Por: Valia Marquínez Sam
Noventa días separan una explosión de la otra. Diferentes contextos, diferentes causas, pero lo que nos hace hoy homologarlas es la historia de coraje, fe y solidaridad qué hay detrás de cada detonación. Rostros que repiten hazañas cuando la patria duele.
De nuevo un viernes consterna al pueblo de Cuba. La caída de una descarga eléctrica sobre el depósito número 52 con crudo nacional en la base de supertanqueros de la provincia de Matanzas sorprende, atemoriza e inicia una estela de destrucción y dolor en el alma de la nación.
Una inmensa columna de humo hizo suyo el cielo yumurino y otros contiguos, avivada por el fuego que consumía el combustible de los tanques de la zona industrial y amenazaba con devorar a los más cercanos. Fue inevitable escuchar lamentos, invocar al cielo y reclamar a Natura… En los umbrales de un nuevo siniestro estaba Cuba otra vez.
No recuperada de una herida de apenas tres meses, llegaba nuevamente el desconcierto ante un hecho insólito, triste…para el que no estaba preparada y menos ahora.
Cual mambises o gladiadores modernos se batieron frente a las llamas los efectivos de varios cuerpos de bomberos del país y de las brigadas de rescate y salvamento, quienes, en otro ejercicio de Defensa Civil, dejan inscrito el nombre de muchos héroes y mártires.
La cobertura mediática continua y veraz desmontó cada intento de opacar la verdad.
La salud pública con su acoplado y único sistema sanitario volvió a multiplicar voluntades y a sobreponerse a carencias.
La solidaridad mundial mostró otros ribetes al tratarse de la mayor isla del Caribe y dentro de fronteras quedó claro que, Matanzas duele en toda Cuba.
Ejemplos sobran para demostrar que el don de esta Isla es el de resistir creativamente. Sobrevivir unidos en la diversidad de un pueblo al que le sobra arrojo y humanismo.