
Por: César Gómez Chacón
Hace menos de 15 días caminé por la Plaza Roja de Moscú, que ya comenzaba a engalanarse para las celebraciones por el aniversario 80 de la victoria soviética en la Gran Guerra Patria. Hoy, a unas horas del 9 de mayo de este 2025, no encuentro mejor inspiración que regresar a una vieja crónica publicada en el periódico Juventud Rebelde en el año 2010. Mucho ha cambiado el mundo desde entonces. Algunas cifras que busqué minuciosamente por aquellos días también fueron “actualizadas”. No es lo más importante.
Para desempolvar estos duros y emocionantes recuerdos he debido hacer ciertos cambios al texto original, para que sea más comprensible al lector de hoy. El resto se mantiene intacto, como mi memoria, como los personajes reales que sostienen para siempre esta historia.
“Créanme cuando les digo/ tengo la esperanza de que los rusos también amen a sus hijos”…
Fue a mediados de los ochenta cuando escuché por primera vez la canción “Los Rusos” de Sting. Era bella la música y hermoso el intento por aliviar, a la manera del rockero inglés, las tensiones de la llamada Guerra Fría. Sin embargo, cómo era posible que alguien dudase del amor de los rusos –que entonces eran los soviéticos–por sus hijos. Había sólo que saber un poco de historia.
Hoy, en el año 2025, no solo se pretende y hasta se ha logrado borrar y olvidar parte de aquella historia. Hoy, con una Rusia rodeada y acosada por el mundo mal llamado occidental, por los odios, el fascismo y los miedos de estos tiempos, ni siquiera se escuchan canciones como aquella de Sting.
María
María Alexandrovna abre rápidamente la carta que acaba de recibir. Es de su Sasha (Alexander) y tiene fecha del 25 de julio de 1942.
“Mi querida Marusia, hijos míos…”
La joven madre no puede seguir leyendo:
– ¡Está vivo!, ¡Vuestro papá está vivo, queridos míos! –Los niños no entienden sus saltos de alegría y las lágrimas en los ojos. Al percatarse, María se incorpora, se arregla el vestidito mil veces remendado, y esconde su húmeda mirada hacia otro lado. Seriosha y Zina han comprendido, pero Zhenia (el pequeño Evgueny)… aquí viene gateando. María lo levanta hasta la altura de sus ojos enrojecidos y lo abraza llena de felicidad.
– ¡Está vivo, Zheniushka, papá está vivo en el frente!…
Lo que no sabe ella aún… es que unos días antes, exactamente el 4 de agosto, mientras la carta recorría el sinuoso camino desde las trincheras de la guerra hasta sus manos, una bala fascista atravesó el pecho de su Sasha. Alexander Sherguín murió como un héroe de la Gran Guerra Patria…
Natasha
Natasha Balashova camina despacio junto a la hilera de mármoles marcados con nombres en ruso. De pronto se detiene, se inclina y lee atentamente: Evgueny Sherguín. Un par de lágrimas parecen morir antes de nacer en sus ojos. Las secan el sol y la ventisca de esta primavera cubana de 2007.
Natasha debió haber venido al mundo en el Moscú de su familia, aquel frío diciembre de 1941, pero vio la luz por primera vez en Sverlovsk, en los Urales de la evacuación. Natasha fue una hija de la guerra. De su vida, y sus sorprendentes recuerdos de entonces, conversamos largamente hace ya muchos años:
– Los niños de mi generación nacimos en un momento muy difícil, pero a todos nos dieron tanto amor y tanta bondad, que yo no recuerdo haber sufrido la guerra. En el 43 regresamos de la evacuación a Moscú, y a mi me parece todavía estar escuchando al vecino de abajo, que todas las noches le gritaba a mi mamá para que apagara las luces. Era tan gracioso… el vecino gritando… Yo nunca comprendí que de ello dependían nuestras vidas, porque para confundir a los bombarderos nazis había que tener las luces apagadas.
Natasha sonreía plácidamente, como esa niña que fue, mientras narraba su historia.
– Me encantaba mirar a los soldados que pasaban cantando por la calle. Iban hacia el frente. Yo los saludaba mientras jugaba con mis amiguitos entre las barreras de hierros y las alambradas antitanques. Las lomas de tierra, cavadas para la defensa de Moscú, eran las preferidas para tirarnos en nuestros trineos de juguete.
