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Maggie Mateo y la difuminación del yo (Segunda Parte)

Por: Sergio Pérez Hernández

S: En los años noventa tú escribiste uno de los libros de ensayo más polémicos y renovadores de la literatura cubana: “Ella escribía poscrítica”. Más de veinte años después yo quisiera preguntarte algo: ¿crees que la poscrítica como forma de escritura ha sido superada, se mantiene?

M: Yo creo que la poscrítica fue algo que jugó mucho con toda la época de los pos, o sea, el posmodernismo, el posestructuralismo, el poscolonialismo…, fue una furia de pos, digamos, que hubo en un momento concreto y que, por supuesto, estaba avalada por determinadas formas estéticas de hacer: el juego intertextual, las citas, los homenajes a través de la misma escritura. Y en el caso de la poscrítica era un poco un juego con el objeto de estudio, es decir, reproducir  a través del discurso crítico las características de ese objeto de estudio. Mirándolo ahora desde acá lo veo más vinculado a esa libertad que pedía Montaigne para el ensayo. Es decir, el ensayista debe dejar fluir su pensamiento, debe tener una absoluta libertad, y pienso entonces que eso casa muy bien con algo que está en la poscrítica: la mezcla de la ficción con el texto crítico, textos con un sentido, digamos, más poético, con el análisis de un fenómeno, con la cita académica y la  fuerte exploración desde el punto de vista académico. Esa mezcla es el ensayo en última instancia, ¿no?, el ensayo como un género híbrido, el Centauro de los géneros literarios como lo llamó Alfonso Reyes. Esa hibridez yo creo que se da de alguna manera potenciada en la poscrítica por esas posibilidades que abre esa nueva estética que es la posmodernidad.

S: En tu novela “Desde los blancos manicomios” y en otro de tus libros de ensayos, “El misterio del eco”, tú haces pequeñas dedicatorias a dos personas que no son exactamente familia tuya. ¿Cuánto significó en tu vida Salvador Redonet?

M: Bueno, eh…, es difícil hablar de Salvador Redonet porque… fue como una luz. Era negro, pero fue como una luz. Era un gran amigo, un gran profesor, un hombre con un carisma impresionante, con una mirada muy larga para ver las cosas, para ir más allá, y yo creo que le debo mucho de lo que he hecho a ese diálogo constante que tuve la suerte de tener con Salvador Redonet, aparte de que fue un amigo muy, muy querido y su cuerpo descansa en la tumba de mi familia dentro del Cementerio Colón.

S: Y Graziella Pogolotti.

M: Ay, mis amigos a veces me fastidian y me dicen “Graziella Pogolotti es tu segunda mamá”. Y yo creo que algo de eso pueda haber quizás en la relación mía con Graziella. Yo la conocí siendo muy joven, cuando era estudiante y ella fue a El Escambray con un grupo de alumnos y yo estaba entre ellos. Desde entonces fue mi profesora, fue mi maestra, convivimos allí, porque vivíamos todos en literas y compartíamos todo. Luego ella fue la tutora de mi trabajo de Diploma, “Del bardo que te canta”, un tema sobre el cual ella no sabía ni era especialista, pero que supo guiarme perfectamente bien a petición mía. Y, bueno, a lo largo de toda la vida he mantenido esa relación con Graziella, a quien yo admiro extraordinariamente. He leído toda su obra, pero además he tenido la gran suerte de recibir su enseñanza de una manera cotidiana, porque creo que es, efectivamente, una de las mentes más lúcidas que he tenido a mi lado. Creo que tiene una sensibilidad especial para captar las cosas importantes, para ver las esencias y despojarse de lo que es secundario. Te digo: ha sido realmente un privilegio que mi vida intelectual haya crecido guiada por Graziella.

S: Tú y yo sabemos que eres muchas Maggie: la madre, la hija, la hermana, la amiga de tantos amigos, la ilustre ensayista como dice Graziella Pogolotti, y la excelente maestra. ¿A cuál de ellas prefieres? ¿Con cuál te quedas?

M: Se habla mucho de la difuminación del yo, de las identidades cerradas, casi del yo como algo performativo, que un día es una cosa y otro día es otra, pero yo creo que todas esas cosas van juntas. Todas esas Maggie que puede parecer que se desdoblan son como roles diferentes, pero creo que en todo está la persona, que todo está integrado, aunque no de una manera cerrada o monolítica, porque uno va cambiando, pero te diría que todas soy yo.

S: Gracias por serlas todas y por hacerlo muy bien.

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