Por: César Gómez Chacón
» (…) para imponernos una Enmienda Platt con derecho a intervenir en el país cuantas veces les diera la gana, para imponernos una base naval en una de las mejores bahías del país, donde todavía permanecen, y para imponer el neocolonialismo en nuestra patria”. (Fidel Castro Ruz, 5 de diciembre de 1988)
La historia de las relaciones de Cuba con los Estados Unidos de América nació requetetorcida, tanto que todavía hoy no se endereza.
A finales de 1898 las fuerzas independentistas cubanas, después de casi treinta años de cruenta lucha contra el ejército colonial español, tenían prácticamente ganada la guerra. Cuba era país en ruinas, humeantes y cansados los cañones, desmoralizadas las fuerzas de la metrópoli… Parecía que finalmente la “fruta madura” caería por su propio peso en las manos de los norteamericanos. Pero ellos decidieron adelantar su propia ley de gravitación.
Fue entonces cuando los Estados Unidos (como harían tantas veces después a lo largo de la historia hasta hoy) se inventaron la explosión del acorazado Maine, justificación perfecta para intervenir militarmente en lo que ellos mismos bautizaron como la “guerra hispano-americana”, como si los españoles fueran aún un ejército a derrotar; y los patriotas cubanos no hubiesen estado allí, machete y fusiles en mano, junto a su inquebrantable decisión de independencia o muerte.
El primero de enero de 1899 entrarían “triunfantes” a Cuba las tropas norteamericanas. Sin embargo, la isla ocupada por sus acorazados y marines era solo una especie de limbo no deseado para los yanquis, un proceso “inevitable”, que debía ser superado. Poco tiempo después todo estaría bien cocinado.
El 25 de febrero de 1901 el Comité de Asuntos Cubanos del Senado estadounidense aprobaba una propuesta elaborada por el senador republicano de Connecticut, Orville H. Platt en contubernio con la Casa Blanca, y la colgaba como apéndice al proyecto de ley sobre gastos de su ejército.
La Enmienda Platt fue finalmente aprobada por la Cámara el 2 de marzo siguiente, y remitida al presidente William McKinley, quien la firmó un día después. Rápidamente, Elihu Root, secretario de Guerra de los Estados Unidos, envió una carta al entonces gobernador militar de Cuba, el general norteamericano Leonard Wood, donde explicaba los principios del instrumento jurídico aprobado.
Ardid y chantaje
Desde el primero de sus ocho artículos, la Enmienda Platt cercenaba la soberanía de Cuba, al prohibirle interactuar con el mundo sin la aprobación del gobierno yanqui, al que se le reservaba el derecho a decidir, según su conveniencia, sobre el futuro de la isla. Con ello quedaba también tácitamente establecido el derecho de las fuerzas militares norteamericanas a intervenir en el país cuando lo consideraran necesario.
Para lo anterior, los artículos VII y VIII de la ley señalaban como imperativo que “el Gobierno de Cuba venderá o arrendará a Estados Unidos las tierras necesarias para carboneras o estaciones navales en ciertos puntos determinados que convendrán con el Presidente de Estados Unidos.» Todo lo anterior –según la Enmienda- sería posteriormente refrendado por un Tratado de Reciprocidad entre ambos países.
La incertidumbre general en un país devastado por la guerra y las ansias truncadas de la independencia por la cual habían luchado los patriotas cubanos, iban a ser utilizadas para la maniobra que se orquestaba.
Se cuenta que el general Woods, en aras de dorar la píldora, hizo una jugada todavía más sucia y de total irrespeto a los delegados de la Asamblea Constituyente cubana, que él mismo había impulsado. Organizó un paseo y un banquete en un lujoso yate de la marina estadounidense, e invitó precisamente a un grupo de aquellos legisladores que debían redactar el punto sobre las futuras relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Un claro chantaje estaba implícito en aquella “negociación blanda”: o la Enmienda Platt era aceptada en la nueva Constitución de la República aún por nacer, tal y como fue aprobada en el Congreso yanqui, o Estados Unidos seguiría ocupando militarmente la isla. Y este era un fallo inapelable.
Pero no todo fue tan fácil como míster Wood y sus jefes pensaron. Un puñado de delegados asambleístas, insignes patriotas que habían luchado por la independencia, como los generales mambises Manuel Sanguily y Salvador Cisneros Betancourt, y el periodista y revolucionario Juan Gualberto Gómez, hombre de confianza del Héroe Nacional José Martí, se opusieron con fuerza al ardid de Woods y dieron la batalla al interior del órgano constituyente, y también de manera pública.
Una representación de los asambleístas viajó a Estados Unidos para expresar su total desacuerdo. Hubo también manifestaciones populares contra la ocupación militar. Pero todo fue en vano.
El 12 de junio de 1901, en una sesión secreta de la Asamblea Constituyente, fue aprobada la Enmienda Platt como apéndice a la nueva ley fundamental de la truncada república en ciernes. Dieciséis delegados votaron a favor y cuatro se ausentaron para no ser parte de aquel aborto jurídico.
Presionado por sus amos estadounidenses, el primer presidente de la caricatura de república nacida el 20 de mayo de 1902, (siempre le dicen Don) Tomás Estrada Palma, firmó el 16 y el 23 de febrero de 1903, en La Habana y en Washington, respectivamente, los tratados que la Enmienda estipulaba como obligatorios, entre ellos el acuerdo para el arriendo de tierras en Guantánamo y Bahía Honda.
Epílogo sin final
Se afirma que la Enmienda Platt fue abolida por el gobierno estadounidense en 1934, pero se trató más bien de una operación cosmética bajo el influjo de un fuerte movimiento popular en la isla. La firma ese año del Tratado Permanente de Relaciones Recíprocas entre Estados Unidos y Cuba era más de lo mismo. Nunca en realidad se negociaron las condiciones de la permanencia de la Base Naval estadounidense en Guantánamo.
Fue el gobierno revolucionario nacido el 1ro de enero de 1959 el que borró los últimos vestigios de la Enmienda Platt, y regresó a Cuba la independencia truncada por la ocupación militar en 1898.
Pero hasta hoy los sentimientos y las actitudes plattistas no han muerto del todo. Y la base yanqui en Guantánamo sigue siendo un puñal clavado en lo más profundo de la soberanía nacional.