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Tres momentos en la vida del optimista insomne

Por: César Gómez Chacón

Fidel no ha dormido prácticamente en los últimos días. Organizar hasta el detalle el asalto a los cuarteles le roba las madrugadas y le regala el  don de la ubicuidad. La Habana le resulta chiquita, y los novecientos y tantos kilómetros hasta Santiago de Cuba una distancia que se acorta por horas.

En las primeras horas de la mañana del 26 de julio de 1953 Fidel Castro sueña despierto. Lograr converger en un mismo plan, en un mismo sitio, y a la misma hora, a varios cientos de personas, la mayoría de las cuales no se conocían entre sí, fue algo que pudo lograrse. Hacerlos cruzar casi el país entero con armas, uniformes y otros pertrechos hasta la Granjita Siboney, de forma clandestina y en las mismas narices de los esbirros de la tiranía… También fue posible. El plan del asalto es casi perfecto. Todo va a salir bien. ¡Nos vamos!…

Horas después del fracaso, Fidel, su hermano Raúl y el pequeño grupo de sobrevivientes del Moncada, vencidos por el cansancio, se quedan dormidos cuando intentan llegar a pie hasta la Sierra Maestra. Son sorprendidos por el pelotón que encabeza el teniente Pedro Sarría, quien no cumple la orden de ejecutarlos en el acto.

El joven abogado asume su propia defensa en el juicio sumario por el asalto. Al final de su alegato, es él quien sentencia a la dictadura: “Condenadme, no importa, la historia de absolverá”.

Si salgo… triunfo

La noche del 21 de noviembre de 1956 Fidel Castro irrumpe en el apartamento de la calle Pachuca, Colonia Condesa en Ciudad de México. Lleva una bufanda alrededor del cuello y un abrigo azul marino sobre un traje oscuro. Su palidez es visible. Tiene fiebre y los bronquios inflamados. Hace varios días que sufre una fuerte gripe; lleva semanas sin dormir lo suficiente, y apenas si prueba bocado.

Anda como alma en pena por las calles bajo la lluvia. Debe cambiar de autos, de lugares donde pernoctar. La policía mexicana está sobre la pista de los futuros expedicionarios, y la prensa local comienza a hablar de una conspiración de cubanos contra Batista en territorio azteca.  Fidel se comunica prácticamente todos los días con el Cuate, para saber si el Granma ya está listo; se mantiene al tanto de las armas, las provisiones para el viaje y los muchachos escondidos en varios lugares de México; conspira a distancia con el grupo de Frank sobre los preparativos para el levantamiento en Santiago de Cuba.

Esta noche, sin quitarse los abrigos, en la habitación donde se encierra con Melba y Montané (sus compañeros del Moncada, y Chucho durante los dos años en la cárcel), les explica casi en susurro que si no zarpan cuanto antes, los esfuerzos, los sueños, las armas que aún les quedan, los hombres, el yate, todo y todos están en peligro. Se mueve a grandes pasos con las manos entrelazadas a la espalda. Y, como hablando consigo mismo, repite varias veces:

“Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo”.

¡Ahora sí!

La mañana del 18 de diciembre de 1956 sorprende a un Fidel Castro insomne, lleno de preocupaciones e incertidumbres en la finca de Ramón (Mongo) Pérez en las estribaciones de la Sierra Maestra, a donde ha llegado dos días antes.

El descalabro en el combate de Alegría de Pío, tres días después del desembarco del Granma en las Coloradas, dispersó a la incipiente tropa rebelde. Durante once jornadas, tras largas caminatas, la mayoría nocturnas, por montes y cañaverales, casi sin alimentos y con los soldados de la dictadura pisándole los talones, el jefe rebelde y dos de sus compañeros lograron encontrar por fin la finca de Mongo.

Pero esta mañana del 18, a eso de las diez, Primitivo Pérez, un trabajador de la finca devolverá al futuro comandannte la primera sonrisa desde el desembarco. ¡Mi hermano! ¿Dónde está? ¿Anda armado?, pregunta en ráfaga a aquel hombre que ha puesto en sus manos una cartera de piel con la licencia de conducción de Raúl en México. Primitivo le explica que la cartera le ha sido entregada más temprano por otro campesino, quien asegura haberla recibido en la madrugada anterior de manos del propio Raúl.

Sin tiempo que perder, y ante la duda de que pudiese resultar una trampa enemiga, el líder revolucionario envía a Primitivo de vuelta con un dato que solo puede conocer su hermano menor: el nombre de los extranjeros que habían venido en el Granma.

Efectivamente, horas más tarde llega la confirmación. Raúl está cerca de allí con cuatro combatientes más, todos armados. Fidel decide esperar la noche para el encuentro. Y así, al filo de la madrugada, se produce el abrazo entre los dos hermanos y aquel diálogo que pasará a la historia:

–¿Cuántos fusiles traes? –pregunta Fidel a Raúl.

–Cinco.

–¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!

Cinco años, cinco meses, y cinco días después del asalto al Moncada triunfa la Revolución cubana. Un Fidel Castro victorioso entra en La Habana el 8 de enero de 1959. Ya entonces lo intuye. En lo adelante, a causa de su incurable optimismo, nunca más volverá a dormir una noche completa. Durante aquel histórico discurso ese día en Ciudad Libertad, afirma:

“Si supieran, que cuando me reúno con el pueblo se me quita el sueño, el hambre; todo se me quita”.

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