
Por: Valia Rosa Marquínez Sam
A 206 años de su natalicio, el patriota bayamés Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874) sigue revelando facetas sorprendentes. El Doctor en Ciencias Históricas Rafael Acosta de Arriba, principal estudioso de su legado, lo define como “el primero en tantas cosas”: no solo fue el Padre de la Patria al iniciar la Guerra de los Diez Años el 10 de octubre de 1868 en el ingenio La Demajagua, sino también pionero de la diplomacia cultural cubana.
Antes de alzarse en armas, Céspedes dejó huella en la escena cultural. Dirigió el Teatro de Manzanillo, donde estrenó “El arte de hacer fortuna” como obra inaugural –y como director de escena–, legado que aún perdura en uno de los coliseos más antiguos de Cuba. Los archivos municipales atestiguan cómo los “hijos del Golfo de Guacanayabo” celebraron su aporte a las artes escénicas.
El ajedrez como metáfora revolucionaria
Su pasión por el “juego ciencia” trascendió lo recreativo. En el periódico “El Redactor” de Santiago de Cuba publicó una serie de artículos basados en su traducción de las “Leyes del Ajedrez” del maestro francés Louis Charles La Bourdonnais. Estos textos, hoy considerados pioneros del periodismo deportivo cubano, establecieron las bases de las peñas ajedrecísticas en Bayamo, provincia de Granma y otras regiones del país.
Canciller de la manigua
El 12 de abril de 1869, al ser investido presidente de la República de Cuba en Armas, Céspedes demostró una visión diplomática excepcional. “Desde antes de Guáimaro actuaba como canciller de facto”, señala Acosta de Arriba. Su estrategia incluía:
• Correspondencia directa con mandatarios de Chile, Bolivia y Perú (este último reconoció la beligerancia cubana)
• Designación de representantes en el exterior
• Análisis certero de la política estadounidense, advirtiendo sobre las intenciones del presidente Ulysses S. Grant
Legado vigente
Céspedes fusionó intuición política y acción cultural: primero en institucionalizar la diplomacia cubana, visionario de la diplomacia cultural y anticipó conflictos geopolíticos que aún resuenan.
“Fue un diplomático genuino que trabajó con los recursos de su tiempo: pluma, tinta y convicción revolucionaria”, concluyó el profesor. Hechos que reivindica su aporte a la construcción de una identidad diplomática cubana, tan relevante hoy como en el siglo XIX.
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