Por: César Gómez Chacón
Nueva flota rusa en La Habana
Como muestra de las excelentes relaciones de amistad entre Cuba y la Federación de Rusia, acaba de producirse, entre el 27 y el 30 de julio pasados, una nueva visita naval al puerto de La Habana, esta vez de navíos de la Flota del Báltico.
Integrada por el buque escuela Smólniy, el patrullero Neustrashimiy y el petrolero Yelnya, la presencia de los barcos fue calificada por las autoridades de ambos países como una “visita de trabajo”.
Las alarmas en los Estados Unidos y en algunas capitales europeas volvieron a sonar con insistencia. Las noticias fechadas en esos días por las grandes cadenas y agencias noticiosas de “occidente”, dan la versión unánime de que se trata de una demostración de fuerza por parte de Moscú ante el apoyo que Washington y Bruselas brindan a Ucrania en el terreno de guerra.
Sin embargo, un comunicado del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR) de Cuba, definió que arribos de este tipo constituyen “una práctica histórica del Gobierno revolucionario con naciones que mantenemos relaciones de amistad y colaboración”.
Por cierto, no solo hacen escalas amistosas en La Habana navíos militares del gran país euroasiático. Hace unas pocas semanas arribó a la rada capitalina el barco de la Marina Real canadiense Margaret Brooke; y el buque escuela Cuauhtémoc, de la Armada mexicana, es un frecuente visitante en la isla caribeña.
La visita de la Flota del Báltico da continuidad a otra de cortesía realizada a mediados de junio pasado por una agrupación integrada por la fragata Almirante Gorshkov, el submarino de propulsión nuclear Kazan, el petrolero Pashin y el remolcador de salvamento Nikolai Chiker, cuyas tripulaciones –como ahora– cumplieron un programa de intercambios oficiales y de paseos a lugares históricos y culturales de la capital cubana.
En ambos casos, la población habanera pudo subir a los navíos Gorshkov, Smólniy y el Neustrashimiy. Fue muy lindo ver allí juntas a las distintas generaciones de cubanos. Los que ya peinan canas, muchos graduados en la URSS y que aún se comunican perfectamente en ruso, hacían preguntas o daban muestras de amistad y agradecimiento a los marineros, cadetes y oficiales de la flota.
Mucho más interesante fue ver a los jóvenes que por primera vez tenían la oportunidad de estar sobre un buque militar y apreciar de cerca a esos muchachos rusos, que bajo la lluvia (en junio) no perdían la sonrisa, se dejaban fotografiar, ayudaban a subir y explicaban de todas las maneras posibles sobre los “secretos” de sus barcos.
Los cubanitos apreciaron por primera vez de cerca lo que sus mayores conocen e identifican como “el alma rusa”. Y los niños se veían radiantes de felicidad por esa aventura única que no olvidarán por el resto de sus días.
Tanto la visita de junio como la de esta última semana de julio constituyeron verdaderas fiestas de pueblo y de simpatía mutuas.
Realidades y no malas “interpretaciones”
Por más de 60 años, después del triunfo de la Revolución cubana en 1959, eran comunes los intercambios y la colaboración entre las fuerzas armadas de ambos países y este tipo de visitas eran práctica común. Hoy constituyen una demostración del estado saludable de las relaciones políticas, económicas y sin dudas militares entre ambos países.
El “desconcierto” y las malas “interpretaciones” de determinados gobiernos, y la algarabía guerrerista de sus medios de comunicación deben interpretarse más bien como de mucho recelo y hasta de infundado temor.
Con el resurgimiento de la multipolaridad, es evidente el progresivo deterioro de la influencia mundial de los Estados Unidos, incluso en la esfera militar, al tiempo que se consolida en América Latina la presencia económica de China, Irán y de la propia Federación de Rusia.
Ante la impotencia de detener estos procesos y la falta de respuestas económicas por parte del imperio, se retoma el viejo lenguaje de la guerra fría. Grandes “estrategas” como Donald Trump acuden al mismo léxico, al único lenguaje que saben utilizar, el de gritar “¡Ahí viene el lobo!”, o en este caso “el oso”.
Son muy claros los esfuerzos de Washington por modernizar la doctrina Monroe en pleno siglo 21. En esa ecuación, el fortalecimiento de las relaciones entre Cuba y Rusia, en este caso lo concerniente a las defensas mutuas, deja mal paradas las aspiraciones imperiales.
Para el archipiélago caribeño es la continuación de una política exterior independiente y no alineada con un querido y probado amigo. Es retomar en las nuevas circunstancias las alianzas que garanticen impedir cualquier intento que ponga en peligro la paz en la región.
Pese a las mentiras que se han difundido por los medios hegemónicos y por algunos políticos asustadizos o mal intencionados, la estancia de los buques rusos en Cuba no suponen una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos, que tiene alrededor de 80 bases militares y otros muchos medios de dominación en la región de América Latina y el Caribe, incluido el obsoleto enclave naval en la ilegalmente ocupada bahía de Guantánamo.
En última instancia, y sin ánimo de responder la sarta de sandeces, se trata, efectivamente, de un juego muy serio de demostración de amistad y confianza mutuas, y también de valentía y soberanía por parte de Moscú y de La Habana.