por Liz Mariam Luna Ramos
Durante los años veinte el joyero turco Isaac Stéffano, un exitoso traficante de piedras preciosas de la aristocracia de Rusia, llegó a Cuba con un brillante de 23 kilates, amarillo del tipo canario y de dudosa calidad, adquirido por los machadistas a un costo que fluctúa, según las diversas fuentes, entre los 8 000 y los 12 000 pesos, con el dinero de una recolecta casi simbólica realizada entre los trabajadores, empleados, técnicos, arquitectos e ingenieros del Capitolio.
El diamante se colocó en el Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio, debajo de la cúpula y a los pies de la estatua que simboliza la República (la tercera estatua bajo techo más grande del mundo) y se ubicó en correspondencia con el kilómetro cero de la Carretera Central de Cuba.
En principio, se le colocó un cristal protector bastante ordinario para evitar que el público pueda tocar la joya y, en 1944, se instala un vidrio doble de unas tres pulgadas de espesor que es hecho pedazos de un simple puntapié por un policía deseoso de congraciar a varios turistas.
Una mañana de marzo de 1946 el brillante desapareció debido a la poca seguridad que tenía. En junio de 1947 apareció en la mesa del despacho del entonces presidente de la República de Cuba, Ramón Grau San Martín, de la misma manera misteriosa en que había desaparecido. El diamante fue colocado en el mismo sitio hasta 1973, fecha en que el Gobierno cubano decidió sustituirlo por una réplica, alegando motivos de seguridad.
Con información de Habana Radio.