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Nunca más el Flora

Por: César Gómez Chacón

Situado en la zona roja de los huracanes en el Caribe, el archipiélago cubano, como el resto de las islas y los países del área, paga a veces demasiado caro el privilegio de pertenecer a una de las regiones más hermosas y agradables del planeta.

Con la proximidad del inicio de la temporada ciclónica, que se extiende desde junio hasta noviembre, aunque es entre agosto y octubre el período de mayor actividad, los cubanos viven acostumbrados a esa especie de ruleta rusa de la incertidumbre: ¿pasarán, o no pasarán los huracanes este año?

Una de las características únicas de Cuba, en comparación a sus vecinos del área, es su capacidad para enfrentar esos desafíos con resiliencia y solidaridad. Ante la posible llegada de un huracán, se activa un sistema de alerta nacional para la protección a tiempo de la población, las viviendas, el ganado y los principales objetivos  económicos del país.

La salvaguarda de la vida humana es sin dudas la mayor prioridad. Hoy, por lo general, pueden contarse con los dedos de una mano las víctimas fatales al paso de un huracán por Cuba, la mayoría por incumplimiento de las medidas de seguridad que garantiza el sistema encabezado por la dirección del gobierno y la Defensa Civil.

Pero no siempre fue así…

A sesenta años del Flora

El 26 de septiembre de 1963, las imágenes del satélite TIROS VII y los reportes de barcos, hicieron que los meteorólogos comenzaron a vigilar un complejo sistema nuboso que se hallaba a más de mil kilómetros al suroeste de la isla de Fogo, perteneciente a Cabo Verde. Se identificaba como Flora a la séptima tormenta ciclónica de aquella temporada.

Tres días después, el 29 de septiembre, a 900 kilómetros al este-sudeste de Trinidad, porción sur de las Antillas Menores, nacía el huracán Flora. El día 30 Un avión de reconocimiento encontró un ojo circular de 8 millas de diámetro y vientos huracanados de 230 km/h (categoría 4 en la escala Saffir-Simpson).

Pero eran las lluvias su arma más poderosa. Con un record todavía vigente de mil 448 milímetros en la comuna haitiana de Miragoâne, el Flora provocó en aquel país crecidas y deslizamientos de lodo que arrasaron varias comunidades. Se estima que el ciclón mató allí a 5 mil personas y provocó daños entre 125 y 180 millones de dólares.

En el camino hacia el Oeste estaba entonces Cuba.

Su interacción con las montañas de La Española, especialmente con el de la península de Tiburón, debilitaron en algo el huracán, que alcanzó la costa sur de Guantánamo en la tarde del viernes 4 de octubre de 1963.

Demasiado lentamente, el ciclón describió una insólita trayectoria en forma de lazo, primero por el norte de Oriente, luego al sur, este, de nuevo oeste para salir al Golfo de Guacanayabo, entrar de nuevo en tierra cubana, cerca de Santa Cruz del Sur, con vientos de 140 kilómetros por hora, y retroceder al nordeste para pasar sobre Las Tunas y Holguín y salir finalmente al mar por Gibara y alejarse de Cuba hacia el Atlántico norte, el 8 de octubre.

Un vaivén de presiones en la zona, en combinación con las características del relieve y otros factores meteorológicos y geográficos, provocaron fuertes e ininterrumpidos aguaceros, e inmensas inundaciones, que provocaron la muerte de entre mil quinientas y dos mil personas, e incalculables daños materiales.

Catalogado como “el más loco de los ciclones que han pasado por Cuba”, lo cierto es que el Flora constituye hasta la fecha la segunda mayor catástrofe natural documentada en la historia del archipiélago, luego del huracán del 9 de noviembre de 1932, que durante cinco días azotó Santa Cruz del Sur, en Camagüey.

Como marcó pauta desde aquellos días, y a lo largo de su existencia como líder de la Revolución Cubana, el Comandante en Jefe Fidel Castro, estuvo en el eje de la tormenta, dirigió personalmente las acciones de rescate incluso a riesgo de su propia vida. El entonces primer ministro de la República fue el último en abandonar, a punto de hundirse, el carro anfibio donde recorría las áreas inundadas. A nado logró ponerse a salvo.

Nunca más…

El 21 de octubre Fidel intervino por las cadenas nacionales de radio y televisión para hacer una valoración de los estragos ocasionados por el Flora y esbozó los pasos a emprender con el fin de evitar la repetición de tales desastres en el futuro.

La construcción de embalses (presas) y canales, lo que más tarde se conocería como voluntad hidráulica, garantizaba el dominio sobre las corrientes y crecidas de los ríos, al tiempo que solucionaba los problemas del abasto de agua para la población y la agricultura.

Le siguió poco después la constitución del Sistema de Defensa Civil y la constitución del Instituto de Meteorología, donde se unieron la ciencia y la voluntad del gobierno para hacer que nunca más se repitiera la catástrofe del Flora.

El Instituto pertenece actualmente a la Agencia de Medio Ambiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) y tanto desde su sede central en La Habana, como en los 13 centros provinciales existentes, incluido el del municipio especial de Isla de la Juventud,  se encarga, entre otras tareas, del pronóstico diario del tiempo, el monitoreo de la contaminación ambiental, la vigilancia del clima, y la investigación de los ciclones tropicales y los cambios climáticos.

Cuba posee hoy la experiencia necesaria y un amplio y moderno sistema de comunicación, que le permite llevar al pueblo la información temprana y el seguimiento en tiempo real de cualquier fenómeno meteorológico, así como tomar las medidas necesarias para la protección de la población y la economía del país.

El nombre de Flora fue retirado definitivamente de la lista de las denominaciones utilizadas para nombrar los ciclones en la cuenca del Atlántico tropical. Pero las duras lecciones que dejó aquel devastador huracán no se borrarán nunca de la memoria popular de los cubanos.

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