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Por: Yuniel Millán Acosta
Contar una historia es, tal vez, el acto más antiguo y humano de compartir aquello que somos. Sin embargo, hay relatos que nadie quisiera describir; memorias que dejan heridas profundas en quienes las detallan, las leen o las escuchan.
En el marco de la guerra, el periodismo se convierte en un hecho de resistencia y de humanidad, pues es el último puente de voz para aquellos que han sido silenciados y olvidados. Y, a veces, el precio de contar es la vida misma.
Leslie Alonso y Yodeni Masó, corresponsales cubanos de Prensa Latina, han experimentado ese costo de primera mano. Desde su labor en Líbano, se enfrentaron al peso de documentar el dolor y la injusticia, una carga que compartieron juntos.
Como reporteros y pareja, afrontaron el reto de cubrir la brutal agresión lanzada por el gobierno de Benjamín Netanyahu a partir de 2023 contra el enclave palestino, que luego se extendió a varias regiones de Líbano, incluido la capital, Beirut.
Este conflicto no presenta a dos ejércitos peleando en igualdad de condiciones; se trata de un Estado ocupante con total complicidad de Estados Unidos que ataca a un pueblo atrapado, rodeado y sometido a situaciones extremas que dejan una impronta de sufrimiento y desarraigo.
Desde cerca, ellos vieron la brutal realidad de los campamentos de refugiados palestinos, donde las familias sobreviven en duras condiciones, cargadas de la historia y la desesperación de quienes llevan generaciones esperando un hogar.
Allí, el dolor se puede palpar en cada gesto, en cada rincón, en el silencio de los niños que han aprendido a crecer en un lugar que, aunque no siempre recibe la atención que merece, resuena en el corazón de muchas personas en todo el mundo que se sienten identificados con la causa palestina.
Por una causa justa
Cuando Israel atacó el 7 de octubre de 2023 a Gaza, la vida de Leslie y Yodeni cambió de un modo que nunca habían anticipado. En aquellos días, experimentaron una angustia que los llevó a comprender mejor el sufrimiento de las personas a las que intentaban dar voz.
La ofensiva israelí los convirtió en desplazados temporales, obligándolos a mudarse, a cambiar de lugar cada vez que las bombas se acercaban un poco más. En medio del horror, su misión de dar visibilidad a los sucesos de la guerra se transformó en una causa mayor, una causa que, sin embargo, cobraba cada vez más peso en sus vidas personales.
A medida que los meses pasaban, la carga emocional aumentaba. Ambos vivieron momentos que marcaron un antes y un después en su percepción del periodismo. Uno de esos instantes fue la muerte de Farah Omar, una joven reportera libanesa que trabajaba para el canal panárabe Al Mayadeen, y que fue abatida por metralla desde un dron mientras realizaba su labor.
Farah fue blanco directo, al igual que su equipo. Su muerte es un recordatorio brutal de los riesgos inherentes a la profesión de informar, en medio de un conflicto bélico, de cómo las voces que buscan demostrar la verdad pueden ser silenciadas de la forma más atroz.
La noticia de su muerte les dejó un vacío; un indicio de que la siguiente bala o el próximo ataque podría tener cualquier nombre. En esos momentos, entendieron que las historias que relataban no solo son palabras; son vidas que cuelgan de un hilo y que, por alguna razón inexplicable, deciden continuar.
Para los dos, uno de los impactos más duros fue ver cómo el edificio donde vivía Wafyka Ibrahim, directora de Al Mayadeen Español y una gran amiga de Cuba y de Prensa Latina, fue reducido a escombros por un bombardeo. Aquello que alguna vez fue refugio, hogar, historia, desaparecía en cuestión de segundos. Cada rincón destruido era un trozo de memoria que se esfumaba.
El compromiso de seguir contando
El conflicto entre Israel y Palestina no es nuevo; es el eco de décadas de opresión, de un colonialismo que ha dejado huellas imborrables en los territorios ocupados y en la vida de millones. Para Leslie y Yodeni, jóvenes cubanos, cubrir este tema requería algo más que valentía; era necesario tener una sensibilidad especial, la capacidad de observar la realidad sin perder el compromiso con la humanidad que conecta a los seres humanos.
Cada día, cada campamento de refugiados, cada bombardeo, era una prueba de esa capacidad de mantenerse firmes sin perder el sentido de empatía y responsabilidad que los había llevado hasta allí.
La situación en Beirut se tornaba insostenible, y la decisión de evacuar se volvió inevitable. Les costó despedirse, aunque no abandonaron del todo el escenario del conflicto; siguieron pendientes, manteniendo el compromiso con las historias de aquellos que aún permanecían bajo fuego.
Más allá de informar
La guerra se llevó una parte de ellos, una parte que nunca volverá. Ya no son los mismos que llegaron al Líbano. Quizás llevan en su interior silencios imposibles de compartir, pero es parte de su misión darle voz a quienes han sido acallados.
A pesar de todo, regresan con el convencimiento de que su labor vale cada riesgo, cada lágrima, cada silencio, porque contar una historia en medio de la guerra no es solo informar; es recordarles a los vivos que hay vidas esperando ser reconocidas, que hay voces que, aun en medio de la oscuridad, merecen ser escuchadas.
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