Estás aquí
Inicio » Destacadas

El arma secreta de Cuba en Angola… y hasta hoy mismo

Por César Gómez Chacón

Esta no es —no puede ser— la crónica sobre un libro. Jamás me lo perdonarían ni Pastor Batista Valdés, su autor y mi hermano de trincheras en Cuito Cuanavale, ni mis compañeros corresponsales de guerra, los vivos, los caídos en la epopeya de entonces, y todos los que, con el paso de los años, han partido invictos y siguen aquí esta misma madrugada de nuevos insomnios.

El arma secreta de Cuba en Angola, afílense bien los dientes los de la CIA y otros enemigos de la Revolución cubana, está bien descrita en los “documentos ahora desclasificados” por la editorial Pablo de la Torriente de la Unión de Periodistas de Cuba. Se las revelo al final de este escrito.

Se trata, sí, de un libro que acaba de ver la luz, aún en formato digital. Pero alguna vez podremos manosear, anotar y marcar en sus páginas impresas, y poner debajo de las almohadas de nuestros nietos los días de sus cumpleaños.

Desde la misma dedicatoria, Pastor precisa cifras imprescindibles para historiadores y trasnochados espías: 377 033 internacionalistas cubanos pasaron por Angola desde 1975 hasta 1988, de ellos 2 077 regresaron a la Patria convertidos en mártires.

Como también descubre su prologuista, Luis Sexto, otro grande del periodismo cubano, “es la obra que Pastor (…) debía a sus compatriotas. Los periodistas —a veces tan escasamente comprendidos—vivimos rodeados de textos a medio hacer: fantasmas que por momentos nos reclaman bajar la cerviz sobre el teclado para completar la reconstrucción narrativa de una experiencia que durante unas tres décadas ha permanecido en la vigilia de lo incompleto o trunco.”

Lo cierto es que párrafo tras párrafo, que uno devora como a cien kilómetros por hora, sin tiempo para otra cosa, el autor corre la cortina a otras verdades y razonamientos muy personales de la “experiencia profesional y humana más hermosa que he vivido”. Quizás, lo más importante, es la conclusión que pareciese desmentir y confirmar a la vez el estribillo de la conocida pieza de Buena Fe “¿Qué estoy haciendo aquí?”

Si la respuesta fuese, como explica enseguida la canción: “Amando a este país como a mí mismo”, pues no hay contradicción alguna. Pero si se trata de tomar literalmente la pregunta, pues habría que aclarar sin temor a equivocarnos que cada uno de esos miles de militares, cubanos y cubanas, que durante 16 años contribuyeron con sus esfuerzos y su sangre a la liberación y protección de Angola, a la independencia de Namibia y al golpe final al Apartheid, sabían perfectamente por qué habían dejado la paz y las comodidades en su isla querida para cruzar el Atlántico y las fronteras del peligro.

Otro detalle interesante: Pastor pone en mayúsculas todos los grados y rangos militares, desde el General hasta el Soldado y aclara que “ Generales, Coroneles y Oficiales de todas las demás combinaciones de estrellas fueron ascendidos, cada día (…) por la propia tropa, al supremo grado de padres, hermanos e hijos de otros hombres y mujeres, a quienes acababan de conocer y de asumir como tales… para siempre”.

Como el genio chaplinesco que no es, mas lo parece, el autor tiene la virtud de jugar con tus sentimientos, lo mismo ríes como un niño que, un par de párrafos después, sacas el pañuelo para enjuagarte el lagrimón de la emoción.

Me niego morir aquí 

Uno de los capítulos más impresionantes reproduce en primera persona la experiencia vivida al borde la muerte por el Sargento Vladimir Cruz Naranjo, de 19 años y a la sazón jefe de dotación de un trasbordador anfibio, los famosos PTS, que días y sobre todo noches desafiaban al enemigo con el traslado sobre el río Cuito de cuanta cosa fuera necesaria para las tropas del frente. Comparto literalmente ese momento.

¿Qué le ha pasado a mi brazo izquierdo? ¿Y mi pierna derecha dónde está? —¡Corran, carajo, que Vladimir está herido!

No, no puede ser. Más de 250 misiones combativas, a pura convicción y a genital limpio, sobre el PTS, de una a otra ribera del río, bajo hostigamiento enemigo, muchas veces con el transportador cargado de explosivos a punta de estaca; 26 largos meses en geografía angolana, días y noches con la muerte soplando tus segundos, royendo tus pasos… y venir este maldito proyectil de G-5 a explotar ahí mismo (…) a destrozar al Vladi.

