Por: César Gómez Chacón
De pronto Silvio Rodríguez cae con su maza de tantas verdades en la Escalinata de la Universidad de La Habana, ese anfiteatro de piedra que guarda memorias, sangre y enseñanzas. Ese oasis con alas de colibrí para el amor más libre del mundo, y también sempiterna cuna de ideas y debates cuando Cuba y su Revolución se definen entre el todo o nada.
Y como maestro ambulante, como puente entre los tiempos y las generaciones, viene a poner las cosas en orden en una discusión donde las voces, la de él y la de un público ávido de explicaciones todas, se mezclan a guitarrazo limpio con los coros desafinados de tanta garganta emocionada. Todo vibra bajo la música de estos duendes fuera de serie, los versos y las segundas citas con otros tantos nuestros cubanos, y latinoamericanos, los que están, los que partieron. Son dos horas de aplausos y silencios a voces.
Cada tonada es albedrío, goce de memoria colectiva que nace desde el escenario y sube escaleras arriba, hasta el cielo con estrellas que de pronto son luces de celulares, allá donde se yerguen curso tras curso los brazos abiertos del Alma Máter. No hay peligros, ni resquemores. Se trata de una conversación sincera, revolucionaria, a la imagen y semejanza del trovador, bien lejos de regaños y paternalismos, de titulares de la prensa que esta vez no convocó a nadie, pero llegaron todos.
No importa si faltó el transporte, la luz en los barrios, las meriendas para tirar horas de espera y fiesta. Pareció de hasta la naturaleza se detuvo a escuchar y a cantar las profecías pasadas y futuras del poeta-cantor y viceversa. ¡Quién fuera tu trovador!

Los jóvenes (muy jóvenes) vinieron de a miles, ellas y ellos, a buscar sus verdades, a excavar en las raíces de un árbol que solo han visto languidecer y a cuyo tronco se han aferrado porque hay sentimientos que no llevan explicación, porque se inculcan en la sangre desde mismísimo cordón umbilical. Ellos confían. En ellos hay que confiar el futuro que ya son.
Los mayores olvidan por una noche ser padres y abuelos, porque han llegado con sus novias y novios de antes, y de ahora, con sus Yolandas, sus Evas y escaramujos de la vida; con sus viejos a cuestas en las almas, a confirmarles, a confirmarse ellos mismos que valió, que aún vale la pena seguir en la lucha. ¡Qué venga la esperanza de cualquier color!
El concierto debería ser (y es), ojalá, la posibilidad de leer entre líneas, entre risas y entre lágrimas, un mapa de lo mejor del contexto cubano contemporáneo. ¡Créeme!

La Escalinata, por unas horas, fue escuela y familia, fue Cuba, Palestina, Puerto Rico y Venezuela, fue el mundo en esta era que sigue pariendo corazones. La canción y el verso comprometidos son y seguirán siendo el mejor azimut para navegar en tiempos de tormentas.
No hay final para estos ángeles, que marchan cantando escaleras arriba y abajo, mochilas y guitarras a las espaldas.
¡Gracias Silvio! Gracias en nombre de los millones de necios que te seguimos, Revolución mediante, convencidos de que sí podemos.

Te doy de regalo esta canción que nos obsequiaste ayer como estreno y que te sitúa en el centro del contexto más contemporáneo:
Cualquiera que nace en Cuba
puede llamarse cubano,
aunque le guste la uva
más que el plátano manzano.
Cubano del escabeche
y cubano del lechón.
Cubano como la leche
y cubano de carbón.
Cubano que no adivina,
cubano de lucidez.
Cubano de dama china
y cubano de ajedrez.
Cubano con su cubana
y cubano transexual.
Cubano de Centrohabana
y cubano provincial.
Cubano de serenata,
cubano de echar un pié.
Cubano de dar la lata
y cubano de dar fe.
Cubano falsificado
y cubano original.
Cubano insubordinado
y cubano editorial.
Cubano de La Marina,
cubano del Malecón.
Cubano de las sardinas
y cubano tiburón.
