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Cuba en el punto más caliente de la Guerra Fría

Foto: Archivo

Por: César Gómez Chacón

La Crisis de los misiles, en Octubre, en el Caribe…

“Debo decir que la actitud del pueblo, en cuanto a decisión, valor y disciplina, ha superado todo lo que los más optimistas pudieran haberse imaginado nunca (…) Que, inclusive, hombres y mujeres que hacían críticas a la Revolución, en esta hora decisiva salió a relucir en ellos el fondo patriótico y revolucionario y han ido a enrolarse (…) para una lucha que, según todas las perspectivas, puede ser una lucha seria, tremenda, una lucha que puede realizarse con armas convencionales o con armas atómicas”. (Fidel Castro Ruz, comparecencia ante la radio y la televisión cubanas, 1º de noviembre de 1962)

La guerra venía de todos lados. Desde el triunfo de la Revolución y aun antes de este, los planes del gobierno norteamericano, secundado por el Departamento de Estado, la CIA, el FBI, y todos los mandos de las fuerzas armadas de los Estados Unidos (hoy ampliamente desclasificados) eran conocidos por las respectivas direcciones de la Revolución cubana y de la Unión Soviética.

A casi tres años del triunfo del 1ro de enero de 1959 se habían incrementado las acciones terroristas dentro de Cuba y las agresiones directas desde el territorio norteamericano: bombas, incendios en los cañaverales y en disímiles objetivos de la economía, ametrallamiento de poblados costeros, e intentos de atentados contra los líderes cubanos, y muchos otros.

A ello se unían las presiones, calumnias y chantajes diplomáticos, operaciones de inteligencia como la conocida “Operación Mangosta”, maniobras navales en el Caribe, y finalmente, el bloqueo económico, comercial y financiero ya entonces decretado oficialmente por el presidente John F. Kennedy.

La victoria de las fuerzas revolucionarias cubanas en abril de 1961 en las arenas de Playa Girón, que en menos de 72 horas echó por tierra la invasión mercenaria apoyada directamente por el ejército de los Estados Unidos, marcó el punto culminante. La sed de venganza contra tal osadía desencadenó una espiral de violencia contra Cuba que rebasaba todos los límites.

Al mismo tiempo, el enfrentamiento de las dos grandes potencias mundiales en el marco de la Guerra Fría, desatada al concluir la segunda conflagración mundial en 1945, llegaba a su momento más álgido. Y la supremacía norteamericana en armamento ofensivo, incluidas sus ojivas nucleares, rebasaba ampliamente (en una proporción de 17 a 1) los arsenales militares soviéticos y su alcance estratégico.

Los proyectiles nucleares norteamericanos Júpiter en Turquía podían hacer blanco en objetivos de la URSS en solo diez minutos, mientras que los proyectiles intercontinentales de la Unión Soviética necesitarían 25 minutos para alcanzar el territorio de Estados Unidos. Era este un elemento de gran preocupación para el alto mando soviético y su líder Nikita Jrushchov.

Los acontecimientos de octubre de 1962, que pusieron al mundo al borde de la guerra termonuclear, son consecuencia de todo lo anterior.

Los acuerdos entre los gobiernos de Cuba y la URSS (a propuesta de esta última) para la instalación en la isla de cohetes con ojivas nucleares de carácter medio e intermedio, desató pocas semanas después lo que el mundo conocería como la “Crisis de los misiles”, la “Crisis del Caribe”, según la URSS, y la “Crisis de Octubre” para los cubanos.

Casi, casi… el fin

Los días 14 y el 15 de octubre, aviones de exploración (espías) estadounidenses Utility Two (U-2) sobrevolaron y fotografiaron los emplazamientos de rampas coheteriles soviéticas en distintos puntos de la geografía cubana. En lo adelante en el mundo y fundamentalmente en los Estados Unidos se desató la paranoia.

Hoy se sabe que la información sobre la construcción de plataformas para cohetes SS-4 en la isla, aptos para lanzar ojivas nucleares a objetivos en todo el territorio de los Estados Unidos, había sido proporcionada días antes a Washington por el agente “Héroe”, de la CIA, Oleg Penkovsky, quien también trabajaba para los servicios británicos.

