Por: César Gómez Chacón
El 18 de junio de 1910, a los 58 años, fallecía en La Habana, su ciudad natal, Fermín Valdés Domínguez, el amigo entrañable de José Martí y Pérez.
La historia de amistad, camaradería, lealtad y compromiso con la causa independentista cubana unió a estos dos grandes patriotas desde la niñez más temprana. De suceso en suceso, etapa por etapa, algunas de separación forzosa, transitaron estos hombres imprescindibles en la historia de Cuba.
Juntos compartieron deberes escolares, juegos, gestos solidarios; y bebieron con avidez la educación y conocimientos brindados por el maestro excepcional que fue Rafael María de Mendive, quien les inculcó principios, valores e ideales patrióticos y políticos que les acompañarían toda la vida.
Fue así como se enrumbaron hacia la adolescencia y la juventud sus destinos, y juntos conocieron por primera vez el dolor de la injusticia y los castigos por su amor infinito a la Patria.
Los sucesos ocurridos en 1869 (Fermín tenía 17 años y Martí 16), cuando los voluntarios al servicio de la corona española descubrieron una carta donde ambos acusaban a un compañero de estudios como apóstata, por haber ingresado precisamente al cuerpo de voluntarios, llevó a Pepe a una condena de seis años de trabajo forzado en las canteras de San Lázaro. Fermín insistió en que era también autor de la carta, pero la caligrafía de Martí afianzó su culpabilidad. Valdés Domínguez recibió seis meses de cárcel. El hecho sellaría para siempre sus vidas.
Una experiencia demoledora aceleró el crecimiento político del joven Fermín. Cursaba estudios de medicina cuando es implicado en la acusación que derivó en el monstruoso fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina, el 27 de noviembre de 1871. Recibió una condena de seis años de cárcel. En lo adelante dedicó largos años y todas sus fuerzas a luchar con valentía por vindicar la memoria de aquellos mártires inocentes.
Los amigos volverían a coincidir en la Universidad de Zaragoza, Fermín se especializaba en medicina y Pepe se tituló en humanidades. Al finalizar tomaron rumbos diferentes, Valdés regresó a Cuba a ejercer su profesión, y el exiliado Martí continuó su incansable labor diplomática y política en busca de apoyo internacional para la causa cubana y en pos de la unidad entre los diferentes grupos de emigrados revolucionarios.
En la lejanía compartieron por cartas alegrías y tristezas, victorias y derrotas. Su encuentro en Nueva York, en 1894, después de años separados, fue un nuevo testimonio de la fuerza de su amistad y del vínculo indestructible por la causa de la independencia de Cuba.
Valdés Domínguez se unió de lleno a la organización de la Guerra Necesaria, cuyo principal organizador fue Martí. Estuvieron juntos en Nueva York hasta que Pepe, ya convertido en el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, partió a reunirse con el general Máximo Gómez en Montecristi. Fermín permaneció en aquella ciudad encargado de la recaudación de recursos para la contienda definitiva que se inició en Cuba el 24 de febrero de 1895.
La muerte en combate de Martí, el 19 de mayo, pocos meses después del último abrazo, significó para Fermín la pérdida irreparable de su hermano del alma.
Fiel a sus ideales, regresó en una expedición a Cuba y se incorporó al Ejército Libertador. Alcanzó el grado de coronel y como jefe de Sanidad Militar en los territorios en armas brindó atención médica a los soldados mambises heridos en combate. Estuvo presente en la Asamblea Constituyente de Jimaguayú y fue ayudante del gran Máximo Gómez.
La abrupta intervención militar norteamericana, que puso fin a aquella guerra ya ganada, frustró la independencia por la cual había muerto su entrañable Martí. Fermín le fue fiel hasta el último de sus últimos días.
Ya enfermo, se enfrentó a las corrientes anexionistas, y mantuvo vivo el pensamiento emancipador y antiimperialista de aquel Pepe del alma, al que le unieron los años de profunda hermandad, y la causa común por la Patria amada.