
Por Stephany Lorente Sanchez.
El mundo conmemoró el pasado 24 de mayo , el Día Internacional de las Mujeres por la Paz y el Desarme, fecha que exalta el rol imprescindible de las mujeres en la lucha contra la proliferación armamentista y en favor de la paz.
La génesis de esta conmemoración se remonta a 1982 –durante la Guerra Fría – cuando protestas como la de Greenham Common, en Reino Unido, marcaron un hito cuando miles de mujeres acamparon frente a una base militar para exigir el desmantelamiento de misiles nucleares.
Lideradas por figuras como Helen John y Anna Pettit, dichas acciones no solo desafiaron el status dominante, sino que inspiraron un movimiento global que posicionó al 24 de mayo como un día para demostrar que la resistencia pacífica puede transformar el mundo.
En este 2025, el 24 de mayo llegó rodeado por un panorama sombrío. Conflictos como el de Rusia y Ucrania y el genocidio de Israel en Gaza han puesto en evidencia el costo humano de la beligerancia, mientras la proliferación de armas nucleares alcanza niveles críticos.
De acuerdo con el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar global superó los 2,2 millones de dolares en 2024, con potencias como Estados Unidos, Rusia y China modernizando sus arenales nucleares, y países como Corea del Norte intensificando pruebas de misiles.
Dicho contexto dota de especial relevancia a este día, transcendiendo lo simbólico e intensificando la necesidad de que más mujeres –y hombres– emerjan como protagonistas en la búsqueda de soluciones pacíficas.
En un tiempo donde la paz parece frágil, las mujeres recuerdan al planeta que su voz es indispensable para silenciar los cañones y construir sociedades equitativas. Pues, como expresara Rigoberta Menchu –Premio Nobel de la Paz–, «la paz no es solo el silencio de las armas, sino la construcción de una sociedad justa».
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