– El 9 de mayo del 1945, el día de la victoria, yo me veo todavía parada encima de la mesa del comedor, y mi mamá cosiéndome un vestido de seda azul; ahora sé que era tela de un paracaídas; y que las cortinas de mi casa, que también me parecían bonitas, eran de lona de tiendas de campaña. Nací con la guerra, pero viví rodeada de felicidad…
María (15 años después)
No pudo, y no quiso contener nuevamente las lágrimas. Con la mirada enrojecida por la emoción y el esfuerzo, María Alexandrovna trató de encontrar, 15 años después, la tumba de su esposo Alexander.
– Discúlpame Sasha –dijo en un susurro al silencio de aquel inmenso cementerio. –Vine con Zina, nuestra hija, a la tierra donde descansan tus restos, pero no pudimos encontrar tu tumba. Discúlpanos, querido…
La viuda educó a sus hijos en el ejemplo del héroe. El menor, Evgueny Sherguín, el Zhenia nacido durante la guerra, heredó de Sasha lo mejor: la sensibilidad y la bondad. Creció mimado y querido por todos. Le encantaba recoger setas en el bosque, era el mejor portero del equipo de fútbol de su Nérejta natal, y tocaba la trompeta en la fábrica donde trabajaba para ayudar a su familia.
María vivía orgullosa de su hijo, y Evgueny era todo lo feliz que se puede ser en la juventud. Había conocido a Olga, y se enamoraron a primera vista. El llamado al servicio militar lo llevó a servir en otra ciudad. Aún así, un año después de la boda, Olga dio a luz a su hijo Mijaíl. Evgueny pudo verlo una sola vez, durante un pase, poco antes de partir hacia su destino…
Natasha y María en el mismo lugar
Natasha Balashova conoció al hombre de su vida una noche junto a una fogata.
– Yo tenía 22 años y nos habíamos ido al campo, a descansar con mis hermanos en un lugar donde pensábamos encontrar tranquilidad, porque yo andaba realmente agotada de tanto trabajo que teníamos en el Komsomol. De pronto sentimos la algarabía y vimos a unos muchachos. Yo dije: “recogemos y nos vamos”, entonces alguien me aclara: “Natasha, son cubanos”. De esa manera conocí a mi esposo. A Cuba me trajo el amor.
Más de tres décadas en La Habana le sirvieron a Natasha para multiplicar su familia, convertirse en una excelente madre, en una abuela feliz, y también en una laboriosa trabajadora “cubana”. A ello sumó su incansable actividad como promotora de lo mejor de la cultura y la historia de su país natal. Orgullosa de sus orígenes, Balashova se ganó entre sus amigas el apodo de “la bolchevique”, porque nunca dejó de considerarse y actuar “como una verdadera mujer soviética”.
– Muchas de nosotras llegamos aquí muy jóvenes, con el inmenso deseo de brindar lo mejor de cada una a la Revolución cubana, que era por esa época, junto al vuelo de Gagarin, una de nuestras mayores inspiraciones. Hoy Cuba es nuestra querida segunda patria, –me confesó otra vez, hace veinte años, mientras preparaba el concierto por el aniversario 60 de la victoria contra el fascismo, con niños cubanos, rusos y ucranianos.
Fue también por aquellos primeros años de la Revolución en el archipiélago caribeña, cuando Evgueny Sherguín, el hijo del héroe de la Gran Guerra Patria, se encargó de escribir a María Alexandrovna sobre el lugar a donde le habían destinado:
Hola mamá. Tengo un momento ahora para contarte algo sobre mí. Estoy bien, vivo y saludable. Pero todavía no nos podremos ver por mucho tiempo. Escucha por radio todas las informaciones sobre Cuba, allí estaré. Dile a Olga que no se preocupe… Saluda a todos los parientes y amigos. Besos a Misha. Te envío una foto tomada en el barco donde estamos viajando. Ah, ayer rondaba sobre nosotros un avión americano. Es muy molesto ver un avión extraño sobre la cabeza de uno…
En ese instante, con la misiva de Zhenia entre las manos, María Alexandrovna recordó nítidamente aquel otro momento, exactamente dos décadas antes, cuando recibió la última carta de su esposo. Esta vez no saltó ni lloró de alegría. En su interior devino la preocupación aguijoneada por el instinto materno. No se equivocó.
Meses más tarde, un escueto certificado oficial del Ministerio de Defensa de la Unión Soviética le informaba sobre la muerte de su hijo en un accidente automovilístico en Cuba, el 19 de febrero de 1963, mientras “cumplía su deber como soldado internacionalista”. Luego se supo que al joven sólo le faltaban tres días para su regreso definitivo a casa. María Alexandrovna nunca pudo recuperarse. Murió poco tiempo depués, absorta en sus tristes recuerdos, y sin poder ver tampoco la tumba de su hijo.