 

Pero no me da la gana de morirme, coño, ni de perder el conocimiento. Aquí hay un hombre, aquí está el hijo de Sixto. Y a mi madre no le pusieron por gusto Victoria. Vengan esos divinos primeros auxilios, vengan los brazos que me cargan, el puesto médico, los torniquetes para que no me desangre; vengan ese suero y el plasma que, por vía directa, me empiezan a bombear estos hermanos de combate que también parió mi madre, y venga todo el tiempo que haga falta… ¡qué yo aguanto!

—¡No llore Teniente Coronel; no llore… que todavía me queda este otro brazo para seguir defendiendo a la Revolución cuando llegue a Cuba!

Un poco más abajo, como epílogo de aquella infausta jornada, el lector observa la foto de Vladimir, cuando casi 30 años después, con flores sostenidas con fuerza en el puño de su mano derecha, rinde tributo a Fidel en diciembre de 2016.

Todo es importante

El libro sigue y sigue, llenándonos de emociones y sucesos, hasta el final de sus 250 páginas digitales. Por la vista y el alma del lector pasan en el texto y las fotos originales del autor: la mirada triste de los niños angolanos, la iluminada de Katiuska Blanco cuando les entrega juguetes que han hecho de puro amor los internacionalistas cubanos; la Chiva Pepilla, los monos mascotas que alegran y salvan vidas, los combatientes de la isla alfabetizando a sus camaradas africanos, la artillera que se convirtió en madre, el viejito de las flores, el respeto a los pueblos originarios de aquellas latitudes… Las cartas desde Cuba y sus secretos compartidos… Es como un homenaje a esa otra canción, esta vez de Silvio, que afirma: “Sí, es importante desde un niño hasta el largo de un vestido…”

He aquí uno de esos razonamientos de Pastor Batista, que refuerza el valor de este volumen:

“Expirará el siglo. La centuria del 2000 encadenará nuevas décadas y siempre habrá quienes, como juglares de los nuevos tiempos, relaten sus historias o las de sus más queridos seres, durante una de las epopeyas más humanas, hermosas y desinteresadas de amor entre pueblos. Habrá quien, a modo de leyenda, diga: «A mí me salvó el médico que me bombeó su propia sangre», o quien afirme: «Pues yo me salvé gracias al monito que se adelantó, saltarín, y cayó sobre la mina sembrada donde yo iba a poner el pie». Pero también habrá, nadie lo dude, quien concluya así: «Pues a mí me salvó la vida… una carta»

Casi al final, como afirma Pastor “…nunca será inmerecida la referencia al modesto, altruista y épico quehacer de periodistas, fotógrafos y, sobre todo, de camarógrafos y sonidistas, cazadores de sucesos enmarcados en un tiempo cuyas verdaderas dimensiones tal vez no son ahora visibles, en medio de la rutina normalmente heroica de cada día.”

Sobre el tema, que me toca tan de cerca, solo remito a la frase del colega Albertico Nuñez: “Esa muerte era para mí”. Léalo usted. ¡Vale la pena!

¿El arma secreta?

Juego con la intriga, porque el lector la conocerá desde el mismo principio del libro, en las palabras introductorias de su autor bajo el acápite de: PARA AMIGOS Y ENEMIGOS.

“… El armamento con que Cuba derrotó al ejército racista de Sudáfrica, aupado por Estados Unidos y en componenda con las fuerzas opositoras del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), fue apenas la envoltura material, visible, de aquel conflicto bélico. Las verdaderas razones, sin embargo, la más eficaz arma que fue sedimentando la victoria a lo largo de casi tres lustros, jamás la vio el enemigo y nunca la hubiera podido descubrir, ocupar y mucho menos mostrar como botín de guerra, porque estuvo ubicada en un lugar muy oculto, impenetrable, adonde ninguna exploración o incursión podía acceder en son de guerra. Estuvo en la impredecible visión de un Fidel que, sin haber llegado hasta el escenario de combate, era capaz de describir cada detalle, hasta el «simple» montículo de tierra detrás del cual sugería instalar la técnica; y estuvo emplazada todo el tiempo en el valor (arrojo) y en los valores (virtudes) de cada internacionalista y colaborador civil que arribó a la hermana nación africana (…)

Y agrega el colega y cronista con total certeza:

“El periodismo: esa otra arma que tampoco la casta militar de Pretoria hubiera podido entender o neutralizar, jamás, por el largo y efectivo alcance de nuestra prensa para hacer blanco sobre verdades, hasta en los escenarios y momentos más oscuros…”

Este es un libro para ser leído por aquellos que hicieron la epopeya, para quienes la sobrevivieron hasta hoy, y sobre todo para las nuevas generaciones de cualquier país del mundo. Es un libro sobre la paz, la guerra y sus secretos más duros y mejor guardados. Es un libro lleno de alegre cubanía, que habla sobre el amor, el heroísmo, el valor de la vida, y contiene muchos nombres y grados militares escritos —con toda intención— siempre en Mayúsculas.

//sls

Deja una respuesta