
Por: Cynthia Ibatao Ruiz y Valia Marquínez Sam.
La primera vez que Katiuska Blanco se encontró con Fidel Castro fue mucho más que un simple momento periodístico. Era joven, apasionada por la investigación y la escritura, y no imaginaba que aquel diálogo inicial marcaría el rumbo de su carrera. Desde ese instante, comenzó una relación profesional basada en la confianza, el respeto y la certeza de que la historia de un hombre como Fidel no podía contarse sin rigor ni sensibilidad.
Con el paso de los años, Katiuska no solo fue testigo cercana de su vida, sino que también la convirtió en palabra escrita. De sus manos han salido textos que capturan la dimensión humana, política y cultural del líder de la Revolución cubana, obras que han trascendido fronteras y que hoy forman parte de la memoria histórica de la nación.
—Su vida profesional no se puede contar sin Fidel ¿Recuerda su primer encuentro personal?
—Al principio lo vi como parte de una multitud. En una reunión sobre educación secundaria, yo había investigado el tema y él me preguntó mi nombre. “Katiuska” tiene que ver con el momento histórico: había instructores soviéticos en Cuba entrenando a cubanos en el manejo de cohetes “Katyusha”. Luego, tras un viaje que reeditaba la expedición del Granma, escribí un libro que le enviaron. Me mandó a buscar y hablamos de Don Quijote, La guerra y la paz, Martí, su relación con María Mantilla, las razones de su carga final… fueron horas de conversación.
—En su libro Todo el tiempo de los cedros, aborda la relación de Fidel con Vietnam. ¿Qué veía él en ese país?
—Decía que era “el ejemplo imperecedero de cómo un pueblo pequeño puede vencer a un enemigo mucho más poderoso”. Admiraba la sabiduría de Ho Chi Minh para unir liberación nacional y social. Recuerdo que en 1973, en Quang Binh, un paisaje lunar por los bombardeos, vio a campesinos seguir sembrando. En Vietnam del Sur, subió a la colina 241 antes de que llegara un tifón. Asistió a niños heridos, y el pueblo le regaló un tanque M48 capturado a Estados Unidos. Fue el primer líder que llegó al territorio recién liberado, corriendo riesgos reales.
— ¿Y con Ho Chi Minh?
—Lamentaba no haberlo conocido en persona. Visitó su cabaña, se impresionó por su modestia y consideró una genialidad su capacidad para combinar tradición milenaria y marxismo-leninismo. Recordaba que José Martí llamaba a Vietnam “el país de los anamitas”.
—China es otro capítulo importante.
—Fidel conocía y respetaba profundamente la historia china, su resistencia contra el Japón y su aporte a la Segunda Guerra Mundial. Fue el primer país de América en establecer relaciones con la República Popular China, enviando a Che Guevara. En sus últimos años, ponderó el papel que tendría China en un mundo multipolar. Tras recibir a Xi Jinping, me habló de “un país que crece sin humillar ni imponer, buscando acuerdos que favorezcan a todos”.
—¿Qué continente le conmovió más en su relación con Fidel?
—África. Para él, el continente más golpeado por el imperialismo. Estuvo siempre al lado de Angola, Namibia y contra el apartheid. Mandela lo recordaba como el primer líder en apoyar su causa. “Regresamos con los cuerpos de nuestros caídos —decía Fidel— y sin otro beneficio que crecer humanamente”.
— Usted ha dicho que Fidel no es del pasado.
—Exacto. “Él es del futuro”, porque en sus escritos hay respuestas para los desafíos de hoy: el racismo, el fascismo, el genocidio palestino, la recolonización de África, hasta dilemas éticos sobre inteligencia artificial o neurociencia. Estudiarlo es prepararse para el mañana.
— ¿En qué trabaja ahora mismo?
—Un libro para niños y adolescentes sobre la vida de Fidel: El joven de las colinas. También asesoro proyectos audiovisuales y preparo materiales sobre sus alertas frente al fascismo.
— ¿Qué aprendió de Fidel como periodista?
—Que el periodismo no se divorcia de la militancia. Que hay que estar en las calles cuando el pueblo lo necesita. Y que la única forma de actuar con lucidez es informarse y prepararse todos los días.
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