Por: César Gómez Chacón
«Hoy tuve el gusto de saludar a Jimmy Carter, quien fue presidente de Estados Unidos entre 1977 y 1981 y el único, a mi juicio, con suficiente serenidad y valor para abordar el tema de las relaciones de su país con Cuba…» (Fidel Castro Ruz, 30 de marzo de 2011)
El pasado 29 de diciembre, a los 100 años de edad, falleció James Earl Carter Jr., el presidente número 39 de los Estados Unidos. No por esperada, la noticia de su deceso conmovió al mundo.
El funeral de Estado ocurrió en la mañana de este jueves 9 de enero de 2025 en la Catedral de Washington, y reunió allí a los cinco presidentes vivos de Estados Unidos: Joe Biden, Donald J. Trump, Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton, algo considerado como extremadamente inusual.
Es indiscutible el legado de Carter en la política internacional, incluso después de concluido su mandato presidencial. De sus relaciones personales con Cuba, durante uno de los más álgidos momentos de la Guerra Fría, y en años posteriores, poco o nada se recordará por estos días en los medios mundiales.
Puede afirmarse que ninguno de los presidentes sentados ayer junto a su féretro dedicó un segundo a meditar al respecto. Difícilmente Barack Obama, quien durante su administración logró finalmente concretar la aspiración del fallecido mandatario de mejorar (y finalmente restablecer) las relaciones con el archipiélago caribeño, pronunciará por estos días una frase sobre el tema.
En unos pocos días, el señor Donald Trump tomará de nuevo la oficina oval, y cumplirá su promesa de apretar aún más la política anticubana.
Por el contrario, las reacciones desde La Habana ante el fallecimiento del exmandatario no se hicieron esperar. El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, a través de su cuenta en X, envió “condolencias al pueblo y Gobierno de Estados Unidos, en especial a la familia y seres queridos del presidente James Carter”, y resaltó que el pueblo cubano “recordará con gratitud sus esfuerzos en favor de la mejoría de relaciones, sus visitas a Cuba y su pronunciamiento en favor de la libertad de los Cinco”.
Por su parte, el ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez, también expresó “tributo y respeto al presidente James Carter, quien nos consta hizo esfuerzos por alcanzar una relación constructiva entre Cuba y EE.UU., visitó nuestro país y trabajó a favor de causas humanitarias”.
Tras bambalinas y abiertamente con Cuba
Con sus altas y sus bajas, sorteando los más disímiles obstáculos, en primer lugar los prejuicios del “establishment” en Washington y la animadversión de una parte de los emigrados cubanos en suelo estadounidense, las relaciones del presidente Jimmy Carter con el archipiélago, durante y después de su mandato, están compuestas por capítulos que merecen todavía mucho más estudio y reflexión.
Sus intentos de diálogo y de propiciar un cambio más inteligente y realista en la política hacia Cuba, durante los únicos cuatro años de su mandato, tropezaron una y otra vez con un muro que parecía infranqueable. Pero a él debe reconocérsele haber sido el único presidente estadounidense después del triunfo revolucionario de 1959 que, por escrito —aunque en una directiva presidencial secreta—, fijó su intención de iniciar un proceso para normalizar las relaciones con La Habana.
Sobre lo anterior, el intelectual e historiador cubano, Eriel Ramírez Cañedo, afirmaba en un artículo publicado en el sitio Cubadebate hace algunos años: «En 1980, en medio de la crisis migratoria del Mariel, Carter volvió a utilizar la diplomacia secreta con Cuba y, a través de emisarios que viajaron a la Isla a sostener conversaciones privadas con el Comandante en Jefe, Fidel Castro, hizo la promesa de que si salía reelecto en las elecciones de noviembre, en los primeros meses de su segundo mandato avanzaría como nunca antes hacia la normalización de las relaciones. Ya sabemos la historia, Carter perdió las elecciones frente al republicano Ronald Reagan…»
Sus esfuerzos desde entonces y muchos años después —abiertamente y también tras bambalinas— fueron finalmente recompensados con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países, el 17 de diciembre de 2014, de la mano del también demócrata, Barack Obama. No es secreto el papel y la influencia de Carter en el complejo proceso de acercamiento que llevó a aquel histórico acontecimiento.
Sus visitas a La Habana formaron parte de ese empeño. En mayo de 2002, Carter se convirtió en el primer expresidente de Estados Unidos en visitar la isla luego de 1959.
En su discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana afirmó que ni su país ni Cuba habían logrado definir “una relación positiva y beneficiosa (…) Debido a que Estados Unidos es la nación más poderosa, somos nosotros quienes debemos dar el primer paso”.
De aquella visita se recuerda con mucho cariño su participación junto al comandante en jefe Fidel Castro en la apertura de un partido amistoso de béisbol en el terreno del estadio Latinoamericano. Carter, ataviado con la gorra del equipo nacional cubano, “recibió instrucciones de Fidel” y lanzó la primera bola.
En marzo de 2011, el expresidente viajó nuevamente a la isla, donde tuvo la deferencia de hacer una visita familiar al líder de la Revolución en su propia casa. “Fidel Castro es mi amigo”, afirmaría a una periodista cubana.
Se reunió también con Raúl Castro, entonces presidente del país, y desarrolló un amplio programa de encuentros, que incluyó, entre otros, al titular del Parlamento cubano, la comunidad judía y los familiares de los cinco cubanos, entonces prisioneros en Estados Unidos.
Por eso, desde Cuba en estos días, cuando se supo de su fallecimiento, priman las expresiones de respeto por la pérdida de un gran estadista estadounidense, quien una y otra vez se esforzó por demostrar que, a pesar de las diferencias, ambos países vecinos debían y podían vivir en armonía.
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