
Por: César Gómez Chacón.
Mucho más que teatro. Fue testimonio, fue denuncia, fue ternura. Fue la Cuba de estos días. El pasado viernes 4 de julio —¡cuatro de julio! —, la compañía de teatro infantil La Colmenita subió al escenario de la Sala Universal de las FAR, en La Habana, para recordarnos, con voz de niño, que el amor también puede ser un acto de resistencia.
“Una colmena encerrada” fue el título de la obra, cuya energía y miel brotó desde el escenario sin reja alguna, y ante las miradas atentas del líder de la Revolución, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, del Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, de otros dirigentes del Partido, altos oficiales de las FAR y del MININT y representantes del cuerpo diplomático acreditado en La Habana.
Como colofón de su reunión anual, estaban también especialmente invitados los jefes y jefas de misiones diplomáticas cubanas en el exterior y sus familiares.
Con guión de Pedro Prada Quintero, embajador de Cuba en Buenos Aires, y que fuera enviado desde allá en exclusiva a Carlos Alberto (“Tin”) Cremata —el colmenero mayor—, la obra cuenta la historia de un aula, donde una maestra guía a sus alumnos en un viaje hacia la comprensión y las esencias de lo que significa una patria bloqueada.
Con dulzura, pero también con claridad, los maestros y hasta el director de la escuela (y de La Colmenita, el propio Tin) nos invitan a desentrañar las cicatrices invisibles que el cerco norteamericano ha dejado sobre Cuba. Cada escena es una lección. No hace falta exagerar. Basta la verdad.
Y esa verdad lastima mucho
Porque la obra describe y muestra al público ejemplos de la vida real. Duele saber que, por falta de un medicamento que solo se fabrica en Estados Unidos, una niña lleva cuatro años hospitalizada. Duele recordar los días más oscuros de la pandemia, cuando Estados Unidos negó a la isla caribeña oxígeno, mientras morían centenares de cubanos en sus hospitales bloqueados. Duele escuchar, desde el escenario, la voz de una madre que pregunta con su hija de la mano: “¿Qué ha hecho Cuba para ser castigada así?”.
Más allá del dolor
La obra está tejida —como bien dice su título— dentro de los límites de una colmena de la cual, aparentemente, no se puede salir. Pero como todo buen enjambre, las abejas de esta resisten, cooperan, vibran, luchan… y encuentran nuevos caminos.
El espectáculo habla también de la solidaridad, esa que Cuba ha sembrado y cosechado por el mundo. La maestra cuenta a sus alumnos cómo, año tras año, el planeta vota casi unánimemente en la ONU contra ese crimen silencioso que es el bloqueo.
Es entonces cuando, en medio del aula-escenario, brota la esperanza. Los niños imaginan una Cuba sin bloqueo. Sueñan. Proponen. No desde la ingenuidad, sino desde la convicción profunda de que es posible lograrlo. De que hay que “emanciparse por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”, dice Fidel desde su sempiterna presencia. Y habla Martí para confirmarlo desde las raíces mismas de la patria.
La maestra —esa figura tan cubana, y absolutamente imprescindible— recordó que vencer el bloqueo también significa hacer lo mejor, exigirse más, sumar a todo el que quiera ver florecer a su país desde cualquier latitud donde se encuentre. “Esos son los que cuentan”, dijo. Y el teatro entero asintió desde los aplausos y las miradas humedecidas por la emoción.
Junto a las memorables actuaciones de esos muchachos y muchachas —algunos muy pequeñitos, que juegan al teatro— estuvo una vez más la buena música, la que alienta y empuja. Silvio Rodríguez resonó en el alma de la obra con esas letras que acusan sin gritar: “Si capturo al culpable de tanto desastre, lo va a lamentar”.
Y como colofón, Raúl Torres estrenó una nueva canción. Escrita desde la gratitud, y dedicada al altar personal del trovador, a esos héroes anónimos, que cada día se empeñan en hacer el bien desde una escuela, un hospital, un barrio humilde; esos seres alados que desandan las calles con una carga de solidaridad que salva y enaltece… Raulito puso a todo el público de pie.
Mostrar que se puede expresar lo más duro desde la sensibilidad, desde el arte, desde la mirada luminosa de un niño que canta, que baila y hace chistes mientras resiste: es el más importante mensaje de la puesta.
Chaplin también pareció sobrevolar esa tarde la Sala más Universal que nunca. Cremata, Prada y sus niños lograron nuevamente la magia de hacer reír y llorar a la vez a aquellos hombres y mujeres curtidos por el fuego, lo mismo en las trincheras de la Patria, que allende sus mares.
La Colmenita no ofreció solo una obra de teatro. Ofreció una verdad indiscutible. Nos recordó que Cuba, aunque la quieran encerrar, sigue siendo colmena laboriosa, solidaria, resistente… Más viva y rebelde que nunca.
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