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¡Ningún miedo! (I)

Por: César Gómez Chacón

Durante muchos años, frente a lo que entonces era la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, había un gran cartel a todo color donde un miliciano, fusil en mano, gritaba desde su isla de palmeras a un balbuceante Tío Sam: “Señores imperialistas no les tenemos absolutamente ningún miedo”.

El cartel ya no existe hace mucho tiempo. El edificio que ocupaba la Sección de Intereses norteamericana junto al Malecón volvió a reabrirse como embajada de los Estados Unidos el 14 de agosto de 2015, un acto simbólico que acuñaba la decisión de ambas naciones por restablecer las relaciones diplomáticas, rotas por el gobierno de Dwight D. Eisenhower, el 3 de enero de 1961.

Cincuenta y tres años y 10 administraciones más tarde, el 17 de diciembre del 2014, los entonces presidentes de Cuba, Raúl Castro Ruz, y el estadounidense, Barack Obama, anunciaron su decisión de reanudar los vínculos diplomáticos entre ambos países vecinos.

Para reabrir la embajada se produjo la visita a Cuba de John Kerry, la primera de un Secretario de Estado de EEUU en 70 años. Y en el clímax del simbolismo fueron especialmente invitados a ese acto los tres marines yanquis que arriaron la enseña de la nación norteña en 1961, e izaron durante la ocasión una nueva en La Habana, lo que se interpretó como como un estandarte de paz. El mundo aplaudió entusiasmado.

Durante más de medio siglo 9 presidentes norteamericanos (salvo quizás la honrosa excepción de Jimmy Carter en los años 70) dirigieron contra Cuba sus políticas de guerra, terrorismo y agresiones de todo tipo. Los cubanos muertos como resultado directo de tales acciones rebasan en mucho la cifra de los tres mil. A ellos se suman otros miles de heridos y mutilados, viudas, huérfanos, padres y madres, hijos que jamás hallaron el debido consuelo.

El derribo en pleno vuelo del avión de Cubana de Aviación con 73 civiles a bordo, el 6 de octubre de 1976, fue la cumbre del odio. Los autores intelectuales confesos de aquel crimen nunca recibieron el castigo que merecían y murieron ancianos al cobijo de sus patrocinadores en el sur de la Florida. Quedó para siempre en la historia la frase del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la despedida del duelo por los caídos: “Cuando un pueblo enérgico y viril llora… ¡la injusticia tiembla!”.

Lo que parecía el inicio (al fin) de un período de normalización de los vínculos entre Cuba y los Estados Unidos concluyó con el mandato de Obama, el 20 de enero de 2017. Dos años y un mes duró aquel período de cierto sosiego para los habitantes de la isla rebelde.

Ciertamente, para nadie en Cuba fue un secreto que el señor Barack Hussein Obama II pretendía los mismos objetivos que todos sus predecesores: destruir la Revolución nacida el 1ro de enero de 1959. Reconociendo el fracaso de la anterior política de presiones y agresiones, el primer mandatario afro descendiente de los Estados Unidos apostó por un enfoque político más pragmático, “suave” para alcanzar similar resultado.

A la larga, se mantuvo el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba por los Estados Unidos desde el 3 de febrero de 1962, según la Proclama 3447 firmada por el entonces presidente John F Kennedy, que decretaba un embargo total del comercio con la isla.

A precios corrientes, los daños acumulados durante estas más de seis décadas de bloqueo (lo de embargo es un eufemismo) se estimaron el pasado 30 de octubre de 2024 en 164 141,1 millones de dólares, según informó a la Asamblea General de la ONU el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla.

Tampoco Obama dio un paso para dar respuesta a una histórica reclamación de Cuba, sin la cual nunca serán confiables las relaciones bilaterales. Perdió la oportunidad o no tuvo tiempo para tomar la decisión de devolver el territorio ilegalmente ocupado por Estados Unidos en Guantánamo, donde desde 1903 está enclavada la base militar, que hoy ocupa nuevamente los titulares de la prensa mundial.

Como si pudiera olvidarse que el paso frecuente por allí de todo tipo de embarcaciones de la marina yanqui, incluidos portaviones nucleares, y el constante sobrevuelo de la aviación “USANavy”, muchas veces sobre las aguas jurisdiccionales y el territorio nacional cubano, son un verdadero peligro a la estabilidad de Cuba y de toda la región del Golfo de México y el Caribe.

Solo desde 1959 a 1992 se contabilizaron más de 13 000 provocaciones y violaciones procedentes del interior del enclave militar estadounidense. Por tiros y otras acciones irresponsables perdieron la vida dos soldados y un número importante de civiles cubanos. Otros muchos han sido heridos y mutilados.

Sin embargo, distintas generaciones de combatientes fronterizos han permanecido firmes y serenas en sus puestos de combate. Jamás desde el lado cubano se ha devuelto una sola agresión, a fin de no provocar pretexto alguno para una escalada bélica, el viejo sueño imperialista.

La Brigada de la Frontera de las Fuerzas Armadas Revolucionarias es un baluarte seguro en la defensa del país; el muro de contención más cercano a las tropas norteamericanas que nunca debieron estar ahí.

Un grupo de muchachas del servicio militar voluntario femenino, y hasta estudiantes de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana, han sido y son parte de la invicta Brigada. Sus risas contagiosas seguramente se escuchan del lado de allá de las alambradas y los campos minados.

Porque del lado de acá –recuérdenlo siempre, señores imperialistas- no hay absolutamente ningún miedo.

//kbm

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