Por: Sergio Luis Pérez Hernández
Aunque tiene condicionantes particulares, en la comunicación digital se deben respetar las normas lingüísticas generales, tanto ortográficas como gramaticales, que se siguen en otros soportes y tipos de texto. Es cierto que, por su carácter relajado y espontáneo, algunas de las manifestaciones de la escritura digital se asemejan más a las de una conversación. Este paralelismo acerca esta escritura a la oralidad y a su forma de expresarse, pero esto no implica que se deba emplear la lengua de una forma descuidada o que se puedan inventar nuevos códigos, salvo que sepamos con seguridad que pueden ser comprendidos por los destinatarios o que resuelvan nuevos retos comunicativos. Solo los impedimentos técnicos o lo contrario, es decir, el aumento de herramientas y la potencia de sus capacidades, así como las condiciones especiales de la escritura en estos entornos y en estos canales, pueden justificar en algunos casos ciertas licencias o recursos alternativos.
El mensaje debe ser legible en cualquiera de los posibles dispositivos, soportes y canales. Nuestros mensajes pueden aparecer en diferentes canales y pantallas. Un mismo texto o mensaje puede ser leído en distintos dispositivos que poseen pantallas con características diferentes (tamaño, brillo, interactividad), por lo que debe procurarse que el mensaje sea legible en cualquiera de los posibles canales. Esto afecta de forma muy especial a la elección de los formatos (colores, tamaños y tipo de letra, elementos ortotipográficos, etc.) y también a la longitud y la estructura de los contenidos. Una gran mayoría de los mensajes son, por tanto, multiformato, por lo que la forma se independiza del contenido. Una misma frase, incluso un libro completo, pueden tener muchos aspectos diferentes. Cuando circulan en el entorno digital han de ser lo que metafóricamente se ha denominado contenidos líquidos. De hecho, en muchos casos los lectores pueden elegir el tamaño de letra en el que leerán los textos en sus teléfonos, páginas web o libros electrónicos. A esto se suma que existen muchos canales de distribución diferentes, como son el correo, la mensajería instantánea o las redes sociales, con condiciones y usos particulares propios de ese canal.
La mayor parte de la escritura es pública. En muchos de estos canales la comunicación es pública y global (cualquiera puede leer un texto desde cualquier lugar del mundo) con la repercusión consiguiente del contenido y la forma de los mensajes. Antes de pulsar sobre el botón de «Enviar» o «Publicar» conviene revisar no solo el correcto uso de la lengua en el texto, sino también si refleja lo que queremos declarar públicamente. La percepción de que en Internet se escribe peor suele atribuirse simplemente al aumento del número de personas que pueden publicar sus textos de manera global, pero lo que realmente sucede es que nunca ha habido tantos niveles de escritura que gozaran de tal difusión y repercusión. Este grado de exposición y repercusión no siempre es tenido en cuenta por quienes intervienen en la Red.
Puede ser necesario adaptar la escritura si se quiere llegar a un público variado. Si se publica un texto en una red social o una plataforma abierta y se quiere llegar a un público amplio, se debe intentar evitar o reducir el uso de neologismos, regionalismos o creaciones particulares. Estos elementos, que no son necesariamente incorrectos, pueden interpretarse mal o no ser entendidos por parte de lectores de otras zonas o ámbitos. Como en otros contextos, en caso de que estas expresiones se quieran utilizar para un público general, es posible marcarlas con cursiva o con comillas. Asimismo, es conveniente tener en cuenta que, según las zonas, los posibles lectores pueden estar acostumbrados al trato de tú o de vos. También es importante conocer las diferencias que existen con determinados términos y expresiones en los distintos territorios donde se habla nuestra lengua si queremos adecuar nuestro mensaje al destinatario. El tamaño del grupo y la cercanía social de las personas a las que llegan los mensajes pueden asimismo hacer variar nuestra forma de escribir en un continuo entre lo coloquial y lo profesional.
Orden, coherencia y cohesión
La escritura en entornos digitales no está reñida con el orden, la coherencia y la cohesión. Aunque la brevedad y la claridad son fundamentales en la escritura digital, estas no deben primar sobre el buen uso de la lengua. Asimismo, la estructura de los textos puede adecuarse a las necesidades de una determinada plataforma, pero no en detrimento de estas características.
Escribir con naturalidad
Las estrategias para mejorar el posicionamiento de un texto en los buscadores de Internet, entre las que destacan la repetición de palabras clave o el uso forzado de títulos internos, no deben condicionar la naturalidad ni la legibilidad del texto. De hecho, las mejoras de los algoritmos que utilizan los buscadores trabajan en esta línea: valoran mejor los textos más naturales que los forzados para ascender en el orden y posición de ese mensaje entre los resultados de una página de búsqueda.
Estructuras que faciliten la lectura
La lectura poco pausada propia de los medios digitales, la abrumadora cantidad de información a la que los lectores se exponen, las continuas llamadas de atención del propio entorno digital a través de sonidos y notificaciones, o la seducción constante de los enlaces para abandonar la página en la que estamos —e incluso el tamaño minúsculo de muchas pantallas— hacen recomendable recurrir a estrategias que facilitan la lectura aligerando y organizando el texto. Entre ellas destaca el uso de los siguientes recursos: la profusión de títulos y subtítulos; los títulos autoexplicativos; los titulares y textos introductorios llamativos; la negrita, especialmente abundante, para destacar elementos y palabras clave; un léxico y una sintaxis sencillos con oraciones y párrafos cortos (de cinco o seis líneas como máximo); las listas, tablas o enumeraciones. En cualquier caso, pese a que todas estas estrategias se pueden considerar admisibles, en general deben utilizarse con mesura y responsabilidad. La búsqueda de la sencillez no debe llevar a la pobreza léxica y gramatical.
Contextualización e información de los mensajes
Las propiedades de las plataformas digitales y la inestable estructuración de las páginas pueden dificultar, por ejemplo, la asociación de un comentario o respuesta con el mensaje que han dejado los lectores. Tampoco podemos asegurarnos de que la clásica combinación de titular, texto y fotografía en un diario siempre se vea agrupada de ese modo, ya que los elementos pueden ser mostrados de forma separada. De ahí que sea importante asegurarse de que el texto es comprensible por sí mismo, ya sea contextualizando oportunamente las respuestas, ya sea aprovechando las funcionalidades de las que los medios disponen para este fin. Las limitaciones de espacio o la rapidez característica de muchas interacciones en medios digitales no deben suponer un ahorro excesivo de caracteres o palabras que pueda poner en peligro la correcta interpretación de un determinado mensaje. Las abreviaciones u omisiones pueden ser válidas siempre y cuando se usen con moderación y en el contexto adecuado.
Referencias temporales
En los textos creados con la intención de que sigan siendo leídos en el futuro, se deben cuidar especialmente las referencias temporales, de tal manera que no pierdan validez con el paso del tiempo. Es especialmente relevante este punto, ya que muchas páginas web actualizan sus fechas de forma automática, refiriéndose esa actualización algunas veces al último mensaje o a un elemento menor, lo que produce en muchos casos una confusa datación entre la fecha de creación de un documento y el momento en que este aparece en la pantalla de un lector. En algunas páginas web se muestra la fecha y la hora de creación, y también, de forma separada, la fecha y la hora de modificación. En algunos casos, dependiendo de los medios y las aplicaciones, incluso se pueden consultar las diferentes versiones que se han ido publicando a lo largo del tiempo.