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Ernestina: enfermera de profesión y guerrillera de corazón

Fotos de la autora y del archivo del Centro de Estudios Che Guevara

Entrevista realizada en octubre del 2017, a propósito del aniversario 50 de la caída en combate del Che en Bolivia. Ernestina falleció el 27 de abril del 2021. Esta fue una de sus últimas declaraciones a la prensa.

Por: Mariley García Quintana

La Historia de cualquier nación nos parece muchas veces una cadena de acontecimientos encabezados por hombres y mujeres invencibles, especie de superhéroes, inmortalizados por las narraciones que nos enseñan desde que comenzamos a estudiar.

Pero más allá de los protagonistas, que no son personajes con súper poderes salidos de caricaturas, sino seres humanos con virtudes y defectos, encontramos una tropa de valientes guerreros de los que a veces poco o nada conocemos.

Ese es el caso de la mujer que inspiró esta entrevista, una de esas heroínas casi anónimas, que cuando conmemoramos este octubre el aniversario 50 de la caída en combate del Comandante Ernesto Che Guevara, tiene mucho que contar de las luchas rebeldes en la región central del país.

Facsimilar de nota enviada por el Che a Ernestina Mazón en diciembre de 1958 durante la Campaña de Las Villas.

Ernestina Mirtha Mazón Crespo o sencillamente Ernestina, fue de aquellas jóvenes santaclareñas que, como muchas a lo largo de la Isla, llevaba en su bolso útiles de maquillaje mezclados con decenas de balas de fusil, que recolectaba en la ciudad para luego enviarlas al Ejército Rebelde, junto a las armas que escondía en el falso techo de su casa dentro de tanques rellenos de arroz, frijoles o maíz.

-¿Cómo recuerda aquellos días de lucha revolucionaria?

“Días tristes, pero también alegres. Días en los cuales festejabas por haber logrado capturar y esconder en un lugar seguro las armas y municiones del grupo o días en los que llorabas la muerte de un compañero cercano, asesinado en el cumplimiento de alguna misión, entonces maldecías y te culpabas, pero al final seguías adelante.”

“En ese ir y venir pasaban nuestras vidas y mis mejores años.”

Enfermera de profesión, graduada en 1953, pocos meses antes del Asalto al Moncada, Ernestina era parte activa del Movimiento 26 de julio en Las Villas. Así conoció a sus más grandes amigas y compañeras en las tareas revolucionarias, entre ellas Margot Machado y Aleida March, quien sería años más tarde la esposa del Che.

Así encontró al eterno y único amor de su vida, ese que todas soñamos al estilo de la mejor telenovela, su querido Chiqui, (se refiere al destacado luchador clandestino Chiqui Gómez Lubián), quien le fue arrebatado para siempre por el fallo de un artefacto explosivo, que iba a ser colocado en la sede del Gobierno Provincial en Santa Clara (hoy Biblioteca Provincial Martí).

“Pero no hablemos más de temas tristes, aunque es inevitable cuando se trata de la guerra”, afirma Ernestina, “pregúntame cómo conocí al Che para que te rías con la anécdota”, me dice ahora con el mismo brillo de felicidad en los ojos de una muchachita de 20 años.

“Desde que tuve que subir al Escambray porque ya estaba “quemada” en la ciudad quería conocerlo, pero para eso pasaron varios meses”.

“Después de la toma de Güinía de Miranda, a finales de 1958, la columna subió al campamento a preparar el nuevo combate, entonces el Che va al hospital de la guerrilla donde yo laboraba como enfermera y ahí me lo presentan. Nunca olvidaré ese momento”.

“El Che caminó hacia la cama donde yo estaba curando un herido, entonces me levanté de un salto, entre asustada y nerviosa, él extendió la mano para saludarme, me miró de arriba abajo y me dijo: ¡Qué delgadita es! La verdad creo que yo no pesaba más que un fusil en aquella época”, ríe la anciana de 89 años.

Aleida Guevara March y Ernestina en una de sus últimas fotos poco antes de fallecer.

-Cuénteme una anécdota de esos tiempos de combatiente…

“Jamás olvidaré la prueba más grande que me impuso el destino como profesional: hacer un parto en medio del lomerío”.

