
Por Reno Massola
La fotografía no es solo luz y composición, es memoria hecha arte. Cada imagen guarda un instante que nunca volverá a repetirse: una sonrisa efímera, un paisaje que cambia con el viento, un gesto que cuenta una historia sin palabras.
En el periodismo, la fotografía no es solo arte: es testimonio, denuncia y memoria histórica. Mientras otros disparan sus cámaras buscando belleza, el fotoperiodista dispara contra el olvido. Cada click es un documento que puede cambiar conciencias, mover opiniones públicas o incluso alterar el curso de eventos.
Ser fotógrafo de prensa es una forma de existencia que moldea cada aspecto de la vida, desde los horarios hasta la manera de ver el mundo. Quienes abrazan esta profesión no tienen jornadas laborales convencionales, sino que viven en un constante estado de alerta, siempre preparados para salir corriendo con la cámara al hombro cuando la noticia estalla. No hay rutina posible porque la noticia no espera. Esta profesión exige una disponibilidad constante, una capacidad de reacción instantánea y una resistencia física y mental que pocos oficios demandan. La adrenalina se convierte en un compañero habitual, y la sensación de estar en el lugar correcto en el momento exacto es una droga difícil de abandonar.
Pero más allá de los horarios caóticos y las noches sin dormir, el fotoperiodismo imprime una manera particular de ver el mundo. El ojo del fotógrafo de prensa nunca descansa, incluso cuando no está trabajando. En un restaurante, en la calle, en una reunión familiar, siempre hay una parte de la mente que busca composiciones, analiza luces y observa gestos que podrían convertirse en una imagen poderosa. La cámara puede no estar en las manos, pero la mirada sigue activa, entrenada para detectar historias donde otros solo ven normalidad. Esta hiperconciencia visual es un don y una maldición: permite capturar instantes únicos, pero también dificulta desconectar, porque la realidad siempre se presenta como un potencial reportaje.
El estilo de vida también se ve marcado por una profunda contradicción emocional. Por un lado, existe la satisfacción de documentar la historia, de ser testigo de momentos que quedarán para la posteridad, de dar voz a quienes no la tienen a través de una imagen. Pero por otro, está el desgaste de enfrentarse día tras día al dolor ajeno, a la injusticia, a la violencia. Cargar con esas escenas en la memoria tiene un costo psicológico que pocos entienden. Muchos desarrollan una coraza para protegerse, pero incluso los más experimentados tienen alguna imagen que nunca podrán borrar de sus mentes. Es un precio invisible de la profesión, un lastre emocional que se lleva en silencio.
Las relaciones personales a menudo se resienten. Las cancelaciones de planes de último momento, los viajes improvisados y las largas ausencias son moneda corriente. Quienes comparten su vida con un fotoperiodista deben entender que la noticia siempre será una amante exigente. Pero al mismo tiempo, este estilo de vida forja camaraderías profundas con otros colegas, esos compañeros de ruta que entienden sin palabras lo que significa esperar horas bajo la lluvia por la foto perfecta o arriesgar el pellejo en una zona de conflicto. Entre fotógrafos de prensa hay un código no escrito de solidaridad, una hermandad nacida de compartir experiencias que solo ellos comprenden.
Porque al final, como dijo el legendario Capa: «Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no te has acercado lo suficiente»… ni al peligro, ni a la verdad, ni al corazón de la historia que merece ser contada. Cada día es distinto, cada asignación es un nuevo mundo por descubrir. Y cuando todo sale bien, cuando esa foto única aparece en el visor después de horas de espera o de segundos de acción frenética, no hay sensación comparable.
El fotoperiodista puede cambiar de medio, de país, incluso de cámara, pero nunca dejará de ver el mundo como un eterno campo de batalla entre la luz y la sombra, entre el instante fugaz y la eternidad de una imagen que lo congela todo. Porque cuando se trata de contar la historia con luz, no hay mejor vida que esta.
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