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Una caravana de liberación y triunfo en Cuba en 1959

La Caravana de la Libertad, un nombre que hace referencia a la marcha victoriosa liderada por Fidel Castro, emprendió un día parecido a hoy en 1959 desde Santiago de Cuba hacia La Habana.   

Los personajes principales, a menudo referidos como barbudos, abandonaban sus trincheras en la Sierra Maestra y las urbes, emblemas de la batalla y triunfo contra el dictador Fulgencio Batista, para unirse al acogimiento y al grito popular durante su travesía por las distintas ciudades. 

Hasta el 8 de enero, la caravana visitó Bayamo, Las Tunas, Camagüey, Ciego de Ávila, Santi Spíritus, Santa Clara, Cienfuegos, Matanzas y la capital. En cada parada, Fidel Castro detalló las acciones a realizar para cumplir con el Programa del Moncada, establecido en la Historia me Absolverá.  

En su última palabra, el abogado y líder señaló: “parecen victoriosas las fuerzas revolucionarias; el gobierno está constituido, reconocido por numerosos países del mundo, al parecer se ha conquistado la paz y, sin embargo, no debemos estar optimistas”. 

El líder señaló en el Cuartel Columbia de aquel entonces que, aunque los ciudadanos reían, se alegraban y expresaban su alegría, incrementaba «nuestra preocupación, porque más grande era también nuestra responsabilidad ante la historia y ante el pueblo de Cuba”.  

La segunda mitad del siglo XX representó la intensificación de la lamentable situación en todas las áreas del país caribeño y, simultáneamente, simbolizó el crecimiento del movimiento revolucionario, el despertar de la conciencia colectiva y un poderoso impulso popular que no dejó de luchar por derrocar a Batista y sus aliados. 

Juan Almeida Bosque, ex comandante del Ejército Rebelde, compositor y autor, quien falleció en 2009, afirmó en una ocasión que el panorama político, social y económico de la isla en aquel entonces representaba un «incondicional subordinación a Estados Unidos».  

Además, describió diversas particularidades de la fase como la corrupción gubernamental, la falta de trabajo, ciertos sindicatos desmantelados y otros bajo el control de los dirigentes; además, el homicidio de líderes estudiantiles y trabajadores, desalojos de campesinos, persecución y hurto al patrimonio público. 

Almeida insistió en el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 y la importancia de unirse ante una tiranía potente y poderosa con sus fuerzas armadas, aviones y tanques; en ese contexto, resultaba crucial aquella afirmación de Carlos Manuel de Céspedes: “era necesario atacar con la vergüenza”. 

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