“La embarazada, una joven hija de una familia campesina que vivía en la zona, asustada por los aviones enemigos se había ocultado en una cueva de las montañas donde los guerrilleros la encontraron y la trasladamos a nuestro campamento, en el cual el Che puso a su disposición los escasos recursos médicos que teníamos”.

“Todo salió muy bien y la madre del recién nacido bautizó Ernesto al pequeño, en agradecimiento a mi ayuda y porque era el nombre del Che. Fue el primer niño nacido en ese territorio liberado por el Ejército Rebelde”.

-Conmemoramos este año el aniversario 59 de la Batalla de Santa Clara, ¿dónde estaba la Ernestina combatiente y enfermera en ese momento?

“Durante aquellos días ya yo estaba trabajando en el hospitalito de campaña de la Columna 8 en las lomas del Escambray, pero estaba loca por bajar de nuevo a la ciudad. Me conocía cada escondrijo de Santa Clara con los ojos cerrados y quería ayudar a los guerrilleros, aunque se me asignó otra tarea”.

“Al principio no estuve muy contenta con mi misión, sin embargo, discutirle una orden al Che era imposible. Me pidió quedarme en el campamento de Gavilanes, cuidando a los heridos más graves, por mi experiencia en esa labor, por eso no bajé con ellos a la Batalla de Santa Clara, estaba cumpliendo órdenes del Che”.

“Después comprendí que el jefe había puesto en mis manos una tarea importante, porque para el Che el cuidado de los heridos y de los recursos de la guerrilla era primordial. Ese fue mi granito de arena a aquel combate, a pesar de estar bastante lejos de la ciudad”.

Aleida Guevara March, Celia Machín Guevara y Ernestina Mazón.

-Fue una mujer muy afortunada al haber trabajado bajo las órdenes del Guerrillero Heroico ¿qué es lo que más recuerda de él?

Una sonrisa nostálgica ilumina los labios de la anciana y los recuerdos del jefe, del guerrillero y del amigo asoman a su rostro.

“¡Imagínate! De una persona tan singular se recuerda mucho; un hombre de un carácter muy enérgico, muy exigente, porque al que más le exigía era a él mismo. Solidario y atento con todos los compañeros, de gran inteligencia militar, gran facilidad de palabras, sincero, pero lo que más me llamó la atención de él fue su respeto hacia los prisioneros”.

“En el campamento teníamos 17 prisioneros de guerra y su orden era atenderlos médicamente si lo necesitaban, brindarles los mejores alimentos de la tropa y sobre todo respetarlos, no maltratarlos ni física ni verbalmente, eso nunca lo toleró”.

“Altar” al jefe y al amigo en la sala de casa de Ernestina.

-Octubre de 1967 fue un mes gris para los cubanos y latinoamericanos ¿qué sintió al recibir la noticia de la muerte del Che?

Toma en sus manos una estatuilla de bronce con la figura del Che que tiene sobre una vitrina donde le pone flores y velas, comienza a hablar. Con lágrimas en los ojos y la voz convertida en un susurro, Ernestina trae al presente recuerdos inolvidables de un tema considerado prohibido y al cabo de 50 años sigue ahí como el primer día.

“No podría explicarte lo inexplicable. No hay palabras que describan lo que sentí, lo que sentimos todos y principalmente los que tuvimos la oportunidad de conocerlo y luchar con él”.

“Yo supe la noticia cuando hacía mi turno de guardia en el Hospital Materno santaclareño, y lo primero que vino a mi mente fue la imagen de Aleida y los niños”.

“La pérdida de una persona querida siempre es dolorosa, más aún si sabemos las condiciones terribles en que sucedieron los hechos; murió porque lo asesinaron en desventaja de condiciones, pues  nunca hubieran podido matarlo cara a cara en un combate. Lo que sentí fue simplemente terrible”.

“Mi consuelo es que ellos solo lo desaparecieron físicamente, porque está vivo en todos los que creen en él. Me emociona ver que muchas personas, sobre todo los jóvenes, lo ven como un símbolo, incluso como un santo”.

“A pesar de que el mundo cambia todos los días, su figura recurre constantemente al presente, porque inspira respeto e inmortalidad, por eso él sigue ahí: porque su luz es eterna».

 

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