
Por: Jeiddy Martínez Armas.
La Plaza de la Revolución está repleta. Todos gritan “Fidel, Fidel, qué tiene Fidel, que los imperialistas no pueden con él”. Comienza a hablar aquel hombre robusto, las personas callan, lo escuchan. Recuerdo la escena al mirar las fotos. A mi mente vuelven tantas marchas y discursos.
Vienen a mi mente anécdotas de algunos de mis seres queridos que ya peinan canas, sobre los primeros años de efervescencia revolucionaria y por la conformación del socialismo en Cuba, un recuento evocador del proceso martiano, marxista y leninista iniciado en 1959. También recuerdo lo que el triunfo de la Revolución Cubana significó para la izquierda latinoamericana y mundial.
Al mirar sus fotos, la sonrisa del líder enamora, seduce. Lo vemos con su uniforme verde olivo y su gorra, la sempiterna barba, seguro, optimista. Nuestro Comandante en Jefe tenía el don de seducir al pueblo con su oratoria.
Encontramos de nuevo al estadista político, economista, periodista… a este intelectual con mayúsculas, quien no dejaba de investigar a diario lo que sucedía en la Isla y en el mundo.
“Fidel sabe de todo”, muchas veces escuché decir. Recuerdo ahora aquellos largos discursos suyos, y yo todavía niña escuchándolo hablar sobre los problemas de la globalización y del cambio climático o de la deuda externa. En sus palabras emergía Martí, inspirador de quienes asaltaron el Cuartel Moncada, navegaron en el yate Granma, subieron a la Sierra Maestra o lucharon en el llano.
Ahí está, delante de mí, como en un libro de historia abierto, el autor de «La historia me absolverá», el dirigente al que intentaron matar incontables veces; el hombre cuya meta fue que en su país todos tuvieran un techo, educación y salud gratuitas, y que Cuba dejara de ser un lugar de diversión y negocios para la mafia y los poderosos.
Frente a estas imágenes del Movimiento 26 de Julio, donde hallamos los rostros jóvenes de Fidel y de tantos héroes que sacrificaron hasta sus vidas para darnos a las nuevas generaciones una nación libre del neocolonialismo estadounidense y beneficiar con un caudal valioso de mejoras sociales a las clases desposeídas, pienso que ese pasado no se debe olvidar.
Nací en 1990, pero mis abuelas sí vivieron los años iniciales de la Revolución. Emocionada, rememoré sus relatos acerca de nuestro líder, quien además de encargarse de trascendentales asuntos internacionales, parecía multiplicarse y andaba por toda la Isla, visitaba las escuelas, los campos, las fábricas y otros centros de trabajo.
Me detuve a reflexionar, casi a conversar, en silencio, junto a su imagen sonriente, como si lo tuviera en verdad delante. Porque – ¿alguien lo duda?– Fidel permanece entre los cubanos.
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