
Por: Gabriela Velázquez Sánchez
Cuando se acerca el 14 de febrero las parejas, y los que no tienen pero pretenden encontrar una para esa fecha, y aquellos cuyas relaciones amorosas exceden las fronteras de la tradicional relación entre dos, se embarcan en la búsqueda del regalo ideal, de ese que afiance el afecto o ayude eludir la ambivalencia de “solo amigos”.
El origen del mito es incierto. Según la tradición oral, se iniciaron los festejos del 14 de febrero en tributo de un obispo llamado Valentín que continuó oficiando matrimonios pese a la renuencia del emperador romano Marco Aurelio Claudio. En algún punto la Iglesia decidió apropiarse y cristianizar cuanta celebración pagana encontrara.
Sin más excusa que la muerte de un hombre, que siquiera se tiene certeza de si existió o no, cada 14 de febrero los amantes, los amigos e incluso la familia se recuerdan unos a otros los lazos que los unen. Porque el 14 de febrero no es solo para los amantes, el amor tiene tantas aristas, tantas formas de construir gestos y palabras como es de complejo y lleno de matices el ser humano.
Se ama a la familia por ser el escenario de las primeras memorias, por ser el hogar al que volver; se ama a los amigos por ser la familia escogida y no designada; se construye el amor a uno mismo como la génesis del amor al otro.
En Cuba se ama con premura, con esa pasión que los foráneos asocian al Caribe. En este archipiélago no se reservan emociones, ni se niegan abrazos.