Por: María Fernanda Terry Pérez
Un, dos, tres y…,marcando con precisión un ritmo clásico, sale al escenario la bailarina Erika Prieto Corona y dibuja con su cuerpo unos pasos ligeros que rozan la brillantez.
La joven de 17 años, que estudia en la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, ha sabido enfrentarse a los desafíos que le ha impuesto el mundo de la danza desde sus cuatros años de edad. Entrenamientos diarios, desgaste físico, ensayos de largas horas…una zapatilla caída en medio de la función, la cuarentena durante la pandemia de la Covid-19, «pero, a pesar de esto, me encanta como queda el resultado, o al menos, me dedico a pulir mis técnicas para que resulten bien en las presentaciones. Es un compromiso conmigo y con el público».
Continúa en la puesta, abarca todo el escenario y resalta su expresión de deseo, furia, alegría, tristeza, valentía. Los espectadores la observan con detenimiento. Tiene una prestancia que cautiva a los que la ven y es difícil olvidarla.
Desde los 4 años, Erika Prieto ha demostrado su interés por la danza, especialmente por el ballet clásico. (Foto: Janny Corona)
Aunque ha incursionado también en bailes populares cubanos y españoles, el ballet es el arte que la motiva desde niña porque «a través de la delicadeza y el cuerpo puede contar una historia».
Ya en su segundo año de nivel medio se siente orgullosa de haber formado parte de obras como Carnaval de Venecia, Cupido, Paquita, Corsario, La Bella durmiente y de haberlas interpretado en varios teatros de la capital cubana como el Nacional, el Martí y el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
Danza como si soñara con los pies. No se detiene la muchacha que tiene a Gretel Morejón, Anette Delgado y Yolanda Correa como las mujeres que la inspiran para avanzar en la búsqueda de su perfección artística.
Erika sigue superándose para alcanzar la perfección artística. (Foto: Janny Corona)
Un, dos, tres y…mira a un lado y al otro, juega con el vestuario, alza la pierna. Un, dos, tres pirouettes, salta, no pierde el equilibrio ni el compás. A través de sus movimientos, Erika transmite la pasión que tiene por su profesión, especialmente, por el Ballet Nacional de Cuba al cual desea ingresar una vez que se gradúe.
Termina lentamente la coreografía y sonríe cuando hace la reverencia típica de los bailarines. El público rompe en aplausos interminables. Erika decide buscar con la vista a su familia desde el escenario y se le ilumina el rostro cuando los localiza. «Solo puedo decir que han sido todo para mí. El ballet implica inteligencia y constancia, pero si tienes a personas que te acompañen en este camino agotador, sabes que todo continuará de la mejor forma».