El memorial y la bolchevique
Varios kilómetros al oeste de La Habana, en la carretera hacia San Antonio de los Baños, se encuentra el Memorial a los Combatientes Soviéticos Internacionalistas caídos en Cuba. Se rinde allí homenaje eterno a casi ochenta militares, que compartieron su destino y ofrendaron sus vidas por la “isla de la Libertad” y su Revolución, en los años peligrosos y definitorios, entre 1962 y 1964. La inmensa mayoría de ellos había nacido al inicio de la década del 40, hijos, por tanto, del heroísmo de la Gran Guerra Patria.
En el Memorial revolotean el tiempo y el recuerdo, para indicarnos que no fue en vano el sacrificio de esos héroes desconocidos de nuestra felicidad. Están también allí, el corazón y la bondad de Natasha Balashova, quien durante años, con callado tesón, hurgó en la historia de cada uno de esos nombres en ruso. Como tenaz hormiguita, mandó cartas a sus ciudades natales, contactó con familiares diseminados por toda la geografía de lo que fue la URSS; les envió fotos de sus respectivas tumbas junto al fuego eterno del Memorial.
Hay que leer las cartas que Natasha recibió como respuesta. Autoridades de muchas regiones y ciudades, y las más sencillas personas de Rusia, Ucrania, Belorrusia, el Cáucaso… le enviaron agradecimientos por su trabajo de búsqueda e información sobre el destino de estos hijos, padres, abuelos y nietos, que nunca regresaron a sus familias, ni a su tierra natal.
Entre tantos y tantos documentos, están las cartas amorosas de Olga y de Zina, la esposa y la hermana de Zhenia, el hijo menor de María Alexandrovna. Ellas enviaron a Natasha un periódico local donde se cuenta la triste y hermosa historia de su familia, y del ejemplo que significaron Alexander (Sasha) Sherguín, el mártir de la Gran Guerra Patria, y su hijo menor, Evgueny, el combatiente internacionalista muerto en Cuba, considerado también un héroe local.
A través de la “bolchevique” miles de hombres y mujeres de la URSS agradecieron al pueblo y al gobierno de “la Isla de la Libertad”, y a sus Fuerzas Armadas, por conservar y respetar en el Memorial el recuerdo de estos héroes anónimos.
La historia no puede cambiarse
Nadie hizo tanto por la victoria contra el fascismo alemán como la Unión Soviética. Datos oficiales rusos calculan hoy en 26,6 millones las vidas ofrendadas por los pueblos que entonces integraban la URSS, durante los 1 418 días que duró la Gran Guerra Patria, entre el 22 de junio de 1941 y el 9 de mayo de 1945. Es más de la mitad de las pérdidas humanas (estimadas hoy en 50 millones de personas), sufridas por todo el planeta durante la Segunda Guerra Mundial. Los datos económicos llevan similar proporción.
No puede cambiarse la historia, cuando ésta ha sido escrita con la sangre de los vencedores. El frente oriental (el soviético) resistió y venció el ataque devastador del 85 por ciento de las divisiones de combate de la Alemania nazi, y a golpe de heroísmo empujó al fascismo hitleriano hasta su tumba definitiva en Berlín.
Ochenta años no son demasiado tiempo para borrar la memoria de los pueblos. Fue importante, pero tardía la apertura del frente occidental aliado, e incomparablemente menor el sacrificio de los países que lo integraron. En la contienda murieron 600 mil franceses, poco más de 400 mil norteamericanos, y 370 mil ingleses.
Pero los rusos, ucranianos, bielorrusos, los hombres y mujeres del Báltico y del Asia Central, y todos aquellos que, guiados por la bandera roja, lucharon hasta el sacrificio por la Victoria de hace 80 años merecen su espacio cimero en la historia.
¡Nadie ha sido olvidado, nada ha sido olvidado! Es ese el grito de paz que todavía hoy nos llega desde aquellas tierras calcinadas por el fuego y la metralla nazi. De las gargantas de los muertos y del pecho marchito de aquellos que sobrevivieron a la mayor tragedia del siglo XX.
Epílogo
Natasha Balashova murió en Cuba en el año 2009. Ya viejita, la acompañé en una de sus últimas visitas al Memorial. La vi caminar despacio junto a la hilera de mármoles marcados con nombres en rusos. Mientras los miraba, cambiaba flores o apartaba el polvo, sus ojos brillaban y su mente se llenaba nuevamente de recuerdos: la guerra, la patria, la familia, el destino, la felicidad… Natasha sonreía satisfecha.
Sea este también un homenaje a ella. ¡Estamos de fiesta, querida Balashova! ¡Nuestra fiesta de amor con lágrimas en la memoria!


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