
El educador cubano, académico e investigador Orlando Terré Camacho, dialoga sobre los desafíos y oportunidades de la educación mundial y cubana, en medio de crisis globales y transformaciones necesarias. Entre reflexiones profundas y pasajes de su vida personal, reafirma su vocación de maestro.
Por: Valia Marquínez Sam.
—Profesor Terré, gracias por aceptar esta conversación. ¿Qué significado tiene para usted este diálogo en el contexto actual de la educación?
“Valia, gracias a ti y por supuesto a todos los televidentes que hoy pueden apropiarse de este diálogo que intentaremos desde mi punto de vista que sea un diálogo ameno, efectivo y por supuesto que logre de alguna manera dinamizar los procesos reales del sistema educativo internacional y por supuesto cómo ellos repercuten en la educación cubana”.
—Usted habla de dinamizar procesos. ¿Cómo definiría el momento actual de la educación en el mundo?
“Acudimos realmente a una crisis civilizatoria internacional, un momento de crisis en las naciones, de desigualdad social, un mundo unipolar y por supuesto un desgaste de la materia humana, es decir, de los principios que realmente definen la humanidad que atraviesa por guerras, atraviesa por cambios climáticos y por supuesto el gran desafío está ahí en cómo asumir este importante reto desde la mirada de la educación”.
—En medio de esa crisis, ¿qué lugar ocupa la esperanza?
“El siglo XXI lamentablemente atraviesa por la desesperanza. Quizás este término desesperanzador nos ubica en un modelo reflexivo para pensar y por supuesto para transformar nuestras formas de pensar en una mirada en donde la educación ocupa un lugar importante. Lamentablemente y por un informe reciente de la UNICEF, 288 millones de niños no asistirán a la escuela y se prevé que en el transcurso de estos cinco años que quedan para el cumplimiento de la Agenda 2030, seis millones de niños sumados a esta no lleguen a tener una educación”.
—¿Cuáles son los principales problemas que debemos resolver?
“Mira, analizar la educación en tiempos de crisis presupone de alguna manera pensar en problemas a resolver. Yo soy del criterio que más que detenernos a ver la problemática es buscar las soluciones a los posibles problemas. Toda barrera es una oportunidad.
Yo he trazado en mi análisis de la educación cuatro problemas básicos a resolver emergentes. El primero de ellos es transformar nuestra forma de pensar. Otra de las problemáticas también transita hacia la transformación de la escuela vista desde el currículum, desde el diseño del currículum. El tercer problema a resolver está desde la herramienta tecnológica, bajo qué condiciones nos movemos para enfrentarnos a este mundo del desarrollo tecnológico. Y por último hay que establecer nuevamente, hay que firmar un contrato social. Un contrato social donde la escuela, la educación responda a los intereses de nuestra familia”.
—Ese contrato social pasa también por la relación escuela-familia-comunidad. ¿Cómo lo ve usted?
“La escuela de insolitario no puede seguir educando, por lo tanto es necesario establecer un nexo escuela-familia-comunidad que no quede en el eslogan, sino que se produzca realmente una necesidad de intercambio donde cada una de las partes colabore con esta necesidad”.
—En la reciente conferencia de la UNESCO en Santiago de Cuba se habló de déficit de docentes. ¿Cómo lo interpreta usted?
“Yo soy un convencido de los encuentros, de los diálogos serios y productivos para un mundo mejor que desde mi condición es esperanzador y es posible. Recientemente, en la conferencia de la UNESCO celebrada en Santiago de Cuba, 44 millones suman el déficit de docentes en la región y, por supuesto, en el mundo. Y esto ya habla de una necesidad y también habla de una crisis en la demanda del docente que acude a nuestras prácticas”.
—¿Qué significa ser maestro en el siglo XXI?
