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Ajedrez y nación: una historia compartida

Por: Darisel Cabrera Mullen.

Cuba amanece este 20 de julio con los tableros dispuestos. En centros culturales y espacios públicos, el ajedrez convoca a una celebración que trasciende lo competitivo.

El Día Mundial del Ajedrez, instaurado en 1966 por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), se vive en la mayor de las Antillas como una reafirmación identitaria. El país atesora una relación estrecha con este deporte-ciencia, forjada por figuras legendarias y hazañas memorables.

José Raúl Capablanca, campeón mundial entre 1921 y 1927, perdura como símbolo del ajedrez cubano. Su legado, que va más allá del tablero, se honra este año con la proyección en las principales salas del país de Capablanca, filme restaurado por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) como parte del patrimonio fílmico nacional.

La conmemoración integra también un fuerte componente formativo. Talleres presenciales e iniciativas de la Academia Cubana de Ajedrez promueven su enseñanza desde la infancia. Entidades como la Asociación Cubana de Limitados Físico-Motores (ACLIFIM), la Asociación Nacional de Sordos de Cuba (ANSOC) y la Asociación Nacional de Ciegos (ANCI) colaboran para garantizar la inclusión, mientras se organizan competencias para adultos mayores y veteranos.

La jornada despliega múltiples formatos: simultáneas, torneos en línea, exhibiciones públicas y contenidos digitales que reivindican la riqueza del ajedrez cubano.

El vínculo de Cuba con el ajedrez se remonta al periodo colonial, atribuyéndose a Bayamo su introducción temprana. En el siglo XX, la pasión se consolidó con el Torneo Capablanca In Memoriam (1962) y la Olimpiada de Ajedrez La Habana 1966. La Plaza de la Revolución hizo historia en 2002 con una megasimultánea de más de 11 mil tableros, récord superado en 2004 por Santa Clara con 13 mil partidas.

Hoy, el ajedrez cubano mantiene una vitalidad notable, sustentada por academias y comunidades digitales. La jornada del 20 de julio no solo celebra el pasado, sino que proyecta un futuro donde educación, inclusión y cultura se entrelazan. Porque en cada partida late la memoria de un pueblo y el alma de una nación.

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