Cuando Roniel Iglesias terminó la pelea por la medalla de oro se arrodilló y acarició los aros olímpicos dibujados en el cuadrilátero. Es un gesto que simboliza toda una carrera marcada desde hoy por su segundo título en citas estivales. Su presencia en Tokio fue quizás la más cuestionada de la escuadra cubana de boxeo. Sin embargo, hoy Roniel demostró cuán acertada estaba.
Su victoria en la final ante el británico Pat McCormack llegó con un inobjetable 5-0. Solo en la primera ronda ante el japonés Sewonrets Quincy Mensah Okazawa el pinareño no fue arrollador, como si a sus 32 años volviera a vivir el estado de gracia que lo hizo convertirse hace nueve años en campeón olímpico.
“Solo los boxeadores sabemos todo el esfuerzo que hacemos para llegar. Quienes pensaron que yo no podía llegar aquí ahora tendrán que cambiar ese parecer. Mi familia y mi padrino siempre creyeron en mí, y yo siempre tuve presente qué podía dar y lo demostré ahora”, dice el pinareño.
Hace cinco años Roniel no logró llegar al podio en Río de Janeiro. Desde entonces muchos le cuestionaban su estado físico para soportar todo el combate, el talón de Aquiles que muchas veces lo colocó en el centro de la polémica. Sin embargo, ahora el antillano lució diferente.
“Tuve una preparación muy buena y muy enfocado en esta competencia. Es mi tercera medalla y cada una tiene su importancia. Este oro es para ratificar que soy un atleta de alto rendimiento, y me pone muy feliz conseguirla en esta división de 69 kg, porque es una de las más competitivas en el boxeo”, aseguró.
“Como me vi en esta competencia —confesó—, creo que llego a París sin ningún problema. No obstante, ahora paso a paso. Quiero participar en el próximo campeonato mundial y ver qué pasa ahí”.
Mientras Roniel peleaba, las gradas del Kokugikan Arena parecían un hervidero de cubanía. Varios miembros de la delegación, junto a los integrantes del buque insignia apoyaban al antillano. Entre ellos, Lázaro Álvarez, el hombre que minutos antes había conseguido su tercer bronce olímpico de forma consecutiva, también gritaba.
Esta vez tampoco logró subir a lo más alto del podio, pero le dio oficialmente al boxeo nacional su primera medalla aquí. Hay otras aseguradas, pero aun mucho están enfrascados en cambiarle el color. Es el buque insignia y hoy, con la resurrección de Roniel y la constancia de Lázaro, comenzó a ser fiel a su historia.