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Isla de la Juventud: Entre nombres y tesoros

Discreta al sur de Cuba, la Isla de la Juventud puede presumir de la desmesura con que la han nombrado desde la época precolombina hasta el siglo XX. Tantas denominaciones colecciona que, incluso, una de ellas la sentencia como “la isla de los mil nombres”.

Y aun cuando el almirante genovés Don Cristóbal decidió bautizarla San Juan Evangelista al encontrarse con ella el 13 de junio de 1494 en su segundo viaje al Nuevo Mundo, lo cierto es que para los nativos habitantes ya había sido Camarcó, Ahao, Guanaja y Sigüanea.

Recoge la historia que a partir de ese siglo XVI comenzó el desfile de apelativos: Santiago, Santa María, San Pauli, Colonia de la Reina Amalia, Isla del Tesoro, Isla de los Piratas, Isla de las Cotorras, Isla Olvidada, Isla de los 500 asesinatos, Siberia de Cuba, Isla de las toronjas, Isla de Pinos…

Ese último fue el que predominó, de manera oficial, durante larga data. Incluso, todavía hoy el gentilicio de quienes allí viven advierte que es “pinero”, aunque desde 1978 esa pequeña porción de tierra pasó a llamarse Isla de la Juventud.

La nueva denominación se adoptó para rendir homenaje a la presencia mayoritaria de jóvenes que llegaron de todo el país para contribuir  a su desarrollo social. Pero, también, porque fue el destino para la formación de miles de estudiantes africanos.

Muchas y pintorescas designaciones, pues, acompañan la historia de ese Municipio Especial al que una buena parte de los cubanos suele decirle, simplemente, “La isla”.

En ella, sin embargo, otras singularidades pueden otearse a través de las fabulosas narraciones de corsarios y piratas, bucaneros y contrabandistas que la convirtieron en refugio y cuartel general de sus fechorías en el Mar Caribe.

A lo largo de varios siglos renombrados forajidos franceses, británicos, españoles y holandeses la tomaron de base para  saquear las flotas de galeones y buques mercantes que trasladaban las riquezas extraídas por los españoles de sus colonias.

Incluso, algunos estudiosos consideran que sirvió de inspiración para la obra del escritor inglés Robert L. Stenvenson, La isla del tesoro.

Impregnados de leyendas, los fantasmas de Francis Drake, Jean Latrobe, Francis Leclerc, Henry Morgan, Jean Laffite, Pieter Pieterzon Heyn (Pata de Palo), Thomas Basquerville, John Hawkins, Van Caerden, William Dampier y Pepe el Mallorquín, entre otros célebres, salpican todavía los mitos de tesoros escondidos.

Según la creencia popular, las cuevas, los montes próximos a las costas, las playas y los fondos marinos ocultan enterramientos de tamañas fortunas arrancadas a los pueblos del continente americano y que hoy queda como  herencia del patrimonio histórico de la Isla de la Juventud.

(Tomado de Cubasí)

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