Estás aquí
Inicio » Culturales

Vivir y hacer una obra en Cuba

Por: Sergio Pérez Hernández

Antón Arrufat: las consecuencias del oficio

(Primera parte)

Muchos autores trascienden no solo por su obra, sino también por su actitud ante el oficio. Por ahí nos encontramos con este amigo de Lezama y Piñera, con este admirador de Dulce María Loynaz, lo mismo en la presentación de un libro o una revista, que en una conferencia en la Academia Cubana de la Lengua; porque él vive ese compromiso, esa especie de sacerdocio literario.

S: Muchas gracias por dejarme entrar a tu casa, otra vez.

A: Gracias a ti por subir hasta mí, y también por haberme mandado antes al Emperador, él siempre me apacigua…

(Risas)

S: ¿Qué y cuánto ha significado para ti hacer una vida intelectual en Cuba?

A: Mmm…, una colección de dificultades. Desde niño mi familia se opuso a que yo fuera escritor. Mi padre siempre me decía: ¿tú vas a ser escritor?, y me miraba muy serio, y yo que era un niño que tenía 12 años y ya escribía le dije: sí, y me dijo: ¿tú sabes que eso no da dinero, que eso no sirve para nada, que eso en este país no tiene ninguna consideración?, ¿cómo tú vas a ser escritor? Transfórmate en un abogado, defiende el dinero de la familia, estudia en la Universidad, vuélvete una persona de provecho. ¡Pero un escritor!, ¡Ah, por Dios, nunca pensé que tú me ibas a hacer ese daño!, me dijo mi padre. (Risas). Pero yo seguí insistiendo e insistiendo y lentamente me convertí en eso que se llama un escritor, que no sé realmente, nunca he sabido muy bien qué cosa es. Pero es una vocación, es un destino, un destino que uno mismo se elige, que puede dejar de elegir. En un momento determinado uno puede dejar de ser escritor, esa no ha sido mi voluntad y creo que voy a cerrar los ojos con este vicio. Con esto que he sido me fui abriendo paso con mucha dificultad y, al mismo tiempo, acompañado de grandes amigos como Virgilio Piñera,  Lezama, Calvert Casey, Guillermo Cabrera Infante…, y entonces así todos empezamos a trabajar en este país en lo que hace muy poco tiempo no valía nada.

S: Tú has sido muy consecuente con tu elección. Tú no has abandonado.

A: (Mira hacia arriba y piensa un sí). Sí…, si la consecuencia consiste en repetir, yo he sido consecuente.

S: Estoy pensando en Renan, el autor francés, cuando dice que el escritor debe ser consecuente con su trabajo, refiriéndose a una responsabilidad personal, ¿no?

A: Renan tiene una frase también que a mí me gusta mucho “un escritor solamente puede escribir con libertad si sabe que lo que dice no tendrá consecuencias”.

S: Sobre todo personales.

A: (Con sonrisa pícara). Sí, sobre todo personales.

S: ¿Ha sido el caso?

A: No, no ha sido el caso, no. He tenido algunas consecuencias graves – (Los ojos de la cara sonriente miran hacia todos los lados de su biblioteca desde el sillón donde se mece)-, que he sabido asimilar y olvidar. (Respira aliviado)

S: Tú has sido grande en la prosa y en el verso: novelista, ensayista, cuentista, poeta, dramaturgo. ¿Crees que la intención autoral exige la forma literaria? ¿Cómo se piensa eso: cómo se dispone el autor a escribir una obra de teatro, por ejemplo, o cómo sabe que lo que está sintiendo y pensando tendrá mejor forma de poema o de novela o de cuento?

A: Bueno, mira, ya yo no creo en los géneros, eso era una cosa de mi juventud, en que yo decía “me interesa escribir una obra de teatro” y pensaba cómo se puede escribir una obra de teatro. Ahora yo me imagino que hay una gran mezcolanza de géneros en lo que yo he escrito, y quisiera al final de mi vida (si tiempo me queda) escribir unas obras donde el género, los géneros (el teatro, el ensayo, la narrativa, la poesía) estén todos mezclados, de tal manera en que no se pueda decir “a esto le sobra porque esto es poesía o porque es una novela”. Esas cosas son difíciles de hacer, pero creo que ya las valoraciones de género no tienen mucha importancia; hay novelas que realmente parecen ensayos y hay ensayos que parecen novelas.

Continuará…

 

Deja una respuesta

Top