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Cuando la OEA le hizo el honor a Cuba

Por: César Gómez Chacón

La historia pisa una y otra vez la cola de los desmemoriados.

Nueve meses después de la victoria cubana sobre la invasión mercenaria apoyada por los Estados Unidos en Playa Girón, la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobaba la expulsión de Cuba de su membresía. Era el 31 de enero de 1962, durante la llamada Conferencia de Punta del Este.

Los cancilleres del continente, reunidos en el conocido balneario uruguayo, en medio de tensiones y diatribas de todo tipo, cedieron finalmente a las presiones de Washington y excluyeron a Cuba de la que cuatro días después fue bautizada por el líder de la Revolución Fidel Castro como “Ministerio de las Colonias.”

La OEA, creada en 1948 en el seno de la ONU, tenía entre sus supuestos propósitos contribuir a la política interamericana, al fortalecimiento de la paz, la seguridad y la consolidación de “la democracia”, así como favorecer el desarrollo económico de los países de la región.

En coincidencia con el surgimiento de la Guerra Fría, la OEA era en la práctica un instrumento en manos del gobierno estadounidense para impedir el nacimiento de movimientos de izquierda en los países del continente.

Así que la acusación a Cuba por “dar la espalda al sistema panamericano”, acercarse hacia la “comunidad chino-soviética” y “establecer un régimen social, político y económico con esa doctrina” eran argumentos suficientes para lograr los propósitos estadounidenses de expulsar a la isla de la organización.

El entonces presidente, Osvaldo Dorticós, afirmó durante aquella reunión: “Si lo que se pretende es que Cuba se someta a las determinaciones de un país poderoso, en una palabra, se intenta esclavizar a un país que ha conquistado su libertad total después de siglo y medio de sacrificios, sépase de una vez: Cuba no capitulará”.

Finalmente, la decisión fue lograda con los votos de 14 países, la abstención de 6 (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México), y Cuba, obviamente, votó en contra y por última vez en la organización. Acto seguido, todos (con la excepción de México) rompieron las relaciones diplomáticas con la isla.

Unas horas después, el 3 de febrero de 1962, el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, firmó la orden ejecutiva 3447 que formalizaba el bloqueo contra Cuba.

Como respuesta, el 4 de febrero de 1962 más de un millón de cubanos se reunieron en la capitalina Plaza de la Revolución José Martí y aprobaron lo que fue conocida como la Segunda Declaración de La Habana.

El documento, presentado por el entonces primer ministro y Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, daba un repaso a las raíces históricas de los pueblos del continente, al tiempo que plasmaba la decisión de resistir dificultades y presiones, y construir el Socialismo.

“Porque esta gran humanidad ha dicho ¡basta!, y se ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia”, afirmaba Fidel al final de su intervención.

Ningún interés en volver

Sesenta y tres años han transcurrido desde aquel honor que la OEA concedió a Cuba con su expulsión. El “Ministerio de las Colonias” ha sido absolutamente fiel al bautismo de Fidel. Durante este tiempo el organismo contempló y aprobó tácitamente los golpes de Estado patrocinados por los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos en Uruguay, Argentina y Chile. Calló cuál cómplice ante la muerte del presidente Salvador Allende, y ante el asesinato y la desaparición forzosa de decenas de miles de sudamericanos durante la tenebrosa Operación Cóndor.

Más acá en la historia, la OEA hizo mutis ante similares acontecimientos y agresiones estadounidenses en otros países como Panamá, Granada, durante la guerra sucia contra la Nicaragua sandinista, los golpes de Estado en Honduras y Bolivia, los nuevos “golpes blandos” en Perú y Brasil, y los constantes intentos por derrumbar la revolución bolivariana en Venezuela, entre otros muchos. Nunca ha condenado el bloqueo y las constantes agresiones de los Estados Unidos contra Cuba.

Hoy, ya convertida en cadáver político, la Organización de Estados Americanos se parece al viejo caserón de su sede en Washington.

La correlación de fuerzas en los países del continente mucho ha cambiado desde aquellas nefastas décadas de los sesenta y los setenta. Una y otra vez en los últimos años el tema del posible regreso de Cuba a la OEA se ha puesto en la mesa de debate de la propia organización. La respuesta de los dirigentes de la Revolución, desde los históricos hasta los actuales, ha sido siempre la misma: No existe ningún interés al respecto.

Fidel lo repitió varias veces y el general de Ejército Raúl Castro Ruz dejó hace unos años zanjado el asunto cuando, parafraseando una frase del héroe nacional José Martí, afirmó: «antes de ingresar a la OEA primero se unirá el mar del Norte con el mar del Sur y nacerá una serpiente de un huevo de águila».

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