Cuando terminó su combate y pasó la emoción del triunfo, Mijaín se quedó por un instante en el centro del colchón. Fue un momento casi imperceptible, como si quisiera respirar de una bocanada todo el oxígeno que hay dentro del Makuhari Messe Hall. Es el minuto más íntimo del campeón. Quizás el justo tiempo en el que recuerda la primera vez que ganó un combate, o cuando se propuso ser campeón olímpico.
Para Mijaín son 29 años desde aquel inicio. En tanto tiempo ganó cinco campeonatos mundiales y ahora llega a su cuarta corona olímpica. Nunca antes un luchador había repetido tantos títulos bajo los cinco aros. “Todos los atletas hemos tenido nuestros altibajos por la pandemia, pero llegar hasta aquí ha sido muy importante”, dice el hombre con el que hoy todos quieren conversar.
Uno de los primeros en hacerlo fue el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien lo elogió por la fortaleza mostrada en el colchón y el dominio en cada combate. A su vez, felicitó al colectivo de entrenadores y le reafirmó al campeón cómo el pueblo ha disfrutado su triunfo.
“Este es un triunfo para Cuba —le dijo Mijaín aun con la bandera encima— y es gracias a la Revolución y a Fidel que hoy estamos aquí. Le dedico mi victoria a él. Sin su visión para el movimiento deportivo no estuviéramos aquí hoy”.
Durante cada pelea el cubano lució inmenso, imponente. Cuando terminó la final un oficial técnico confesó que “parece de otro mundo”; otro dijo que “es un niño sin rivales”. Todos querían una foto, un recuerdo del hombre que ha engrandecido la lucha sin dejar de sonreír. Apenas faltan tres años para los olímpicos de París y muchos lo imaginan allá, pero el campeón prefiere la prudencia.
“Tengo que tomar un tiempo para descansar y pensarlo —confiesa—. Como dijo Fidel, mientras uno tenga capacidades físicas y mentales para hacerlo bien, no hay problema. Yo me siento bien y me voy cuando yo quiera”.