a mí siempre me ha llamado mucho la atención tu autenticidad.

N: Bueno, por existir no sé si muchos darían las gracias…(Risas)

S: Yo sí.

N: … pero de verdad que estoy muy contenta de estar aquí conversando contigo y de encontrarme verdaderamente muy bien, aunque yo pensé que podría llevar mejor los 80 años y de verdad que me han caído como un veinte de mayo…(risas).

S: Yo debo agradecerte, ante todo, las palabras elogiosas que tuviste para con mi ensayo sobre la novela de Dulce María Loynaz que se publicaba en aquel número de Temas que tú presentaste.

N: Era tremenda esa mujer. (risas). Esa tampoco era cobarde. Y la verdad que escribía muy bien.

S: Resulta imposible hablar con Natalia Bolívar sin mencionar a una gran intelectual cubana cuya obra, por suerte, tenemos ampliamente publicada en este país. Me refiero a Lydia Cabrera. Una de las mayores estudiosas de la etnología cubana. Se me antoja leerte una fragmentico del prólogo a su libro “El Monte”: “Es muy peligroso vivir aquí sin un resguardo. Ay, Cuba es tan brujera. Y ante cualquier accidente natural, al primer contratiempo que surge en sus vidas, aparentemente inexplicable o fácilmente explicable, [el cubano] sigue reaccionando con la misma mentalidad primitiva de sus antepasados. En un medio como el nuestro, impregnado de magia hasta lo inimaginable, a pesar de la escuela pública, de la universidad o de un catolicismo que acomoda perfectamente a sus creencias y que no ha alterado en el fondo las ideas religiosas de la mayoría. ¿Jesús no nace en el monte sobre un montón de yerba y para irse al cielo a ser dios no muere en un monte, el Monte Calvario? Siempre andaba metido por los montes. Era yerbero.”[1]

N: Mira, Lydia Cabrera no fue discípula de Fernando Ortiz como muchos piensan…

S: Estudiosa de su obra.

N:…Bueno, es que Lydia fue cuñada de Fernando Ortiz. Él se casó con la hermana mayor de Lydia, pero lo importante que ella tiene que es la memoria viva, sin ponerle ni una “g” más ni agregar nada. Ella preguntaba: ¿cómo tú pronuncias Elegguá, por ejemplo? Alguien decía “Elebguá”, o “Eleguá”, o “Échue Eleguá” y así lo escribía. Fíjate que son cosas distintas: un mismo concepto, pero de distinta forma escrita y hablada. Esa es una de las importancias más grande de Lydia, que recogió el término del propio, del legítimo hablante. Bueno, fíjate que ella no pone una bibliografía. Ahí está demostrada su autenticidad. Cuando se lee a Lydia se está en presencia de la trasmisión oral de todos los esclavos y sus descendientes que había en su casa. No te olvides de que Lydia Cabrera era hija de Raymundo Cabrera, y era una mujer de cultura muy bien formada, aunque mucha gente piense lo contrario. A veces yo pienso qué poco las personas se han dado al estudio de ver exactamente que esa fue una gran mujer, porque nos ha dejado un legado imprescindible del saber cultural cubano, de cómo hablaban y pensaban los viejos negros esclavos. Fernando es el científico, pero ella es la tradición oral. El que quiera entrar en estas religiones y quiera saber algo de esto tendrá que ir a ambas fuentes.

S: Yo siempre he pensado que usted es una mujer muy atrevida, porque con esos mostros del siglo XX: Fernando Ortiz, Lydia Cabrera, Alejo Carpentier, usted publica en 1980 Los Orishas en Cuba.

N: Bueno, fueron en el 90 cuando salieron a la luz pública…

S: …bueno, pero los escribió en el 80.

N: Además te quiero hacer una anécdota. Estábamos en el año 90 en Período Especial en una subasta de libros por allá por la Calle Monte en una librería y se subastaban La Biblia y la edición de Los orishas…, que se había agotado porque figúrate publicaban como 50 000 con carátulas de Lenin y todas esas cosas…(Risas). Bueno, el cuento es que yo voy con Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, que era como mi hermano, y le digo: Monseñor, aquí vamos a una subasta en pleno Período Especial, una subasta de un libro, aquí no cogemos ni 10 pesos, o sea, no coge la librería, quiero decir. Muchacho, y empieza la subasta y nos apostamos Monseñor y yo 100 pesos, ¡100 pesos en ese momento eran 100 pesossss!, y dígole: Oye, te apuesto 100 pesos a que yo te voy a ganar con Los orishas.., y él me dice: y yo también te apuesto 100 pesos a que yo te gano con La Biblia. (Risas). Bueno, allí, Monseñor lloraba de la risa y yo también, ¡nos divertimos tanto! Porque empezó a subir y Los orishas… cogieron 1200 pesos y La Biblia cogió 800. Ahí le dije: Te gané los 100 pesos, así que, como diríamos en buen cubano, “pasma el baro”.

S: Ese es el choteo que también tiene que ver con la tradición oral de la que hablaba usted antes y que tanto nos identifica no solo como cubanos, sino como caribeños.

N: Es que nosotros tenemos la virtud que nos salva de sabernos burlar de nosotros mismos.

(Fin de la Primera Parte)

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