Por: Mariley García Quintana
Allí, en pleno corazón del Escambray villaclareño, hace 67 años se genera energía eléctrica desde las aguas del único lago intramontano de Cuba.
Casi esculpida en la roca del lomerío, a 348 metros bajo el nivel del suelo, la Hidroeléctrica Robustiano León convierte el caudal del Hanabanilla en electricidad, esa misma que en los últimos días fue el epicentro desde donde comenzó a levantarse un país, tras la desconexión total del Sistema Electroenergético Nacional.
Luego de superar el impacto del descenso, aclimatar los ojos al cambio de iluminación y adaptar el olfato a la humedad que desprende la loma, descubres un mundo totalmente desconocido, dominado por equipos que constantemente marcan números y parámetros, teléfonos que no dejan de sonar, hombres que entran y salen con la precisión milimétrica del dato preciso en el momento exacto.
Quienes exhiben con orgullo las canas de más de 30 o 40 años de labor en ese otro universo casi ajeno a la superficie, cuentan las proezas de un colectivo adaptado a crecerse ante dificultades inmensas, ese mismo que en 1964 recibió al Che, años más tarde a Fidel, y que ahora, en uno de los escenarios más complejos que ha vivido la Isla, otra vez, ha sabido ser David frente a Goliat y no perder la batalla.
Otros más jóvenes ya acostumbran sus rutinas a las jornadas de 24 horas que permanecen en el cuarto de control, donde un “pestañazo” puede significar un error y un error es casi imperdonable, cuando de esta pequeña gigante dependen millones.
Hoy la única de sus tres unidades en funcionamiento genera unos 14 MW; sin embargo, la tarea de la Robustiano León va más allá: ella también actúa como punto de estabilización de aquella electricidad proveniente de otras fuentes y esa es la clave para el equilibrio del inicial sistema de microislas de nuestro territorio, así como su posterior enlace con la región oriental y sus principales Centrales Termoeléctricas.
Entonces en este punto es cuando entiendes tal vez en toda su dimensión lo que puede conseguir la voluntad y la inteligencia de un puñado de hombres, de los que no renuncian ante los obstáculos propios de la obsolescencia tecnológica, los riesgos de tantas horas en condiciones habitables bien difíciles, dejando allá arriba en el “mundo normal” problemas, familia, hijos, amores, para vivir en el centro de la tierra y hacer la magia de convertir agua en electricidad.
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