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Por: Yuniel Millán Acosta
Caminando por las calles de La Habana, uno no puede evitar sentir que los espacios que moldean nuestra vida cuentan sus propias historias. Cada edificio revela un pasado único, no solo de su época, sino también de las manos que lo construyeron, de los sueños que lo cimentaron y, por supuesto, de los tiempos que lo moldearon. Sin embargo, quienes recorren la urbe no pueden evadir preguntarse: ¿qué cuenta hoy la arquitectura cubana?
Los inmuebles, con fachadas diversas y colores que se acercan a matices inéditos, reflejan más que una belleza nostálgica. Dicen mucho de lo que ha sido y lo que es posible, porque sí, la arquitectura es el espejo más honesto de la realidad de un lugar. En cada grieta, balcón o puerta, se lee una verdad.
Y la pregunta, inevitable, surge: ¿qué nos dice nuestro “diseño de espacios” sobre quiénes somos y hacia dónde vamos?
En este contexto, sería lógico pensar en alternativas, porque la arquitectura no puede ser solo un ejercicio técnico. Quedarse en lo técnico es un peligro, un atolladero donde la creatividad se seca y los espacios se vuelven simples «construcciones».
¿Es eso lo que queremos? ¿Que nuestras ciudades sean solo un cúmulo de edificios funcionales, carentes de alma, olvidando que el diseño también es creación? ¿Cómo se puede conciliar la urgencia material con la necesidad de crear algo que conmueva?
La realidad es que el equilibrio entre función y forma, en Cuba, necesita diseñarse desde su propia realidad material, una que está marcada por limitaciones concretas. Aunque los sueños pueden volar alto, es importante que el proyecto tome cuerpo a partir de lo que realmente se puede lograr. No se trata de soñar en exceso, sino de que lo posible se convierta en un sueño bien aterrizado.
A su vez, la arquitectura y la ciudad son importantes. Lo sabemos, pero ¿lo sentimos?
La expresión visible de “la cultura en ladrillo y cemento” no es solo para ver. Es algo que se visita, que se recorre, que se vive. Los lugares, los edificios, son conmovedores cuando se habitan con el cuerpo y el alma. Hay algo en la experiencia espacial que permite entender de manera profunda lo que nos rodea; y eso, quizás, es lo que más nos toca cuando volvemos a nuestras calles o cuando simplemente las recordamos desde la distancia.
¿Qué se siente al recorrer esas avenidas que conocimos en nuestra infancia? ¿Cómo es regresar a una esquina que, aunque gastada, sigue conservando ese algo especial que la hace nuestra?
En el marco del Día Mundial de la Arquitectura, celebrado cada primer lunes de octubre, cabe preguntarse: ¿por qué un día para la arquitectura? La respuesta es sencilla: porque el proceso de dar forma al espacio habitable es mucho más que edificios. Es la forma en que habitamos el mundo, la manera en que nuestras ciudades nos acogen y nos forman. Este día busca recordarnos que lo que construimos hoy influye en cómo viviremos mañana.
Pero, ¿lo estamos tomando en cuenta?
Quizás el verdadero desafío no esté solo en lo que construimos, sino en cómo lo entendemos, porque la arquitectura, en Cuba y en cualquier otro lugar, no es solo un conjunto de paredes y techos; es una parte viva de nuestra memoria colectiva, de nuestras emociones.
Si bien no todas las preguntas tienen respuestas inmediatas, al menos este día nos invita a hacerlas.