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Cuba recuerda la caída en combate de Henry Reeve

Este 4 de agosto se cumplen 146 años de la caída en combate de Henry Reeve. El Inglesito -como lo apodaron los mambises- resultó ser uno de los jefes que Máximo Gómez consideró todo un carácter militar.

Para el dominicano, el joven oficial norteamericano poseía valor fuera de toda duda y, contrastando con su juventud, un estilo de mando poco común determinado por sus cualidades de nobleza, rectitud y seriedad.

Con el nombre de Henry Earl abordó el vapor Perrit que llegó a Cuba el 11 de mayo de 1869, procedente de Estados Unidos. La expedición al mando de su coterráneo, el general Thomas Jordan conducía a la isla parque abundante para la guerra y un gran número de patriotas de la Isla y voluntarios estadounidenses que intervendrían en la contienda independentista.

Después de desembarcar, en una zona de la costa norte oriental cercano al poblado de El Ramón, en el estero de Canalito, hicieron contacto con las tropas españolas. Ahí tuvo su bautismo de fuego en tierra cubana quien llegó como simple soldado y ordenanza y alcanzó, en poco tiempo, pero haciendo despliegue de mucho arrojo en los combates, el grado de general de brigada.

Enrique el americano, como también se le reconoció, era neoyorquino y procedía de una familia presbiteriana. Había nacido un cuatro de abril de 1850 y al ingresar en las filas del Ejército Libertador lo hacía con el aval de su participación en la Guerra de Secesión, pues simpatizaba y lo movilizaba una enérgica convicción antiesclavista.

Manuel de la Cruz, estudioso de la vida del El Mayor Ignacio Agramonte, en cuyas tropas combatió Henry Reeve, dice que este joven voluntario norteamericano aprendió el idioma español auxiliándose de un ejemplar del clásico Quijote y que al expresarse en castellano lo hacía con una correcta pronunciación pero con la facundia que caracteriza el hablar de los cubanos.

Era opinión de Máximo Gómez que en la guerra, ciertos lugares, como también algunos hombres, adquirían celebridad por los hechos que en ellos o por ellos se sucedían. Henry Reeve, sin lugar a dudas, debió ser una de aquellas personalidades que El Generalísimo tuvo en mente cuando pensó en los elegidos e imprescindibles de la historia.

Su vida en los campos de batallas por la independencia de la ínsula y por la abolición de la esclavitud, institución que despreciaba profundamente, estuvo llena de peripecias y acciones sorprendentes, matizadas de una osadía sin límites que lo colocaron en la condición privilegiada de los hombres que se definen como héroes.

Tras ser apresado en uno de los combates que libró en tierras holguineras al poco tiempo de su arribo, en muy difícil y extraordinaria circunstancia, logró escapar de una ejecución por fusilamiento donde recibió varios impactos de balas. Herido y deambulando por un territorio que apenas conocía, fue rescatado por mambises y conducido a uno de sus campamentos.

Integró el grupo aguerrido de la Caballería Mambisa que, bajo las órdenes de Ignacio Agramonte, el ocho de octubre de 1871, protagonizó una de las hazañas más significativas de la Guerra del 68, el rescate del brigadier Julio Sanguily, prisionero de las fuerzas españolas.

En una de aquellas legendarias batallas libradas por las fuerzas montadas del Ejército Libertador donde combatió, recibió una herida que le limitó el andar. Con una prótesis en su pierna derecha y ajustes en la cabalgadura siguió, después de varios meses de recuperación, enfrentando al enemigo e infringiéndole derrotas.

Muchas fueron las acciones en las que participó, como muchos también los escenarios donde puso a prueba su capacidad táctica y militar. Conocedor de la guerra de guerrilla tuvo como centro de operaciones, durante la campaña a occidente, la Ciénaga de Zapata, y como arma eficaz, la tea incendiaria que dejaba sin posibilidades económicas y de abastecimiento al ejército español.

El cuatro de agosto de 1876, tratando de romper el cerco de un adversario numéricamente mayor, en un enfrentamiento en las llanuras de Yaguaramas, recibió varios impactos de bala que lo derribaron de su caballo. Mal herido e imposibilitado para seguir en el combate, prefirió quitarse la vida que dejarla a merced de sus enemigos.

Sobre Reeve y su muerte en combate dijo el historiador de La Habana, doctor Eusebio Leal Spengler: «Impresionaba el disparo en la sien, como símbolo del valor y el decoro militar, los tiros de la ejecución fallida en la caja torácica, y la marca de otras tantas magulladuras. Pero sobre todo la pierna, la pierna deshecha, atada con cueros y varillas de metal, que sostenía a aquel nuevo batallador de la antigüedad en su concepto».

Los nuevos héroes de batas blancas, que integran el contingente de médicos y enfermeras que combaten epidemias y desastres en todo el mundo, llevan con orgullo su nombre y honran su ejemplo.

(Con información de Adelante y Granma)

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