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Por: Yuniel Millán Acosta
Cada día comienza temprano para Mónica. A las 06:30 de la mañana ya está despierta colando el café, tratando de anticipar lo que será otra jornada dedicada a cuidar a su padre Ramón. Este ritual matutino es uno de los pocos momentos de paz que ella tiene para sí misma.
En silencio se prepara mentalmente para lo que se avecina: las repeticiones, las confusiones, los momentos de tristeza, pero también los destellos de conexión. Hace cinco años Ramón fue diagnosticado con alzhéimer.
Mónica sabe que ya no hay un “buenos días, mija”. Ramón puede mirarla con ojos vacíos sin reconocer a la hija que ha estado a su lado toda su vida. Ese es uno de los aspectos más desgarradores de la enfermedad: perder a alguien que está físicamente presente, pero mentalmente se va desvaneciendo.
El desayuno es un desafío. Con la mirada perdida, Pipo, como también le llama su única hija, no recuerda cómo usar los cubiertos o deja de comer porque ya no reconoce la función de la comida frente a él. Sin embargo, con infinita ternura y paciencia, como si fuera la primera vez, la mano de Mónica le guía.
Durante las horas siguientes, ambos juegan con rompecabezas o miran fotos familiares. A veces una imagen desencadena un recuerdo, y por un breve tiempo, Ramón parece volver a ser la persona que solía ser. Aunque es un destello de luz en medio de una larga noche, es una sensación de alivio para su cuidadora.
La afección está empeorando. Ramón ya no recuerda ni su nombre. Hay días en que él se irrita, frustrado por no entender su entorno, y grita o llora. Esos son los días más difíciles para Mónica, cuando su corazón se siente pesado y la impotencia la abruma. Pero incluso en esos momentos, ella recuerda que su padre no pidió esto; no eligió perder sus recuerdos ni su identidad. Nadie lo haría.
El ciclo se repetirá mañana, y al siguiente día, y al siguiente. Cada minuto trae su propio conjunto de desafíos. Pero Mónica sabe que en medio de todo hay un hilo inquebrantable de amor que los conecta. Es lo único que la enfermedad no podrá robarles.
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Un trastorno cerebral irreversible y progresivo
La enfermedad de Alzheimer es un trastorno cerebral irreversible y progresivo que afecta principalmente a las personas mayores, siendo la forma más común de demencia. Esta afección se caracteriza por la destrucción gradual de la memoria y las habilidades cognitivas, lo que interfiere con la capacidad de realizar actividades diarias.
Los síntomas de este padecimiento suelen desarrollarse lentamente y empeorar con el tiempo: desde olvidar nombres o eventos recientes, incluso tener dificultades para encontrar las palabras adecuadas, seguir conversaciones o realizar tareas que requieren múltiples pasos.
A medida que este trastorno avanza, los afectados pueden no reconocer a familiares o amigos, y pueden experimentar cambios en su comportamiento, como ansiedad o agresividad.
Los primeros síntomas pueden ser sutiles y a menudo se confunden con el envejecimiento normal. Sin embargo, es crucial reconocerlos para buscar atención médica temprana.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que para 2050, el número de personas con este tipo de demencia podría triplicarse, de ahí que el Día Mundial del Alzheimer, celebrado cada 21 de septiembre, busca incentivar la toma de conciencia sobre este mal.
Actualmente, no existe una cura para el alzhéimer. A pesar de eso, hay tratamientos disponibles que pueden ayudar a manejar los síntomas y retrasar su progresión.
Historias que se repiten
La historia de Mónica y su padre Ramón es solo una de miles. Esta enfermedad neurodegenerativa no solo roba los recuerdos de quienes la padecen, sino que también afecta profundamente a sus custodios.
Desde una visión humana, la experiencia de Mónica refleja la de muchos cuidadores que, día tras día, deben lidiar con la frustración, la tristeza y la impotencia de ver cómo sus seres queridos pierden la capacidad de recordar.
El cuidado de una persona con el mal de Alzheimer no es solo físico, sino también emocional. Las personas en la misma situación de Mónica suelen experimentar altos niveles de estrés y desgaste mental, lo que resalta la importancia de tomar conciencia sobre la necesidad de apoyo, tanto para los pacientes, como para sus familias.