
Por César Gómez Chacón
Como en los peores tiempos de la Guerra Fría o de la vieja época de las cañoneras, los Estados Unidos han desplegado una poderosa fuerza naval en el mar Caribe.
El zafarrancho de combate de los últimos días –coinciden varias fuentes– incluye más de 4 000 infantes de marina, varios destructores, aviones de reconocimiento, un crucero de misiles guiados y un submarino nuclear. Analistas internacionales resaltan que la magnitud de la operación no guarda proporción alguna con el supuesto objetivo de combatir los cárteles de droga, como se han encargado de hacer creer el Pentágono y la Casa Blanca.
La orden del orate Donald Trump, de recurrir al ejército de su país para luchar contra el crimen organizado en altamar, parecería una broma de mal gusto y fuera de tiempo, si no resultara tan tremendamente amenazadora. Es como pretender cazar ratones con cañones.
Se trata de una nueva bofetada a la región que hace apenas una década fue proclamada por los países de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) como Zona de Paz.
Lo que está en juego no es un episodio pasajero, sino la estabilidad de toda América Latina y la vigencia del principio de soberanía, tantas veces vulnerado a lo largo de la historia.
Venezuela: el blanco señalado
A la peligrosa escalada se añade un hecho sin precedentes en los tiempos que corren: el gobierno de Estados Unidos puso precio a la cabeza del presidente Nicolás Maduro Moros. Como en el viejo Oeste made in USA han sido impresos y publicados en Internet carteles del mandatario bolivariano con recompensas millonarias (que aumentan por semana) a quien proporcione información que permita capturarlo. Como si eso fuera posible sin una agresión militar directa a la patria de Bolívar y Hugo Chávez.
El presidente Maduro respondió con firmeza que “ni un millón de recompensas podrán doblegar la dignidad del pueblo venezolano”, y subrayó una vez más que detrás de la maniobra se esconde la obsesión de Washington por el control de las mayores reservas de petróleo del planeta.
Hacer sonar los tambores de guerra, convertir al Caribe en tablero de operaciones bélicas es un nuevo intento por mantener a raya a gobiernos soberanos e independientes en un inmenso territorio que la potencia del Norte sigue considerando su traspatio. Estados Unidos repite el viejo guion de siempre: sanciones económicas, campañas de descrédito e intimidación militar contra aquellos que no se pliegan a su hegemonía.
Se multiplican las voces de rechazo
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba ha expresado en una enérgica declaración su denuncia a la presencia militar naval y aérea de Estados Unidos en el sur del Caribe. El despliegue “bajo falsos pretextos” constituye una amenaza directa contra la región y un acto que ignora la voluntad expresada por los pueblos latinoamericanos en su aspiración de vivir sin tutelas ni injerencias, señaló La Habana.
El canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, enfatizó que detrás de estas operaciones se oculta una agenda corrupta impulsada por sectores ultraconservadores de Estados Unidos, entre ellos el senador Marco Rubio, quienes buscan disfrazar una vez más con mentiras prefabricadas lo que en realidad constituye un ejercicio de intimidación. “No se trata de proteger a nadie, sino de abrir nuevas opciones de intervención militar”, advirtió.
Las denuncias de Cuba y Venezuela han encontrado eco en otras capitales de la región y del mundo. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, recordó que ningún país latinoamericano debe ser tratado como patio trasero y que cualquier intervención será entendida como una agresión contra todos. Otros gobiernos de América Latina y el Caribe han hecho sentir igualmente su preocupación. Desde México, voces oficiales reiteraron que la única vía posible es el diálogo y el respeto mutuo. Y en organismos internacionales, representantes de China, Irán y países africanos han expresado su rechazo a la peligrosa escalada. Rusia ha reafirmado en más de una ocasión el apoyo a sus aliados en la región.
La Doctrina Monroe como trasfondo
Lo que se intenta revivir hoy es la lógica de la Doctrina Monroe y aquella frase de “América para los americanos” que desde el siglo XIX ha servido de justificación a los Estados Unidos para intervenir en el espacio latinoamericano. Es la misma mentalidad de quienes aún creen que desde los pasillos de Washington pueden decidir el destino de millones de personas en esta parte del planeta.
Los pueblos de la región conocen demasiado bien la historia de agresiones todavía recientes: Playa Girón en 1961, Granada en 1983, y en 1989, con un pretexto similar al que ahora se esgrime, fue invadida Panamá, con un saldo de miles de muertos y barrios enteros arrasados por las bombas yanquis. Hoy los guiones se reciclan con nuevos nombres, pero la lógica es la misma: imponer por la fuerza la voluntad imperial.
Cuba –bloqueada, amenazada y agredida por más de seis décadas– sabe mejor que nadie lo que significa vivir en el peligro de ser blanco de tales embestidas; por eso su voz tiene una autoridad moral indiscutible cuando llama a detener ahora mismo el despliegue naval norteamericano.
Lo que está en juego es la paz, no solo de nuestros pueblos del continente, sino del mundo todo.
La actual escalada militar de los Estados Unidos en las aguas del Caribe es irresponsable y tremendamente peligrosa.
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