
Texto: Kendry Leomart Bringas Morgado.
Foto: Tomadas de Cubadebate.
La madrugada del 29 de mayo del 2012, quedó marcada en la historia del deporte avileño. ¡Ciego campeón!, retumbaba una y otra vez en los oídos de más de 10. 000 aficionados en las gradas del estadio José Ramón Cepero. El sueño se hizo realidad, los dirigidos por Roger Machado lograron la proeza, su primer título en la historia de las Series Nacionales.
Los fantasmas de los play off no pudieron en esta ocasión con los Tigres. Las doce derrotas consecutivas en esta instancia flotaban en el vago recuerdo de los más pesimistas y cuidadosos fanáticos. Se estaba forjando una nueva generación de jugadores, el anhelo del triunfo era latente frente al equipo insignia del béisbol cubano: los Industriales de La Habana.
Varios especialistas profetizaron el alargue de la postemporada a un sexto o séptimo partido. No obstante, el pensamiento del timonel Machado era claro y directo: la final no podría regresar al Latinoamericano.
Entre cornetas, coros y el fiel bullicio de la conga de Punta Alegre, transcurrió ese quinto choque. El coloso de Vista Alegre mostraba sus mejores galas. Los aficionados de la central provincia recibieron con frenéticos y jocosos cánticos al equipo rival. Se palpaba un ambiente único y con altos matices de paridad.
Yander Guevara y Diego Armando Romero fueron protagonistas. Recetaron desde el box, un menú plagado de rompimientos y rectas con alto contenido de potasio (K). Tal parece que el primero le robó la fórmula secreta a Pedro Luis Lazo, puesto que logró adjudicarse una labor de 10 y un tercio, que lo marcaría para la historia; sería el nuevo domador de leones.
Desde el panorama ofensivo, Yoelbys Fis llevó la voz cantante. El otrora patrullero central avileño se adentraba en cada turno fiel a su estilo: sin manillas y sus manos acompañadas de tierra fina. Su tranquilidad era indescriptible. Conectó par de dobles e impulsó tres carreras, demostrando que el número 13 no era solamente para atraer la mala suerte.
El dolor tampoco se perdió la fiesta. Una fatídica caída del atómico Mayito Vega en lo alto de la tercera, enmudeció al Cepero. Las lágrimas que emergieron de su rostro, no eran justamente por un presunto esguince de rodilla. El fiel guerrero se perdería la más importante de las guerras, precisamente en su última gran batalla.
Yoandry Urgellés avivó la esperanza en los parciales azules. El jardinero capitalino de mayor promedio ofensivo en series nacionales, conectó un sólido jonrón por la pradera derecha. En tanto, Irakli Chirino igualaría las acciones con un fly de sacrificio en la séptima entrada.
Ambos directores movieron sus piezas de forma minuciosa. Los toques de bola y los cambios oportunos surgían efecto. Las entradas extras tocaban la puerta y el empate persistía. Se jugaba con el corazón y, por ende, los vistosos uniformes pagaban la consecuencia.
El momento final tenía que estar a la altura del encuentro. Ricardo Bordón, el menos esperado de los protagonistas se vistió de héroe. Sacudió un hit oportuno en la oncena entrada, frente al veloz lanzador Julio Raizán Montesinos para sellar el glorioso triunfo 4-3 en las piernas del capitán Yorbis Borroto.
Un terremoto con matices celestes agitó a la ciudad de los portales. El público no temió a las alturas y se lanzó a la grama para celebrar el tan ansiado título. En esa madrugada, se abriría el colofón de uno de los equipos más estables de la última década.
Revivir los principales momentos del campeonato de mis siete años, pudiera servir de ejemplo a la nueva generación de felinos que ascienden, a la par de las sapiencias y adversidades. El sueño sigue siendo el mismo de 13 años atrás: desbordar de alegrías a un pueblo que vive y siente por este mundo de bolas y strikes.