
Por César Gómez Chacón
Cuando la luz se va, cuando el ventilador se detiene y el calor espanta el sueño… Cuando la comida en el refrigerador corre peligro, y con ella la merienda de los niños mañana… Y mañana… ¿Cómo llegar al trabajo? La molestia y la incertidumbre se multiplican en cada hogar cubano.
Demostrar el supuesto fracaso de la Revolución socialista en la isla caribeña es una asignatura suspensa por la propaganda imperialista. Pero hay quienes en el mundo parecen haber sido obnubilados por ella.
Brutalmente cercada por la potencia imperial más poderosa de la historia, sobre todo durante las tres últimas administraciones de Donald Trump, Joe Biden y nuevamente el orate de Trump, el pueblo cubano sufre de penurias que se acrecientan cada día; resiste, aplaza sus mejores sueños, pero no se da por vencido.
La pregunta que cuelga sin respuesta hasta hoy es bien simple: ¿si el “comunismo” fracasó, para qué entonces el bloqueo y las más de 300 sanciones económicas, comerciales y financieras de los últimos años?
El genocidio que denuncian las autoridades y el pueblo cada día no son un pretexto ni mera propaganda del Partido Comunista. Es un muro real que asfixia cada intento por mantener el país en marcha.
El cerco económico se volvió aún más cruel desde 2019, cuando Washington comenzó a perseguir los tanqueros que llevaban combustible a Cuba. Solo ese año fueron penalizadas 53 embarcaciones y 27 compañías. Y así en lo adelante. Entre marzo de 2023 y febrero de 2024, en el sector de energía y minas, las afectaciones por el bloqueo sumaron más de 388 millones de dólares.
¿Cómo se traduce eso en la vida diaria? En termoeléctricas que no pueden recibir mantenimiento a tiempo, en la imposibilidad de comprar y recibir combustible y tecnologías esenciales para generar la electricidad que el país necesita para el bienestar de su pueblo y para agarantizar el desarrollo económico de la nación.
La Unión Eléctrica no ha tenido acceso a los créditos para ejecutar los mantenimientos parciales y capitales de sus unidades. En este mismo momento, 13 de las 15 termoeléctricas han estado fuera de su ciclo de reparación. No se trata solo de grandes números: un pequeño ejemplo basta. En mayo del año pasado, en Santiago de Cuba, un productor privado dejó de fabricar 3 200 litros de pintura porque simplemente no tenía electricidad. Y como ese, miles de casos más.
El bloqueo también cerró puertas que generaban ingresos. El turismo, la locomotora de la economía cubana, que tuvo su mejor impulso durante la administración de Barack Obama, es ahora torpedeada con saña. Entre 2016 y 2019, cuatro compañías de cruceros internacionales —Carnival, Norwegian, Royal Caribbean y MSC— trajeron más de 800 mil visitantes cada año a Cuba y dejaron más de 1 115 millones de dólares en ingresos. Pero en Estados Unidos, esas empresas fueron demandadas bajo la Ley Helms-Burton, y el miedo a litigios en tribunales norteamericanos espantó a toda la industria de cruceros de las costas cubanas.
¿Cuántos barcos de petróleo, medicamentos, alimentos e insumos médicos podrían haberse comprado con ese dinero? La respuesta es igualmente tan obvia como dolorosa.
No hay casualidad, el bloqueo yanqui está diseñado desde el incio de la Revolución en 1959. Su objetivo es generar estrés, inconformidad y desánimo en Cuba. Para provocar que el pueblo agobiado por el malestar culpe al gobierno y se levante contra este. Intentos no han faltado, y desde Miami y Washingron se alientan diariamente las campañas para provocar el pandemonium caribeño.
Por eso, cuando llega un apagón, la inmensa mayoría de las personas en el archipiélago sabe que no basta con maldecir en la oscuridad. Conocen que hay una maquinaria enorme, bien aceitada, que pretende usar esa molestia como arma política contra su Revolución: transformar la incomodidad en desesperanza.
Pero la historia enseña otra cosa: Cuba sigue y seguirá en pie. Cada vez que se apaga la luz, en lugar de resignación, crece una certeza: la única forma de que el país avance sin apagones —ni de luz ni de dignidad— es abrirle todas las brechas posibles al bloqueo, hasta que sea finalmente destrozado. Es saltar por sobre él, cada vez más alto, con los esfuerzos propios y con el apoyo de los amigos incondicionales y de millones de personas de buena voluntad en el mundo.
Y el mundo, no solo los aliados de ideología o probados e históricos afectos, debe seguir condenando, cada vez con mayor arrojo, visibilidad y frecuencia, este otro genocidio que dura ya demasiado tiempo.
Ninguna madre o padre cubano debería agobiarse en la oscuridad de una noche porque su niño no pueda llevar mañana su merienda a la escuela.
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