La guerra comenzó, como suele suceder, primero en la prensa, luego en la ONU, en la OEA… Los líderes de la URSS y los Estados Unidos abrieron canales de comunicación directos y también cámaras y micrófonos al mundo. Explicaciones van, explicaciones vienen. Declaraciones púbicas y secretas, y acusaciones de todo tipo.

Por su parte, la alta dirección cubana, en este caso el Comandante en Jefe Fidel Castro, por medio de cables cifrados y traducciones urgentes, mantuvo la mejor comunicación posible con Jrushchov y la alta dirección soviética. Públicamente, la posición cubana estaba clara: ¡Patria o Muerte!

Al tiempo que se conversaba y se le daba un mínimo chance a la diplomacia, los respectivos ejércitos de la Unión Soviética y los Estados Unidos movilizaban todas las fuerzas disponibles para la inminente contienda militar.

Altos oficiales de las fuerzas armadas de la URSS asumían en el terreno el mando de sus tropas desplegadas a todo lo largo y ancho del archipiélago cubano, y coordinaban sus acciones bajo el mando de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Los principales dirigentes cubanos fueron enviados a los más importantes frentes del país.

Por su parte, el pueblo: soldados, milicianos, obreros, campesinos, estudiantes, hombres y mujeres, que acarreaban sobre sus hombros el mayor peligro, se movilizaron sin perder tiempo en todas direcciones. Fueron momentos de un inmenso heroísmo colectivo, donde primaron la dignidad, la convicción y el honor de inmolarse, si era necesario, en defensa de la Revolución y de todos los pueblos oprimidos del mundo.

El 27 de octubre una batería antiaérea soviética, teniendo en cuenta la orden emitida personalmente por el propio Fidel, de no permitir los vuelos enemigos que violaban la soberanía nacional, disparó y derribó un avión espía U-2 en la región oriental del país. Fue el día culminante y más peligroso de la crisis.

Decisiones a medias y duras lecciones

Soviéticos y norteamericanos dejaron rápidamente la retórica. El presidente Kennedy resistió con estoicismo, valentía e inteligencia la presión de los halcones del Pentágono, que le exigían el golpe demoledor de respuesta. Finalmente, representantes de ambos gobiernos corrieron a la mesa de negociaciones, a las cuales Cuba no fue invitada.

Se pactaron acuerdos que ponían fin a la crisis, como la retirada de los cohetes yanquis de Turquía y los soviéticos de la isla, y un supuesto compromiso norteamericano de no agredir al país caribeño.

La dirección cubana, nuevamente en voz de su máximo líder, expresó, en primer lugar a Jrushchov su total inconformidad con un pacto incompleto, y por no haber sido incluida en las negociaciones, derecho que le asistía por haber sido el pueblo y el territorio que habían estado en el mayor peligro durante los acontecimientos.

Fidel lo explicó muchas veces a lo largo de su vida: la decisión de aceptar la proposición soviética de instalar los misiles en Cuba, respondió únicamente al compromiso solidario con la URSS y con el campo socialista en general.

Todavía hoy, a 62 años de la crisis, de los cinco puntos planteados, por el líder de la Revolución, como exigencia para evitar en lo adelante un nuevo conflicto similar, tres siguen congelados en el tiempo: el cese del bloqueo económico y de todas las medidas de presiones comerciales y económicas contra Cuba; el cese de todas las actividades subversivas, infiltración de espías y sabotajes; la retirada yanqui de la base naval de Guantánamo y la devolución del territorio cubano legalmente ocupado por los Estados Unidos.

Años después quedó claro para los dirigentes cubanos que las garantías de Kennedy aceptadas por Jrushchov, de no agredir a Cuba, eran letra muerta. Casi al terminar de firmarse los acuerdos que ponían fin a la crisis, ya en Washington la CIA, el Departamento de Estado y el Pentágono preparaban nuevas presiones políticas, económicas, psicológicas y militares con el objetivo de derrocar el Gobierno revolucionario.

También mucho después, ante los cambios en la cúpula soviética y finalmente el desmembramiento de la URSS, la dirección cubana sacó la más simple de las conclusiones: Moscú no acudiría en auxilio de Cuba en caso de una agresión directa por parte de los Estados Unidos.

La Crisis de Octubre dejó lecciones que todavía hoy son tenidas en cuenta para mantener la paz, la soberanía del país y una Revolución socialista en las narices mismas del imperio más poderoso de la historia.

//nbb

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