“La docencia es compleja y la profesión de ser docente no únicamente radica en la vocación. Yo creo que el simple hecho de tener vocación por dar clases, por impartir o compartir los conocimientos no nos hace la mejor docencia ni al mejor docente. Mirar a la docencia en el siglo XXI es mirar al docente capaz no únicamente de dar o impartir conocimiento, sino en convertirlo en un mediador de las zonas productivas del aprendizaje.
Un docente de estos tiempos tiene que ser necesariamente creativo. Un docente creativo es un docente que innova, es un docente que constantemente investiga y desde el resultado de estas investigaciones genera procesos de creación y, por supuesto, creativos para la educación. Un docente de estos tiempos tiene que ser un docente comprometido, polifónico, que se adapte a las necesidades de sus alumnos, de sus familias, de su contexto y de su barrio, y por supuesto tiene que ser transformador”.
—En países como Cuba el maestro no siempre recibe reconocimiento económico. ¿Qué piensa sobre eso?
“Realmente, para los países en vías de desarrollo, incluidos nuestros países latinoamericanos y Cuba, el docente no es el mejor que recibe resultados económicos a partir de su práctica. Pero en eso no toma relevancia esta dimensión del docente. Esta no es una profesión que se define en economías, no es una profesión que se define en cuánto tiene. Es una profesión que se valida desde el amor infinito, desde el compromiso que tiene con otros y con él”.
—Usted ha dicho una frase muy fuerte: la educación es inclusiva o no es educación. ¿Puede profundizar?
“Yo creo que la educación es inclusiva o no es educación. Una de las cosas que se dan en el modelo educativo cubano nacional es el modelo que atiende la diversidad dentro y fuera de la escuela. Y esa necesidad de atender la diversidad ya presupone que sea un modelo que atiende a la persona, que la identifica no solamente por lo que no hace o por su déficit, sino que establece la potencialidad, busca los recursos que tiene la persona para ubicarlo y, por supuesto, obtener el mejor de los resultados”.
—¿Qué es lo que nunca debe faltar en la escuela cubana?
“Podrá faltar la tiza, nos podrá faltar el pupitre súper bien diseñado, nos podrá faltar incluso hasta el libro de texto, pero lo único que no podrá faltar en la escuela es la alegría, no podrá faltar la emocionalidad, no podrá faltar al docente que inspira y emociona, que comparte y que por supuesto guía y acompaña a sus estudiantes”.
—Hablemos de usted. ¿Cómo nació su vocación de maestro?
“El maestro Orlando es un ciudadano de esta tierra nuestra, cubana. En muchas partes del mundo me preguntan de dónde soy y siempre he dicho que soy cubano y también soy universal. Porque la misión del maestro no está únicamente en el territorio que ocupó su nacimiento, sino más allá.
Yo recuerdo que en mi pueblo donde nací, un pueblo llamado Calabazar de Sagua, desde que era muy pequeño ya ocupaba el rol de maestro. Dice mi familia que siempre me ocupé de los excluidos de mi barrio y que siempre los acompañé a la escuela. Fui monitor de asignatura, suplí a docentes que no llegaron y luego me integré al destacamento pedagógico glorioso Manuel Ascunce Domenech, me formé en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, regresé y por supuesto ocupé un lugar dentro de la sublime profesión de amor que es la educación especial”.
—¿Alguna anécdota personal que lo haya marcado en la niñez?
“A los siete años escribí una carta a la heroína Haydée Santamaría. Le decía que en los 20 años de Casa de las Américas yo quería haberle hecho un regalo, un libro, una obra de arte, pero que yo era un niño cubano. Haydée me respondió esa carta, la conservo también, en la que me decía que si hubiese pensado así no hubiese hecho la Revolución, que lo que me deseaba era que fuera un hombre de futuro. Y bueno, ese hombre de futuro y de presente soy yo”.
—Si le pregunto qué le falta por hacer, ¿qué me responde?
“Me falta por dar mi mejor clase. Creo que todavía me quedan fuerzas, creo que me quedan todavía deseos de impartir esa clase que hasta hoy no he podido dar”.
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