Por: Karima Oliva
El enfoque de género, uno de los referentes en los que se inspira el nuevo de Código de las Familias, defiende la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y no una guerra entre sexos; justamente lo contrario, contribuye a una sociedad más humana, más democrática y más justa.
El nuevo Código se apega al reconocimiento de niños y niñas como sujetos de derecho, lo cual no limita el rol fundamental de las familias como garantes de su protección, solo les concede la posibilidad de crecer en un contexto en el cual sus necesidades socioafectivas serán atendidas cabalmente, sin menoscabo de las condiciones óptimas para su desarrollo físico, intelectual y emocional.
Las parejas homoafectivas no están incapacitadas per se para ejercer la maternidad o la paternidad con responsabilidad. Lo que determina si una persona está preparada o no para el ejercicio de ese rol no depende de su orientación sexual, sino de contar o no con condiciones personales, subjetivas, morales y económicas que permitan brindar un entorno de vida seguro, amoroso y saludable a sus hijos.
La gestación solidaria, blindada por la ley del peligro de prácticas que la deshumanicen o permitan el mercadeo con el cuerpo de las mujeres, hace posible el sueño de tener hijos a quienes de otra forma no podrían.
Los heterosexuales históricamente han tenido la posibilidad de elegir pareja con base en sus gustos y afectos. Este no debiera ser el privilegio solo de algunos de nosotros, sino un derecho de todas las personas.
José Martí, quien nació y vivió en una época muy distinta a la nuestra, habló de una Cuba con «todos y para el bien de todos». Hoy no podemos construir una nación así, si excluimos de derechos significativos a cubanas y a cubanos por su identidad de género o su orientación sexual, si no tomamos en cuenta a los niños y niñas como sujetos de derecho, si no creamos todas las condiciones posibles para celebrar el milagro de la vida y la constitución de las familias, aun en esos casos en que la naturaleza lo dificulta. Está al alcance de nuestro voto una sociedad en la que no se le ponga cortapisas al amor y se amplíen las posibilidades para todos.
Determinados grupos con poder, históricamente, han impuesto su forma particular de comprender las relaciones humanas, en función de intereses políticos, económicos y de clase muy específicos. Se remonta a una etapa bastante sombría y distante en la historia de la humanidad el momento en el cual la intimidad de las personas y su manera de vivir la sexualidad se convirtió en objeto de escrutinio público. Se cazó como a brujas a las mujeres que se tomaban el derecho de controlar la natalidad decidiendo sobre su cuerpo. Se elaboraron manuales sobre lo que se podía hacer o no en el lecho matrimonial y las personas debían rendir cuentas al respecto, entre otras prácticas.
Hasta el día de hoy llegan reminiscencias de ese pasado violento, pero estamos en condiciones de dejarlo cada vez más atrás. Todo cambio genera miedo y de todo miedo se derivan ansiedades y resistencias. No es malo dudar, pero ante la posibilidad de darnos una sociedad más humana, libre y justa, tenemos la responsabilidad ciudadana de informarnos y tomar conciencia de que nuestro voto por el Sí puede marcar la diferencia.
(Tomado de Granma)